—Salí de Imladris, como se la llama en los cantos, hace ya muchas semanas —respondió Aragorn—. Conmigo venía Boromir de Minas Tirith. Mi propósito era llegar a esa ciudad con el hijo de Denethor, para ayudar a su gente en la guerra contra Sauron. Pero la Compañía con quien he viajado perseguía otros asuntos. De esto no puedo hablar ahora. Gandalf el Gris era nuestro guía.

—¡Gandalf! —exclamó Éomer—. ¡Gandalf Capagrís, como se lo conoce en la Marca! Pero te advierto que el nombre de Gandalf ya no es una contraseña para llegar al Rey. Ha sido huésped del reino muchas veces en la memoria de los hombres, yendo y viniendo a su antojo, luego de unos meses, o luego de muchos años. Es siempre el heraldo de acontecimientos extraños; un portador del mal, dicen ahora algunos.

”En verdad desde la última venida de Gandalf todo ha ido de mal en peor. En ese tiempo comenzaron nuestras dificultades con Saruman el Blanco. Hasta entonces contábamos a Saruman entre nuestros amigos, pero Gandalf vino y nos anunció que Isengard se preparaba rápidamente para la guerra. Dijo que él mismo había estado prisionero en Orthanc y que había escapado a duras penas, y pedía ayuda. Pero Théoden no quiso escucharlo, y Gandalf se fue. ¡No pronuncies el nombre de Gandalf en voz alta si te encuentras con Théoden! Está furioso. Pues Gandalf se llevó el caballo que llaman Sombragrís, el más precioso de los corceles del rey, jefe de los Mearas, que sólo el Señor de la Marca puede montar. Pues el padre de esta raza era el gran caballo de Eorl que conocía el lenguaje de los Hombres. Sombragrís volvió hace siete noches, pero la cólera del rey no se ha apaciguado, pues el caballo es ahora salvaje, y no permite que nadie lo monte.

—Entonces Sombragrís ha encontrado solo su camino desde el lejano Norte —dijo Aragorn—, pues fue allí donde Gandalf y él se separaron. Pero, ay, Gandalf no volverá a cabalgar. Cayó en las tinieblas de las Minas de Moria, y nadie ha vuelto a verlo.

—Malas nuevas son éstas —dijo Éomer—. Al menos para mí, y para muchos; aunque no para todos, como descubrirás si ves al rey.

—Nadie podría entender ahora en estos territorios hasta qué extremo son malas nuevas, aunque quizá lo comprueben amargamente antes que el año avance mucho más —dijo Aragorn—. Pero cuando los grandes caen, los pequeños ocupan sus puestos. Mi parte ha sido guiar a la Compañía por el largo camino que viene de Moria. Viajamos cruzando Lórien, y a este respecto sería bueno que te enteraras de la verdad antes de hablar otra vez, y luego bajamos por el Río Grande hasta los Saltos de Rauros. Allí los orcos que tú destruiste mataron a Boromir.

—¡Tus noticias son todas de desgracias! —exclamó Éomer, consternado—. Esta muerte es una gran pérdida para Minas Tirith, y para todos nosotros. Boromir era un hombre digno, todos lo alababan. Pocas veces venía a la Marca, pues estaba siempre en las guerras de las fronteras del Este, pero yo lo conocí. Me recordaba más a los rápidos hijos de Eorl que a los graves Hombres de Gondor, y hubiera sido un gran capitán. Pero nada sabíamos de esta desgracia en Gondor. ¿Cuándo murió?

—Han pasado ya cuatro días —dijo Aragorn—, y aquella misma tarde dejamos la sombra del Tol Brandir y hemos venido viajando hasta ahora.

—¿A pie? —exclamó Éomer.

—Sí, así como nos ves.

Éomer parecía estupefacto.

—Trancos es un nombre que no te hace justicia, hijo de Arathorn —dijo—. Yo te llamaría Pies Alados. Esta hazaña de los tres amigos tendría que ser cantada en muchos castillos. ¡No ha concluido el cuarto día y ya habéis recorrido cuarenta y cinco leguas! ¡Fuerte es la raza de Elendil!

