– Sí-dije.
– Sookie-me respondió-, no tienes futuro a su lado.
– Pues él ya lleva bastante en este mundo. Confío en que esté por aquí unos cuantos cientos de años más.
– Nunca se sabe lo que le va a suceder a un vampiro.
Eso no se lo podía discutir. Pero, como le señalé, tampoco se sabía lo que me podía suceder a mí, una humana. Tiramos de la cuerda en uno y otro sentido durante demasiado rato. Al final, exasperada, le dije:
– ¿Y qué más te da, Sam?
Su piel rubicunda se azoró. Me miró con sus brillantes ojos azules.
– Me gustas, Sookie. Como amigo, o puede que algo más en algún momento…
¿Cómo?
– …odiaría verte tomar una decisión equivocada.
Lo estudié. Noté que mi tradicional expresión de escepticismo tomaba posiciones: se me juntaban las cejas y las comisuras de los labios me tiraban hacia arriba.
– Claro -le dije, con un tono equiparable a mi expresión.
– Siempre me has gustado.
– ¿Tanto que has tenido que esperar hasta que alguien más mostrara interés por mí para poder mencionármelo?
– Me lo merezco. -Parecía estar dándole vueltas a algo en su cabeza, algo que quería decir, pero no tenía la resolución necesaria. En apariencia, fuese lo que fuese no lograba soltarlo.
– Vayámonos -sugerí. Me imaginé que sería complicado volver a conducir la conversación a terreno neutral. Mejor me iba a casa.
Fue un trayecto de vuelta muy gracioso. Sam parecía estar todo el rato a punto de hablar, y entonces sacudía la cabeza y guardaba silencio. Me sacaba tanto de quicio que tenía ganas de patearlo.
Llegamos a casa más tarde de lo esperado. La luz de la abuela estaba encendida, pero el resto del edificio estaba a oscuras. No vi su coche, así que supuse que había aparcado en la parte de detrás para descargar las sobras directamente a la cocina. La luz del porche también estaba encendida, para mí.
Sam rodeó el coche para abrirme la puerta y bajé. Pero en la oscuridad mi pie falló el estribo y casi me caí. Sam me cogió. Primero me agarró por los brazos para estabilizarme, y luego me envolvió con los suyos. Y me besó.
Supuse que no se trataría más que de un pequeño pico de buenas noches, pero su boca se recreó. Fue muy agradable, pero de repente mi censor interno dijo: "Es el jefe".
Me solté con delicadeza. Él se dio cuenta de inmediato de que me retiraba y, gentil, dejó resbalar sus palmas por mis brazos hasta que solo nos cogimos de las manos. Nos dirigimos a la puerta sin mediar palabra.
– Me lo he pasado bien -le dije en voz baja. No quería despertar a la abuela, ni sonar demasiado exuberante.
– Yo también. ¿Volveremos a salir?
– Ya veremos-le dije. En realidad aún no sabía lo que sentía por Sam.
Esperé hasta oír que su camioneta se alejaba antes de apagar la luz del porche y entrar en casa. Mientras andaba me iba desabrochando la blusa, agotada y con ganas de meterme en la cama.
Algo iba mal.
Me detuve en medio del salón. Miré a mi alrededor.
Todo parecía como siempre, ¿no?
Sí. Todo estaba en su sitio.
Era el olor.
Era una especie de olor metálico.
Un olor a cobre, penetrante y salado.
El olor de la sangre.
Y me rodeaba, allí abajo, no arriba, donde los dormitorios de invitados se alzaban solitarios.
– ¿Abuela?-llamé, odiando el temblor de mi voz.
Me obligué a avanzar, me obligué a ir hasta la puerta de su dormitorio. Estaba inmaculado. Comencé a encender las luces mientras recorría toda la casa.
Mi cuarto estaba como lo había dejado.
El baño estaba vacío.
El lavadero estaba vacío.
Encendí la última luz. La cocina estaba…
Grité, una y otra vez. Mis manos se agitaban inútilmente en el aire, temblando más con cada grito. Oí un crujido detrás de mí, pero no me preocupó. Entonces unas manos grandes me agarraron y me arrastraron, y un cuerpo se interpuso entre el mío y lo que había visto en el suelo de la cocina. No reconocí a Bill, pero él me alzó y me llevó hasta el salón, donde ya no pudiera ver aquello.
– ¡Sookie -me dijo con dureza -, calla ya! ¡No sirve de nada! -Si me hubiera tratado con amabilidad, hubiera seguido gritando.
