– Sí, bueno…

– Escucha, los polis han vuelto hoy. No hay ninguna cosa que puedan hacer para controlar cada teléfono público del pueblo, y no están dispuestos a ir más allá en este punto.

– Te lo dije. No me siento en peligro.

– No sabes que no lo estás.

– Vamos, Rhonda, esto está pasando desde hace nueve meses, ¿de acuerdo? Si iban a saltar sobre mí, entonces ya lo habrían hecho. Y realmente quiero ayudar…

– Esa es otra cosa por la que estoy preocupada. Claramente tienes la impresión de que estás protegiendo a quién quiera que sea. Lo estás haciendo muy personal.

– No, no soy la razón por la que llaman, y sé que puedo encargarme de ello.

– Mary, para. Escúchate. -Rhonda acercó una silla y habló bajo cuando se sentó. – Es… duro para mí decírtelo. Pero creo que necesitas un descanso.

Mary se echó hacia atrás. -¿De qué?

– Estás aquí demasiado tiempo.

– Trabajo el mismo número días que los demás.

– Pero te quedas aquí durante horas después de que tu turno llegue al final, y cubres las espaldas de la gente siempre. Estás demasiado involucrada. Sé que estás sustituyendo a Bill ahora mismo, pero cuando él llegue quiero que te marches. Y no te quiero aquí en un par de semanas. Necesitas perspectiva. Esto es duro, reducir drásticamente el trabajo, pero tienes que tener una debida distancia.

– No ahora, Rhonda. Por favor, no ahora. Necesito estar aquí más que nunca.

Rhonda amablemente apretó la tensa mano de Mary. -Éste no es un lugar apropiado para solucionar tus problemas, y lo sabes. Eres una de mis mejores voluntarias que he tenido, y que quiero que vuelvas. Pero sólo después de que hayas tenido algún tiempo para despejar la cabeza.

– No puedo tener ese tipo de tiempo. – Murmuró Mary bajo su respiración.

– ¿Qué?

Mary tembló y sonrió a la fuerza. -Nada. Por supuesto, tienes razón. Saldré tan pronto como Bill llegue.

Bill llegó cerca de una hora más tarde, y Mary estuvo fuera del edificio dos minutos después. Cuando llegó a casa, cerró la puerta y se apoyó contra los paneles de madera, escuchando el silencio. El horrible, aplastante silencio.

Dios mío, quería volver a las oficinas de línea directa. Necesitaba oír las suaves voces de los otros voluntarios. Y los teléfonos sonando. Y el zumbido de los fluorescentes en el techo.

Porque sin distracciones, su mente volaba hacia las terribles imágenes: Las camas del hospital. Las agujas. Las bolsas de medicación pendiendo a su lado. En una horrible foto mental, se veía calva, su piel gris y sus ojos hundidos hasta que no pareciera ella misma, hasta que no fuese ella misma.

Y recordó cómo se sentía cuando dejaba de ser una persona. Después de que los doctores iniciaran su tratamiento con quimioterapia, rápidamente se había hundido en la clase marginada de los enfermos frágiles, de los moribundos, convirtiéndose nada más en un recordatorio lastimoso, espeluznante de la mortalidad de otras personas, un póster de la naturaleza terminal de la vida.

Mary pasó velozmente por la sala de estar, atravesó la cocina, y abrió la puerta corrediza. Cuando sus emociones explotaron en la noche, el miedo la hizo jadear, pero el choque del aire frío bajó su respiración.

No sabes qué es lo que puede estar mal. No sabes qué es lo que…

Ella repitió el mantra, tratando de lanzar una red sobre el incesante pánico mientras se dirigía hacia la piscina.

El Lucite de abajo no era más que una bañera grande de agua caliente, y su agua, espesa y lenta como el aceite negro a la luz de la luna. Ella se sentó, se sacó sus zapatos y calcetines, y metió sus pies en las profundidades heladas. Los mantuvo sumergidos incluso cuando se entumecieron, deseando tener el sentido común de saltar y nadar hasta la reja del fondo. Si se aferraba a ello el suficiente tiempo, entonces podría anestesiarse completamente.

Pensó en su madre. Y en cómo Cissy Luce había muerto en su cama en la casa que las dos siempre habían llamado hogar.