”Pero ahora, señor, ¿cómo podría ayudarte? Tendría que volver en seguida a avisar a Théoden. He hablado con cierta prudencia ante mis hombres. Es cierto que aún no estamos en guerra declarada con la Tierra Tenebrosa, y algunos, próximos a la oreja del rey, dan consejos cobardes, pero la guerra se acerca. No olvidamos nuestra vieja alianza con Gondor, y cuando ellos luchen los ayudaremos: así pienso yo y todos aquellos que me acompañan. La Marca del Este está a mi cuidado, el distrito del Tercer Mariscal, y he sacado de aquí todas las manadas y las gentes que las cuidan, dejando sólo unos pocos guardias y centinelas.

—Entonces, ¿no pagáis tributo a Sauron? —le preguntó Gimli.

—Ni ahora ni nunca —dijo Éomer, y un relámpago le pasó por los ojos—, aunque he oído hablar de esa mentira. Hace algunos años el Señor de la Tierra Tenebrosa deseó comprarnos algunos caballos a buen precio, pero nos rehusamos, pues emplean las bestias para malos propósitos. Entonces mandó una tropa de orcos, que saquearon nuestras tierras y se llevaron lo que pudieron, eligiendo siempre los caballos negros: de éstos pocos quedan ahora. Por esa razón nuestra enemistad con los orcos tiene un sabor amargo.

”Pero en este momento nuestra mayor preocupación es Saruman. Se ha declarado señor de todos estos territorios, y desde hace varios meses estamos en guerra. Ha reclutado Orcos, y Jinetes de Lobos, y Hombres malignos, y nos cerró los caminos de El Paso, y así es posible que nos asalten desde el este y el oeste.

”No es bueno toparse con semejante enemigo: un mago a la vez astuto y habilidoso que tiene muchos disfraces. Va de un lado a otro, dicen, como un viejo encapuchado y envuelto en una capa, muy parecido a Gandalf, como muchos recuerdan ahora. Los espías que tiene a su servicio se escurren por todas partes, y sus pájaros de mal agüero recorren el cielo. No sé qué fin nos espera, y estoy preocupado, pues tengo la impresión de que sus amigos no son todos de Isengard. Pero si vienes a casa del rey, lo verás por ti mismo. ¿No quieres venir? ¿Es vana mi esperanza de que hayas sido enviado para ayudarme en estas dudas y aprietos?

—Iré cuando pueda —dijo Aragorn.

—¡Ven ahora! —dijo Éomer—. El Heredero de Elendil sería sin duda un fuerte apoyo para los Hijos de Eorl en estos tiempos aciagos. Ahora mismo se está librando una batalla en Oestemnet, y temo que termine mal para nosotros.

”En verdad, en este viaje por el Norte partí sin autorización del rey, y han quedado pocos guardias en la casa. Pero los centinelas me advirtieron que una tropa de orcos bajó de la Muralla del Este hace tres noches, y que algunos de ellos llevaban las insignias blancas de Saruman. De modo que sospechando lo que más temo, una alianza entre Orthanc y la Torre Oscura, me puse a la cabeza de mis éored, hombres de mi propia Casa. Alcanzamos a los orcos a la caída de la noche hace ya dos días, cerca de los lindes del Bosque de Ent. Allí los rodeamos, y ayer al alba libramos la batalla. Ay, perdí quince hombres y doce caballos. Pues los orcos eran mucho más numerosos de lo que habíamos creído. Otros se unieron a ellos, viniendo del este a través del Río Grande: se ven claramente las huellas un poco al norte de aquí. Y otros vinieron del bosque. Orcos de gran tamaño que también exhibían la Mano Blanca de Isengard; esta especie es más fuerte y cruel que todas las otras.

”Sin embargo, terminamos con ellos. Pero nos alejamos demasiado. Nos necesitan en el sur y el oeste. ¿No vendrás? Sobran caballos, como ves. Hay trabajo suficiente para la Espada. Sí, y quizá podamos servirnos también del hacha de Gimli y del arco de Legolas, si me perdonan lo que he dicho de la Dama del Bosque. Sólo digo lo que dicen los hombres de mi tierra, y me complacería enderezar mi error.


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