De repente Bill se apartó. Parecía agitado, lo que me satisfizo en gran manera.

– Buenas noches, Sookie -dijo, acariciando mi pelo una última vez.

– Buenas noches, Bill-respondí. Yo también sonaba temblorosa-. Mañana trataré de llamar a algunos electricistas. Te haré saber su respuesta.

– Vente a casa mañana por la noche… Porque no tienes trabajo, ¿verdad?

– No -confirmé. Todavía estaba tratando de recomponerme.

– En ese caso te veré entonces. Gracias, Sookie. -Y se giró para atravesar a pie los bosques hacia su hogar. Una vez alcanzó la zona de oscuridad, desapareció.

Me quedé mirando como una boba, hasta que sacudí la cabeza y fui a mi propia casa, a acostarme.

Pasé una cantidad indecente de tiempo despierta en la cama, preguntándome si los muertos vivientes podrían de verdad hacer… eso. Además, me planteaba si sería posible mantener una discusión franca con Bill respecto a ese tema. A veces parecía muy chapado a la antigua, y otras tan normal como cualquier otro hombre. Bueno, no tanto, pero bastante normal.

Me parecía tan maravilloso como patético que la única criatura que conocía en muchos años con la que quería hacer el amor, en el fondo no fuera humana. Mi telepatía limitaba seriamente las opciones disponibles. Sí, sin duda podría tener sexo solo por placer, pero había esperado para poder disfrutar de verdad de una relación sexual.

¿Y si lo hacíamos, y después de todos aquellos años yo descubría que no tenía talento para ello? O puede que no sintiese placer. Puede que todos esos libros y películas exageraran, y también Arlene, quien nunca parecía entender que su vida sexual no era algo de lo que quisiera enterarme.

Al final me quedé dormida, y tuve largos y turbios sueños. A la mañana siguiente, mientras sorteaba las preguntas de la abuela sobre mi paseo con Bill y nuestros planes para el futuro, hice algunas llamadas. Localicé a dos electricistas, un fontanero y otra gente de servicios que me dieron números de teléfono para poder localizarlos de noche, y me aseguré de que comprendieran que, si recibían una llamada de Bill Compton, no era una broma.

Terminada esa tarea, estaba tendida al sol tostándome poco a poco cuando la abuela me trajo el teléfono.

– Es tu jefe-dijo. A la abuela le gustaba Sam, y él debía de haberle dicho algo agradable porque estaba sonriendo de oreja a oreja.

– Hola, Sam-saludé, aunque quizá no con un tono demasiado alegre, porque sabía que habría ocurrido algo en el trabajo.

– Dawn no ha venido, cariño -resumió.

– Oh… demonios -respondí, sabiendo que tendría que ir yo-. Tengo planes, Sam -eso era prioritario-. ¿Cuándo me necesitas?

– ¿Podrías venir aunque fuera de cinco a nueve? Eso nos sería de mucha ayuda.

– ¿Y conseguiré otro día libre?

– ¿Qué tal si Dawn se reparte contigo un turno otra noche? -Hice un sonido vulgar y la abuela me puso mala cara. Seguro que después me echaba un sermón.

– ¡Oh, está bien! -dije a regañadientes-. Te veré a las cinco.

– Gracias, Sookie -respondió-. Sabía que podía contar contigo.

Traté de alegrarme por ello, aunque parecía una virtud bastante aburrida. ¡Siempre puedes contar con Sookie para echar una mano y ayudar, porque no tiene vida propia! Al menos podría ir a casa de Bill después de las nueve. De todos modos, él iba a estar levantado toda la noche.

El trabajo nunca me había parecido tan lento. Me costaba concentrarme lo suficiente para mantener alzadas las barreras, porque estaba pensando todo el rato en Bill. Fue una suerte que no hubiera muchos clientes, o hubiera oído una riada de pensamientos indeseados. Precisamente así me enteré de que Arlene tenía un retraso en la regla y temía estar embarazada, y antes de poder contenerme le di un abrazo. Se quedó mirándome de manera inquisitiva y entonces se sonrojó.

– ¿Me has leído la mente, Sookie? -me preguntó, con la amenaza escrita en la voz. Arlene era una de las pocas personas que se limitaban a aceptar mi aptitud sin tratar de explicarla o de clasificarme como monstruo por poseerla, aunque me había fijado en que tampoco hablaba a menudo de ello, y cuando lo hacía no usaba su voz natural.

