-¿Había hecho él efectivamente ese favor? Estaba el testimonio del mismo Goodson, como se podía leer en la carta de Stephenson. No podía haber mejor testimonio: era hasta la prueba de que había hecho el favor. Desde luego. De modo que el punto quedaba resuelto. No, no del todo. Recordó con sobresalto que aquel desconocido señor Stephenson tenía alguna duda sobre si la persona que había hecho el favor era Richards o algún otro… y…

-¡Dios mío! -¡Había dejado en sus manos una cuestión de honor! Él mismo tenía que decidir adónde debía ir a parar el dinero, y el señor Stephenson no dudaba de que, si él no era el hombre tascado, iría honestamente en busca del mismo. -¡Oh!, era terrible poner a un hombre en semejante situación.

-¡Ah! -¿Por qué habría expresado Stephenson aquella duda? -¿Por qué había querido aquella intromisión?

La meditación prosiguió.

-¿Cómo se explicaba que Stephenson recordara el nombre de Richards como aquél que había hecho el favor y no algún otro nombre? Esto tenía buen aspecto. -Sí, muy buen aspecto. En realidad, su aspecto era cada vez mejor…, hasta que se convirtió en una verdadera prueba. Y entonces Richards la expulsó inmediatamente de su espíritu, porque su instinto personal le decía que, cuando quedaba establecida una prueba, era preferible dejarla así.

Ahora se sentía razonablemente cómodo, pero quedaba aún otro detalle, que se le imponía. Desde luego él había hecho aquel favor, esto ya estaba admitido, pero -¿en qué consistía el favor? Era indispensable recordarlo; no se iría a dormir mientras no lo recordara. Y así se puso a pensar. Y pensó, pena, pensó uno docena de cosas favores posibles, -hasta probables-, pero ninguno le parecía adecuado, ninguno de ellos parecía lo bastante grande, ninguno de ellos parecía valer aquel dinero, la fortuna que Goodson quería dejarle en su testamento. Y, además, el no recordaba haberlo hecho. Y bien… Y Bien.. ¿Qué clase de favor podía ser para tornar tan exageradamente agradecido a un hombre.

-¡.Ah!

-¡Debía ser la salvación de su alma! Sin duda, se trataba de eso. Ahora recordaba cómo había emprendido antaño la tarea de convertir a Goodson y cómo había trabajado en eso durante no menta de…; iba a decir tres meses, pero después de un examen más detenido disminuyó el término a un mes, luego a uno semana, después a un día, finalmente a nada. -Sí, ahora recordaba y con poco grata nitidez que Goodson !e había dicho que se fuera al diablo y que se ocupara de sus asuntos. -¡Él no tenía ganas de seguir a Hadleyburg en el paraíso!

Por eso aquella solución estaba equivocado: él no había salvado el alma de Goodson. Richards se sintió desalentado. Al poco tiempo se le ocurrió otra idea. ¿Habría salvado los bienes de Goodson? No, eso aro: Goodson carecía de bienes.

-¿Su vicia? ¿Eso era! Naturalmente. Debía de habérsele ocurrido untes. Esta vez, con seguridad, estaba sobre la verdadera pista. E1 molino de su imaginación empozo a funcionar empecinadamente al cubo de un instante.

Después, durante dos fatigosas horas, se dedicó' a salvarle la vicia a Goodson. La salvaba en todo tipo de formas difíciles y peligrosas. En todos los casos la salvaba satisfactoriamente hasta cierto punto. Luego, cuando estaba empezando a convencerse de que aquello había sucedido realmente así, aparecía un molesto detalle que hacía todo inverosímil. Como cuando lo salvaba de morir ahogado, por ejemplo. En ese caso Richards arrastraba a Goodson hasta la orilla en estado de inconsciencia, mientras una multitud miraba y aplaudía, pero, cuando ya lo había pensado todo y estaba empezando a recordarlo, aparecía un conjunto de detalles insalvables: toda la ciudad tendría conocimiento del hecho, también lo tendría que saber Mary y él mismo debía recordarlo muy bien, en lugar de ser un insignificante favor que le había hecho "posiblemente sin saber su verdadero valor". Y, en este punto, Richards recordó que, además, él no sabía nadar.

Ah… había un punto que se le había pasado por alto desde el principio: debía haber un favor que le había hecho "posiblemente sin saber su verdadero valor". Esto habría limitado las investigaciones. Y así, precisamente con esto, poco a poco, encontró el hilo del asunto. Goodson, muchos años antes, había estado a punto de casarse con una dulce y linda muchacha llamada Nancy Hewitt, pero sin saber muy bien por qué el noviazgo se había roto. La muchacha murió; Goodson siguió siendo soltero y poco a poco se convirtió en un hombre amargado, que despreciaba abiertamente al género humano. Poco después de morir Nancy, la ciudad descubrió o creyó descubrir que aquélla había tenido algo de sangre negra en las venas. Richards trabajó durante no poco tiempo con estos detalles y por fin, le pareció recordar cosas relativas a aquella historia, que se le habían perdido en la memoria. Le pareció recordar vagamente que era él quien había descubierto lo de la sangre negra, que era él quien se lo había dicho a la ciudad, que la ciudad le había comunicado a Goodson la fuente del hallazgo, que él había salvado así a Goodson de casarse con una muchacha de color, que él le había hecho aquel gran favor "sin saber su verdadero valor", pero que Goodson sabía su valor y que se bahía salvado a duras penas del peligro y por eso se había ido a la tumba agradecido a su benefactor y lamentando no poder dejarle un patrimonio. Todo resultaba ahora claro y simple, y cuanto más lo meditaba Richards, más claro y seguro se sentía. Finalmente, cuando se acurrucó para dormir satisfecho y feliz, recordó todo aquello como si hubiese ocurrido el día anterior. En realidad recordaba vagamente que Goodson le había expresado su gratitud en cierta ocasión. Mientras tanto Mary había invertí, do seis mil dólares en una casa nueva para sí y un par de pantuflas para su pastor, y luego se había quedado apaciblemente dormida.

El mismo sábado por la noche el cartero había entregado una carta a cada uno de los demás ciudadanos importantes de Hadleyburg: diecinueve cartas en total. Los sobres eran todos distintos, y la caligrafía de la dirección era también distinta, pero las carros contenidas eran idénticas en todos sus detalles, menos en uno. Eran copias exactas de la carta recibida por Richards hasta la letra, y todas iban firmadas por Stephenson, pero, en lugar del nombre Richards, figuraba el del respectivo destinatario.

Durante el transcurso de la noche los otros dieciocho ciudadanos importantes hicieron lo que hacía a la misma hora su conciudadano Richards: aplicaron sus energías a recordar el notable favor que le hicieran inconscientemente a Barclay Goodson. En ninguno de los casos resultaba fácil la tarea; con todo, tuvieron éxito. Y mientras estaban entregados a aquel trabajo, que era difícil, sus esposas consagraban la noche a gastar el dinero, cosa mucho más fácil. Durante aquella sola noche las diecinueve esposas gastaron un promedio de siete mil dólares coda una de los cuarenta mil contenidos en el talego: ciento treinta y tres mil dólares en total.

Al día siguiente Jack Halliday se llevó una sorpresa. Advirtió que los rostros de los diecinueve ciudadanos más importantes de Hadleyburg y los de sus esposas mostraban nuevamente aquella expresión de apacible y santa felicidad. Esto le resultó incomprensible y, por lo demás, no logró inventar observación alguna al respecto que pudiese cambiarla o turbarla.


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