SORIN.- Él lo que quería era proporcionarte un gusto.
ARKADINA.- ¿Sí?... ¡Y, además, no ha elegido una obra normal..., sino que nos ha obligado a escuchar todo un delirio decadente!... ¡Como broma, estoy dispuesta a escuchar incluso «delirios»..., pero aquí hay pretensiones a nuevas formas..., a una nueva era del arte!... ¡A mí me parece que lo que demuestra no es que ha encontrado «nuevas formas», sino que tiene mal carácter.
TRIGORIN.- Cada cual escribe como quiere y como puede.
ARKADINA.- ¡Pues que escriba como quiera y como pueda; pero que me deje a mí en paz!
DORN.- ¡Te encolerizas, Júpiter!...
ARKADINA.- ¡No soy Júpiter..., soy, sencillamente, una mujer... ( Enciende un cigarrillo.), y no me encolerizo! Pero sí me enoja el que un muchacho emplee el tiempo en cosas tan aburridas... ¡No era mi intención ofenderle!
MEDVEDENKO.- ¡Nadie tiene el derecho de separar el espíritu de la materia, ya que puede que sea el espíritu el que mantiene unidos los átomos! ( ATRIGORIN, y animando el tono.) ¿Nole parece que no estaría mal escribir una obra y representarla..., sobre cómo vivimos nosotros..., los maestros?... ¡Ah!... ¡Es una vida dura la nuestra!
ARKADINA.- Muy justo; pero no vamos a seguir hablando de obras ni de átomos... ¡El anochecer está sumamente agradable! ( Tendiéndole el oído.) Me parecía oír cantar... ¡Qué delicia!
POLINA ANDREEVNA.- Es en la otra orilla. ( Pausa.)
ARKADINA.( ATRIGORIN.) ¡Siéntese a mi lado!... Hará cosa de diez o quince años..., aquí, en el lago, todas las noches, ininterrumpidamente, había música y canto... Esparcidas por la ribera hay seis haciendas, y todavía recuerdo las risas, el alboroto, los estampidos que se oían... Pues ¡y las historias amorosas!... El « jeune premier», el ídolo de todas estas haciendas, era entonces el aquí presente ( Señalando aDORN.), doctor Evguenii Sergueich... ¡Ahora es un hombre encantador, pero en aquel tiempo era irresistible!... ¡A todo esto, la conciencia empieza a remorderme por haber ofendido a mi pequeño!... ¡Me siento intranquila!... ( Alzando la voz.) ¡Kostia!... ¡Hijo!... ¡Kostia!
MASCHA.- Yo iré a buscarlo.
ARKADINA.- ¡Hazme ese favor, querida!
MASCHA.- ( Avanzando hacia la izquierda.) ¡Uúuuuu!... ¡Konstantin Gavrilovich! ( Sale.)
NINA.- ( Surgiendo de detrás del estrado.) Como seguramente no continuará, me figuro que puedo salir... Buenas noches... ( Cambia un beso conARKADINA yPOLINA ANDREEVNA.)
SORIN.- ¡Bravo!
ARKADINA.- ¡Bravo, bravo!... ¡La hemos admirado!... ¡Con un exterior y una voz tan maravillosos como los suyos, es imposible..., un verdadero pecado..., vivir escondida en el campo!... ¡En usted hay talento!... ¡Escuche!... ¡Tiene que trabajar en escena!
NINA.- ¡Oh!... ¡Ese es, precisamente, mi sueño! ( Suspira.) ¡Pero nunca se realizará!
ARKADINA.- ¡Quién sabe!... Permítame que la presente: Trigorin, Boris Alekseevich.
NINA.- Qué alegría para mí!... ( Turbándose.) ¡Le leo siempre!
ARKADINA.- ( Haciéndola sentar a su lado.) ¡No se azare, querida!... ¡A pesar de su celebridad, es un alma sencilla!... ¿Lo ve?... ¡Él también se azara!