Todo sobre ese dormitorio era todavía muy claro: la forma en que la luz atravesaba las cortinas y hacía un patrón de copos de nieve. Esas pálidas paredes amarillas y la blanca alfombra y las mantas. Ese objeto de alivio que había amado su madre, la que tenía las pequeñas rosas con un fondo crema. El olor de nuez moscada y jengibre de un plato con una mezcla de flores secas. El crucifijo en el cabecero y el gran icono de la Madonna en el suelo de la esquina.

Las memorias ardían, obligando a Mary a ver la habitación como había estado después de que todo hubiese terminado, la enfermedad, la muerte, la limpieza, la venta de la casa. Lo había visto antes de mudarse. Limpio. En orden. Los católicos apoyos de su madre empaquetados fuera, la sombra que la cruz había dejado en la pared cubierta con una imagen enmarcada de Andrew Wyeth.

Las lágrimas no se quedarían en su sitio. Llegaron lenta e implacablemente, cayendo sobre el agua. Las miró caer sobre la superficie y desaparecer.

Cuando miró hacia arriba, no estaba sola.

Mary se levantó y tropezó hacia atrás, pero se detuvo, enjugándose las lágrimas. Era solo un niño. Un adolescente. De pelo oscuro y piel pálida. Tan delgado que estaba esquelético, tan bello que no parecía humano.

– ¿Qué estás haciendo aquí? – Le preguntó ella, no particularmente asustada. Era difícil estar tan asustada de algo tan angelical. -¿Quién eres?

Él sólo negó con la cabeza.

– ¿Te has perdido? – Él miró con seguridad. Hacía demasiado frío para que él llevara puestos sólo unos pantalones vaqueros y una camiseta. -¿Cómo te llamas?

Él levantó una mano hacia su garganta y la movió de un lado a otro negando con la cabeza. Como si fuera un extranjero y estuviera frustrado por la barrera idiomática.

– ¿Hablas inglés?

Él asintió y luego sus manos se elevaron al vuelo. El Lenguaje de Signos Americano. Él usaba el LSA.

Mary volvió a su antigua vida, cuando había enseñado a sus pacientes autistas a usar sus manos para comunicarse.

¿Lees los labios o puedes oír? Ella habló por señas tras él.

Él se congeló, como si que ella lo comprendiera fuese lo último que esperara.

Puedo oír muy bien. Solo que no puedo hablar.

Mary lo miró fijamente durante un momento. -Eres la persona que me llamaba.

Él vaciló. Luego asintió con la cabeza. Nunca tuve la intención de asustarle.

Y no llamo para molestarla. Solo me gusta saber que usted está allí. Pero no hay nada extraño en ello, honestamente. Lo juro.

Sus ojos firmes encontraron los suyos.

– Te creo -¿Pero qué iba a hacer ahora? La línea directa prohibía todo contacto con las personas que llamaban.

Sí, bien, ella no iba a sacar al pobre niño a patadas fuera de su propiedad.

– ¿Quieres comer algo?

Él negó con la cabeza. ¿Tal vez podría sentarme con usted un rato? Me quedaré el otro lado de la piscina.

Como si estuviera acostumbrado a que le dijeran que se mantuviera apartado de ellos.

– No- Dijo ella. Él inclinó la cabeza una vez y se marchó dando media vuelta. -Quiero decir, siéntate aquí. Cerca de mí.

Él se le acercó lentamente, como si esperara que ella cambiara de idea. Cuándo todo lo que ella hizo fue sentarse y poner sus pies de nuevo en la piscina, él se quitó un par de zapatillas de lona raídas, enrolló sus holgados pantalones, y se sentó a mas o menos un metro de ella.

Dios mío, él era tan pequeño.

Él puso sus pies en el agua y sonrió.

Está fría, afirmó él.

– ¿Quieres un suéter?

Él negó con la cabeza y movió sus pies en círculos.

– ¿Cómo te llamas?

– John Matthew.

Mary sonrió, pensó que tenían algo en común. -Dos profetas del Nuevo Testamento.

Las monjas me lo pusieron.

– ¿Monjas?

Hubo una larga pausa, como si él debatiera qué decirle a ella.

– ¿Estabas en un orfanato? -Ella apuntó amablemente. Ella recordó que había uno en la ciudad, Nuestra Señora de la Gracia.


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