– Lo siento, no quería-me disculpé-. Es que hoy no puedo concentrarme.

– Está bien, no pasa nada. Pero desde ahora manténte alejada de mí-dijo Arlene agitando un dedo delante de mi cara, con sus llameantes rizos cayéndole por las mejillas.

Sentí ganas de llorar.

– Lo siento-repetí, y me alejé a zancadas hacia el almacén para recuperarme. Tuve que taparme la cara y contener las lágrimas.

Oí que la puerta se abría detrás de mí.

– ¡Vale, Arlene, ya te he dicho que lo siento! -espeté, porque quería que me dejaran a solas. A veces Arlene confundía la telepatía con un talento psíquico, y me daba miedo que me preguntara si de verdad estaba embarazada. Haría mejor en comprarse una prueba de embarazo casera.

– Sookie -era Sam. Me puso una mano en el hombro para que me girara hacia él-. ¿Ocurre algo malo?

Su voz era amable y me situó mucho más cerca del llanto de lo que ya estaba.

– ¡Deberías parecer enfadado y así no lloraría! -le dije. Él se rió, no con una carcajada sino con una pequeña risa. Me rodeó con un brazo.

– ¿Qué es lo que te pasa? -No iba a darse por vencido y marcharse.

– Oh, yo… -y me quedé paralizada. Nunca, nunca había discutido de manera explícita mi problema (así es como yo lo consideraba) con Sam u otra persona. Todos en Bon Temps habían oído los rumores de por qué era tan rara, pero nadie parecía darse cuenta de que tenía que oír continuamente su martilleo mental, tanto si quería como sino. Cada día ese parloteo constante y constante…

– ¿Has escuchado algo que te ha preocupado? -su tono de voz era sereno y práctico. Me tocó en la mitad de la frente, para indicar que sabía con exactitud cómo podía "escuchar" yo esas cosas.

– Sí.

– No puedes evitarlo, ¿verdad?

– Para nada.

– Lo odias, ¿no es así, cariño?

– Y tanto.

– Pues entonces no es tu culpa, ¿no crees?

– Trato de no escuchar, pero no siempre puedo mantener alta la guardia. -Noté que una lágrima que no había sido capaz de contener empezaba a resbalar por mis mejillas.

– ¿Es así como lo haces? ¿Mantienes alta la guardia, Sookie? Parecía de verdad interesado, no como si pensara que mi cabeza era una especie de papelera. Miré un poco, aunque tampoco demasiado, en los azules ojos, saltones y brillantes, de Sam.

– Yo solo… es difícil describirlo si la otra persona no puede hacerlo… Levanto una valla… no, no una valla, es como cerrar unas placas de acero, entre mi cerebro y los demás.

– ¿Y tienes que mantener las placas apretadas?

– Sí, y precisa mucha concentración. Es como tener que dividir mi mente todo el rato, y por eso la gente se cree que estoy loca. La mitad de mi cerebro está tratando de sostener las placas de acero y la otra mitad puede estar apuntando pedidos, así que a veces no me queda gran cosa con la que mantener una conversación coherente. -Qué alivio sentí, solo por poder hablar de ello.

– ¿Oyes palabras o solo recibes impresiones?

– Depende de a quién esté escuchando. Y de su estado. Si están borrachos, o muy trastornados, solo son imágenes, impresiones, intenciones. Si están sobrios y cuerdos, son palabras y algunas imágenes.

– El vampiro dice que a él no puedes oírlo.

La idea de que Bill y Sam hubieran tenido una conversación sobre mí hizo que me sintiera muy rara.

– Es cierto-reconocí.

– ¿Y eso te resulta relajante?

– Oh, -y lo decía con todo el corazón.

– ¿Puedes oírme a mí, Sookie?

– ¡No quiero intentarlo! -dije con presteza. Fui hasta la puerta del almacén y permanecí con la mano en el pomo. Saqué un pañuelo del bolsillo de los pantaloncitos y me sequé el rastro de la lágrima de la mejilla-. ¡Tendría que irme si te leyera la mente, Sam! Me gustas, y me gusta estar aquí.


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