Tal como estábamos todos situados, ellos dos me daban la espalda y el vampiro todavía no me había visto. Solté la cadena enrollada hasta tener un metro colgando. ¿A quién debería atacar primero? Los dos eran pequeños y peligrosos.

Me acordé de la mirada despectiva de Mack y de que nunca dejaba propina. Él sería el primero.

Nunca antes me había visto metida en una verdadera pelea. De algún modo, tenía ganas de que ocurriera. Salté desde detrás de una camioneta y enarbolé la cadena. Impactó contra la espalda de Mack mientras este se arrodillaba delante del vampiro. Gritó y saltó de golpe. Tras echarme un vistazo, Denise se dispuso a insertar el tercer tubo. La mano de Mack bajó hacia su bota y reapareció acompañada de un brillo. Tragué saliva. Llevaba un cuchillo.

– Oh, oh-dije, dirigiéndole una mueca.

– ¡Zorra estúpida! -gritó. Parecía tener ganas de usar el cuchillo. Yo estaba demasiado ocupada como para mantener mi barrera mental, así que obtuve una imagen bastante clara de lo que Mack quería hacerme. Me puso hecha una furia. Fui a por él con ganas de causarle el mayor daño posible. Pero él se esperaba mi movimiento y saltó hacia delante con el cuchillo mientras yo hacía girar la cadena. Arremetió contra mi brazo y falló por los pelos. La cadena, en su retroceso, rodeó su delgado cuello como una amante. El grito de triunfo de Mack se convirtió en un borboteo. Soltó el cuchillo y se aferró a los eslabones con ambas manos. Al quedarse sin aire, se dejó caer de rodillas sobre el duro pavimento, arrancándome la cadena de las manos.

Bueno, ahí se acabó el uso de la cadena de Jason. Me agaché para recoger el cuchillo de Mack y lo sostuve como si supiera usarlo. Denise había estado avanzando, con todo el aspecto de una bruja sureña bajo las líneas de luz y sombra que proyectaban las farolas del estacionamiento. Se detuvo en seco en cuanto vio que yo tenía el cuchillo. Soltó un taco, bramó y dijo cosas terribles. Esperé a que terminara y entonces dije:

– Largaos. Ya.

Denise me miró con ojos llenos de odio. Trató de llevarse los frascos de sangre, pero la obligué a dejarlos allí, así que ayudó a Mack a ponerse en pie. Él aún tosía y emitía sonidos borboteantes mientras agarraba la cadena. Denise lo arrastró prácticamente hasta el coche y lo introdujo por la puerta del copiloto. Rebuscó entonces algunas llaves en el bolsillo y se colocó en el asiento del conductor.

Al oír que el motor cobraba vida, de repente me di cuenta de que ahora los Ratas tenían otra arma. Con más velocidad de la que nunca he sido capaz, corrí hasta quedar junto a la cabeza del vampiro y le dije con voz entrecortada:

– ¡Empuja con los pies!

Lo agarré por debajo de los brazos y tiré de él con todas mis fuerzas. Llegamos a la linde de los árboles justo cuando el coche se abalanzaba rugiendo hacia nosotros. Denise no nos dio por menos de un metro, yeso porque tuvo que girar para no chocarse contra un pino. Después escuché el potente motor del coche de los Ratas alejarse en la distancia.

– Oh, guau -dije con un suspiro. Me arrodillé junto al vampiro porque las piernas se negaban a sostenerme por más tiempo. Respiré con pesadez durante un minuto, tratando de recuperarme. El vampiro se agitó levemente y lo miré. Descubrí horrorizada que surgían volutas de humo de sus muñecas, en las zonas que entraban en contacto con la plata.

– Oh, pobrecito-dije, furiosa conmigo misma por no ocuparme de él cuanto antes. Aún esforzándome por recuperar el aliento, comencé a soltar las finas tiras de plata, que parecían pertenecer a una cadena muy larga-. Pobre pequeño-susurré, sin darme cuenta hasta mucho más tarde de lo incongruente que sonaba aquello. Poseo dedos ágiles, y muy pronto le liberé las muñecas. Me pregunté cómo habrían podido distraerlo los Ratas para colocarse en posición de atacarlo, y noté que me sonrojaba al imaginármelo.

