De repente me sentí más alerta, y me di cuenta de todo lo que le estaba revelando de mí misma a aquella criatura.
– Discúlpame -le dije-, no quería agobiarte con mis problemas. Gracias por salvarme de los Ratas.
– Si te han atacado es por mi culpa-respondió. Pude notar que por debajo de la tranquila superficie de su voz latía la furia-. Si hubiese tenido la cortesía de llegar a tiempo, esto no habría ocurrido. Así que te debía parte de mi sangre, te debía la curación.
– ¿Están muertos? -para mi vergüenza, mi voz sonó chirriante.
– Y tanto.
Tragué saliva. No podía lamentar que el mundo se hubiera liberado de los Ratas. Pero tenía que enfrentarme a ello cara a cara, no debía olvidarme de que me sentaba en el regazo de un asesino. Aunque me sentía bastante feliz allí, rodeada por sus brazos.
– Eso debería preocuparme, pero no lo hace -exclamé, antes de darme cuenta de lo que decía. Sentí de nuevo esa risa vigorosa.
– Sookie, ¿de qué querías hablarme antes?
Tuve que esforzarme para poder recordarlo. Aunque físicamente me había recuperado de manera milagrosa de la paliza, mentalmente aún me sentía un poco confusa.
– Mi abuela tiene muchas ganas de saber cuántos años tienes-dije dubitativa. No sabía hasta qué punto era personal esa pregunta para un vampiro. Aquel en cuestión me acariciaba la espalda como si tratara de calmar a un gatito.
– Me convirtieron en vampiro en 1870, cuando tenía treinta años de edad. -Alcé la mirada; su rostro reluciente carecía de expresión, sus ojos eran pozos de negrura en la oscuridad del bosque.
– ¿Luchaste en la Guerra?
– Sí.
– Tengo la sensación de que te vas a enfadar, pero los harías tan felices a ella y a los de su club si les cuentas un poco de la Guerra, de cómo fue en realidad…
– ¿Su club?
– Pertenece a los Descendientes de los Muertos Gloriosos.
– Muertos Gloriosos… -la voz del vampiro resultaba indescifrable, pero yo estaba bastante segura de que no se sentía contento.
– Escucha, no tienes que contarles nada de los gusanos y las enfermedades y el hambre-le dije-. Tienen su propia idea de la Guerra, y aunque no son estúpidos (han vivido otras guerras) les gustaría más enterarse de cómo vivía entonces la gente, los uniformes y los movimientos de tropas.
– Cosas agradables.
Respiré profundamente.
– Sí.
– ¿Te haría feliz si lo hago?
– ¿Y qué importa eso? Haría feliz a la abuela, y como estás en Bon Temps y pareces querer vivir por aquí, sería un buen movimiento de relaciones públicas por tu parte.
– ¿Te haría feliz?
No era un tipo al que pudieras despistar.
– Vale, sí.
– Entonces lo haré.
– La abuela dice que será mejor que comas antes de ir – añadí.
Escuché de nuevo esa risa retumbante, esta vez más profunda.
– Me encantará conocerla. ¿Puedo pasar a verte alguna noche?
– Ah, claro. Mañana por la noche me toca el último turno, y después tengo dos días libres, así que la del jueves sería una buena noche. -Alcé la muñeca para mirar el reloj. Todavía funcionaba, pero la esfera estaba cubierta de sangre seca- Arg, qué asco-dije, mojándome el dedo en la boca y limpiando el reloj con la saliva. Apreté el botón que iluminaba las manecillas y me sobresalté al ver la hora que era-. Oh, cielos, tengo que irme a casa. Espero que la abuela se haya ido a dormir.
– Debe de preocuparla que estés fuera y sola tan tarde por las noches -sonaba a reproche. ¿Estaría pensando en Maudette? Experimenté un momento de intranquilidad, preguntándome si realmente Bill la había conocido, si ella lo había invitado a su rasa. Pero rechacé la idea: estaba decidida a no sumergirme en la extraña y desagradable naturaleza de la vida y muerte de Maudette, no quería que esos horrores arrojaran sombras sobre mi pequeña isla de felicidad.
– Es parte de mi trabajo -respondí con aspereza-, no se puede evitar. Además, no siempre trabajo por las noches. Pero cuando puedo, lo hago.