DORN.- Creo que ya se podía levantar el telón. Impone verle bajo.
SCHAMRAEV.- ¡Iakov!... ¡Levanta el telón! ( Este se alza.)
NINA.- ( ATRIGORIN.) ¿No es verdad que la obra es extraña?
TRIGORIN.- No he comprendido en absoluto nada. ¡Sin embargo, la estaba viendo con gusto! ¡Actuaba usted con tanta sinceridad!... ¡La decoración, además, era maravillosa! ( Pausa.) ¡Con seguridad que en este lago hay muchos peces!
NINA.- Sí.
TRIGORIN.- Me gusta pescar. Para mí no hay mayor placer que sentarse a una orilla al atardecer, y seguir con la vista el movimiento del flotador.
NINA.- ¡Pues a mí se me figura que para el que ha experimentado el placer de crear. ya no puede existir ningún otro placer!
ARKADINA.- ( Riendo.) ¡No le hable así!... ¡Cuando le dicen cosas bonitas se queda pegado!
SCHAMRAEV.- Recuerdo que una vez, en la ópera de Moscú, cuando el célebre Silva atacaba el «do» más bajo de la escala..., se encontraba como a propósito en la galería uno de nuestros cantores sinodales. Pues bien..., figúrense cuál sería nuestro asombro al oír un «¡Bravo, Silva!», dicho desde arriba y en una octava todavía más baja... Así... ( En un hilo de voz bajísimo.)
«¡Bravo, Silva!»... ¡El teatro entero se quedó petrificado! ( Pausa.)
DORN.- Ha pasado un ángel.
NINA.- Tengo que marcharme. Adiós.
ARKADINA.- Pero ¿por qué?... Por qué tan temprano? ¡No se lo permitimos!
NINA.- Es que me espera mi padre.
ARKADINA.- ¡Qué le vamos a hacer, entonces! ( Cambian un beso.) ¡Nos da pena dejarla marchar!
NINA.- Pues ¡si supiera la pena que me da a mí irme!
ARKADINA.- ¡Alguien tendrá que acompañarla, pequeña!
NINA.- ( Asustada.) ¡Oh, no, no!
SORIN.- ( A ella en tono de súplica.) ¡Quédese!
NINA.- ¡No puedo, Piotr Nikolaevich!
SORIN.- ¡Quédese una hora más siquiera!... ¿No?...
NINA.- ( Después de pensarlo un momento, y entre lágrimas.) ¡Imposible! ( Le estrecha la mano y sale apresuradamente.)
ARKADINA.- ¡En realidad. esta muchacha es una desgraciada!... Dicen que su difunta madre dejó toda su enorme fortuna a su marido. ¡Toda, hasta la última «kopeika»!... Por eso, ahora esta niña se ha quedado sin nada, pues parece ser que su padre ha hecho testamento a favor de su segunda mujer!... ¡Es indignante!
DORN.- Sí... El papaíto es bastante animal..., la verdad sea dicha.
SORIN.- ( Frotándose las manos, que se le han quedado frías.) Vámonos nosotros también. Esto se ha puesto muy húmedo. Me duelen las piernas.
ARKADINA.- Las tienes como de madera. Se ve que andas con dificultad... ¡Vámonos, pues, viejo mío desdichado! ( Le agarra del brazo.)
SCHAMRAEV.- ( Ofreciendo el brazo a su mujer.) «¡ Madame!»...
SORIN.- Oigo otra vez aullar al perro. ( ASCHAMRAEV.) ¡Tenga la bondad, Ilia Afanasievich, de decir que le suelten!
SCHAMRAEV.- ¡Imposible, Piotr Nikolaevich! ¡Me da miedo de que entren ladrones en el granero! ¡Tengo allí guardado mijo! ( AMEDVEDENKO, que ha echado a andar a su lado.) Pues, como le decía..., ¡en toda una octava más baja!: «¡Bravo, Silva!»... ¡Y no se trataba de ningún artista, sino de un simple cantor sinodal!