– Lo siento-dije, aún fuera de mí-. Estoy actuando como aquel chico.
Me miró sin comprender.
– El de tu historia -dije atontada.
– Tenemos que avisar a la policía.
– Claro.
– Tenemos que marcar su número.
– Espera. ¿Cómo has llegado aquí?
– Tu abuela se ofreció a llevarme a casa, pero insistí en que viniera primero aquí para ayudarla a descargar el coche.
– ¿Y por qué sigues aquí?
– Te estaba esperando.
– ¿Entonces has visto quién la ha matado?
– No. He ido a mi casa, cruzando el cementerio, para cambiarme.
Llevaba tejanos azules y una camiseta de los Grateful Dead, y comencé a soltar risitas.
– Es para morirse de risa-dije, doblándome de las carcajadas. Y de pronto me puse a llorar, de manera igual de repentina. Cogí el teléfono y marqué el 911.
Andy Bellefleur estuvo allí en cinco minutos.
Jason vino en cuanto lo localicé. Traté de llamarlo a cuatro o cinco sitios, y al final lo encontré en Merlotte's. Terry Bellefleur atendía el bar aquella noche en lugar de Sam, y cuando volvieron a pasármelo tras decirle a Jason que viniera a casa de la abuela, le pedí que llamara a Sam y le contara que tenía problemas y no podría ir a trabajar durante unos días.
Terry debió de llamarlo de inmediato, porque Sam estuvo en mi casa en menos de treinta minutos, aún con las ropas que había llevado en la conferencia de esa noche. Al verlo me miré, porque recordé que me había desabotonado la blusa mientras caminaba por el salón, un hecho del que me había olvidado por completo, pero comprobé que tenía un aspecto decente. Bill debía de haberme vuelto a poner presentable. Puede que después aquello me resultara embarazoso, pero en ese momento me sentí agradecida.
Así que Jason llegó, y cuando le dije que la abuela estaba muerta, asesinada, se me quedó mirando. Parecía que no había nada detrás de sus ojos, como si hubiera perdido la capacidad para asimilar nuevos datos. Entonces lo que había dicho le caló, y mi hermano cayó de rodillas allí mismo, y yo me arrodillé delante de él. Me rodeó con sus brazos y me puso la cabeza en el hombro, y así estuvimos durante un rato. De la familia solo quedábamos nosotros.
Bill y Sam estaban en el patio delantero, sentados en unas sillas de jardín, para no interferir en el trabajo de la policía. Pronto nos pidieron a Jason y a mí que saliéramos al menos al porche, y también optamos por sentarnos fuera. Era una noche templada, y me senté de cara a la casa, con todas sus luces encendidas como una tarta de cumpleaños, y la gente que entraba y salía eran como hormigas que hubiesen sido invitadas a la fiesta. Toda aquella actividad rodeaba los restos de lo que había sido mi abuela.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Jason por último.
– Regresé de la reunión-dije muy poco apoco-. Después de que Sam se marchara en su camión, supe que algo iba mal. Miré en todas las habitaciones-era la historia de Cómo Encontré a la Abuela Muerta, versión oficial-. Y cuando entré en la cocina la vi.
Jason giró la cabeza con gran lentitud hasta que sus ojos se encontraron con los míos.
– Cuéntamelo.
Sacudí la cabeza en silencio. Pero estaba en su derecho a saberlo.
– La habían golpeado, pero trató de defenderse, o eso creo. El que lo ha hecho le ha dejado algunos cortes. Y después la estranguló-no pude ni mirara mi hermano ala cara-. Ha sido culpa mía.
– ¿Cómo puedes decir eso? -dijo él, sonando deprimido y anquilosado.
– Me imagino que alguien debió de venir a matarme como habían matado a Maudette y a Dawn, pero la abuela estaba aquí en mi lugar. -Pude observar que la idea se filtraba en la mente de Jason-. Se suponía que yo iba a quedarme aquí esta noche mientras ella iba a la reunión, pero Sam me pidió salir en el último momento. Mi coche seguía aquí, porque hemos ido en la camioneta de Sam, y la abuela había estacionado el suyo por detrás mientras descargaba, así que no parecía que ella estuviera en la casa, sino yo. La abuela trajo a Bill a casa, pero él la ayudó a descargar y después fue a cambiarse. Después de que se fuera, el que estuviera esperando… la atacó.