El vampiro se llevó los brazos al pecho mientras yo me enfrascaba con la plata que le rodeaba las piernas. Sus tobillos lo habían pasado mejor, ya que los drenadores no se habían molestado en subirle las perneras de los vaqueros y, por lo tanto, la plata no apretaba la piel desnuda.

– Lamento no haber llegado antes-dije, disculpándome-. Te sentirás mejoren un minuto, ¿verdad? ¿Quieres queme vaya?

– No. -Eso me hizo sentirme muy a gusto hasta que añadió-: Podrían volver, y aún no puedo defenderme-su voz sonaba intranquila, pero no se puede decir que estuviera resollando.

Le puse mala cara, y mientras se recuperaba tomé algunas precauciones. Me senté dándole la espalda, para concederle algo de intimidad. Sé lo desagradable que es que te miren cuando estás herido. Me agaché sobre el pavimento, vigilando el estacionamiento. Varios coches se fueron y otros llegaron, pero ninguno se acercó hasta el extremo junto a los árboles, donde estábamos nosotros. Gracias al temblor de aire a mi alrededor, supe cuándo se levantó el vampiro.

No habló de inmediato. Giré la cara hacia la izquierda para mirarlo; estaba más cerca de lo que creía. Sus grandes ojos oscuros miraban al interior de los míos. Tenía los colmillos retraídos; me sentí un poco defraudada por ello.

– Gracias -dijo con rigidez.

Así que no le entusiasmaba que le hubiera rescatado una mujer. Qué típico en un hombre.

Como estaba siendo tan poco amable, pensé que yo también podía hacer algo grosero y lo escuché, abriendo mi mente por completo.

Y oí… nada.

– Oh -dije, notando yo misma la turbación de mi voz, sin saber bien lo que decía-. No puedo oírte.

– ¡Gracias! -repitió el vampiro, moviendo los labios de modo exagerado.

– No, no… Puedo oírte hablar, pero… -y en mi agitación hice algo que normalmente nunca haría, porque resultaba muy agresivo y personal, y además revelaba que era una discapacitada. Me volví por completo hacia él y puse mis manos a ambos lados de su pálida cara, mirándolo con intensidad. Concentré toda mi energía. Nada. Era como tener que escuchar la radio sin parar, en emisoras que no necesitabas sintonizar, y de repente llegar a una longitud de onda en la que no podías recibir nada.

Era perfecto.

Sus ojos se abrían cada vez más al tiempo que se oscurecían, aunque siguió por completo inmóvil.

– Oh, discúlpame -dije, con un gemido de vergüenza. Aparté las manos y seguí estudiando el estacionamiento. Comencé a parlotear sobre Mack y Denise, pensando todo el tiempo lo maravilloso que sería tener un compañero al que no pudiera oír salvo cuando él quisiera hablar en voz alta. Qué hermoso era su, silencio.

– …así que pensé que era mejor salir fuera a ver qué tal estabas -dije por último, sin tener ni idea de lo que le había contado antes de eso.

– Has venido a salvarme. Eso ha sido muy valiente – respondió, con una voz tan seductora que haría que a DeeAnne se le cayeran sus bragas de nylon rojo.

– Oh, deja eso-dije con tono áspero, olvidándome de mis castillos en el aire.

Él pareció asombrado unos instantes, pero pronto su rostro recuperó su pálida homogeneidad.

– ¿No te da miedo estar sola con un vampiro hambriento? – preguntó, con un tono travieso pero atemorizante bajo las palabras.

– Para nada.

– ¿Estás suponiendo que, ya que has venido a mi rescate, estás a salvo? ¿Que después de todos estos años aún albergo una dosis de sentimentalismo? Los vampiros a menudo se vuelven contra los que confían en ellos. No tenemos los valores humanos, ya lo sabes.

– Un montón de humanos se vuelven contra los que confían en ellos -señalé; suelo ser práctica-. No soy una completa estúpida -alcé la mano y giré el cuello. Mientras él se recuperaba, yo me había rodeado garganta y brazos con las cadenas de los Ratas.

El vampiro tembló de manera visible.

– Pero también tienes una sabrosa arteria en la ingle-dijo tras una pausa cuando se recuperó, con la voz tan resbaladiza como una serpiente en un tobogán.


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