– ¿Por qué? -El vampiro me ayudó a incorporarme y después se levantó con agilidad.
– Mejores propinas, se trabaja más duro. No hay tiempo para pensar.
– Pero la noche es más peligrosa-dijo con desaprobación.
Él debía de saberlo bien.
– No hables como mi abuela -le reprendí con suavidad. Casi habíamos llegado ya al estacionamiento.
– Soy mayor que tu abuela-me dijo. Y eso puso punto final a la conversación.
Después de salir de los árboles me quedé observando el paisaje. El estacionamiento estaba tranquilo y desierto, como si no hubiera ocurrido nada, como si no hubieran estado a punto de matarme a patadas en ese trozo de grava; apenas una hora antes. Como si los Ratas no hubieran encontrado allí su sangriento final.
Las luces de la caravana de Sam estaban apagadas.
La gravilla parecía mojada, pero no se veía sangre. Encontré mi bolso sobre el capó del coche.
– ¿Y el perro?-pregunté.
Me giré para contemplar a mi salvador.
No estaba allí.
2
Para mi alivio, la abuela ya estaba dormida cuando llegué a casa, y logré meterme en la cama sin despertarla. No fue de extrañar que a la mañana siguiente me levantara muy tarde.
Cuando sonó el teléfono, yo estaba tomando una taza de café en la mesa de la cocina y la abuela limpiaba la despensa. Apoyó el trasero en el taburete que había al lado de la encimera, su percha habitual para el parloteo, antes de descolgar.
– ¿Quién es? -dijo. Por algún motivo siempre sonaba enojada, como si una llamada de teléfono fuera lo último que deseaba en ese momento. Pero yo sabía que nunca era así-. Hola, Everlee. No, estaba aquí sentada charlando con Sookie, que se acaba de levantar. No, todavía no he oído ninguna noticia hoy. No, nadie me ha llamado. ¿Qué, qué tornado? Anoche estaba despejado. ¿En Four Tracks Comer? ¿En serio? ¡No! ¡No me lo puedo creer! ¿En serio, los dos? Ajajá. ¿Y qué dice Mike Spencer?
Mike Spencer era el juez de instrucción de la parroquia. Empecé a tener un mal presentimiento. Terminé el café y me serví otra taza; me daba la impresión de que iba a necesitarla.
La abuela colgó un minuto después.
– ¡Sookie, no te vas a creer lo que ha pasado!
Seguro que me lo creía.
– ¿El qué?-pregunté, tratando de aparentar inocencia. -¡Pues que, aunque anoche pareciera que hacía buen tiempo, un tornado debe de haber azotado Four Tracks Comer! Volcó la caravana de alquiler que hay en aquel claro, y la pareja que estaba dentro… los dos han muerto, atrapados de algún modo debajo de la caravana y hechos papilla. Mike dice que nunca había visto algo parecido.
– ¿Va a enviar los cuerpos para que les hagan la autopsia?
– Bueno, supongo que tendrá que hacerlo, aunque la causa de la muerte parece bastante clara, según Stella. La caravana está volcada, el coche medio subido encima, y los árboles alrededor del claro machacados.
– Cielo santo -musité, pensando en la fuerza necesaria para disponer un escenario así.
– Cariño, no me has dicho si tu amigo el vampiro volvió ayer.
Pegué un respingo de culpabilidad, pero me di cuenta de que la abuela había cambiado de tema. Me había estado preguntando cada día si había visto a Bill, y ahora al fin pude decirle que sí, aunque no con alegría.
Como era de prever, la abuela se entusiasmó como una niña. Revoloteó por la cocina como si el invitado que esperaba fuera el príncipe Carlos.
– ¡Mañana por la noche! ¿Y a qué hora vendrá?-preguntó.
– Después del anochecer. Es lo antes que puede.
– Ya estamos con el horario de verano, así que eso será bastante tarde-reflexionó la abuela-. Bien, tendremos tiempo de tomar la cena y limpiarlo todo antes de que llegue. Y disponernos de todo el día de mañana para limpiar la casa. ¡Da la impresión de que no he limpiado esa alfombra desde hace un año!
– Abuela, estamos hablando de un tipo que duerme todo el día bajo tierra-le hice recordar-. No creo que se vaya a fijar en la alfombra.