Los fiscales salieron y pronto tuvieron su propio grupo de periodistas con los que lidiar. Sus respuestas eran más lacónicas que las del abogado defensor y se negaron a responder preguntas relacionadas con las pruebas que pensaban presentar.

McCaleb buscó a Bosch y al final lo vio salir. El detective eludía a la multitud avanzando hacia los ascensores siempre pegado a la pared. Se le acercó una periodista, pero él levantó la mano y no hizo declaraciones. La mujer se detuvo y retrocedió como una molécula perdida que se reintegra al núcleo congregado en torno a J. Reason Fowkkes.

McCaleb siguió a Bosch por el pasillo y lo alcanzó cuando se detuvo a esperar un ascensor.

– Harry Bosch, hola.

Bosch se volvió con la cara de «sin comentarios», pero entonces vio que se trataba de McCaleb.

– Hola, McCaleb. -Sonrió.

Los dos hombres se dieron la mano.

– Parece el peor caso hollywoodesco -comentó McCaleb.

– A mí me lo vas a contar. ¿Qué estás haciendo aquí? No me digas que vas a escribir un libro sobre esto.

– ¿Qué?

– Ahora todos los retirados del FBI escriben libros.

– No, yo no soy así. Aunque estaba pensando que a lo mejor podía invitarte a comer. Hay algo de lo que quiero que hablemos.

Bosch miró el reloj y estaba tomando una decisión.

– Edward Gunn.

Bosch miró a McCaleb.

– ¿Jaye Winston?

McCaleb asintió.

– Me pidió que echara un vistazo.

Llegó el ascensor y entraron en él junto con una muchedumbre que había estado en la sala. Todos parecían estar mirando a Bosch, aunque intentaban disimularlo. McCaleb decidió no continuar hasta que estuvieran fuera.

En la planta baja se dirigieron a la salida.

– Le dije que haría un perfil de él. Algo rápido. Para hacerlo necesito conocer a Gunn. Pensaba que a lo mejor podías hablarme de aquel viejo caso y de qué clase de tipo era.

– Era un cabrón. Mira, tengo tres cuartos de hora como máximo. Tengo que ponerme en marcha. He de visitar a los testigos para asegurarme de que todos están preparados antes de la apertura.

– Acepto los tres cuartos de hora. ¿Conoces algún sitio para comer por aquí cerca?

– Olvídate de la cafetería de aquí. Es espantosa. Hay un Cupid's en Victory.

– Vosotros los polis siempre coméis en los mejores sitios.

– Por eso hacemos lo que hacemos.

10

Se comieron los perritos calientes en la calle, en una mesa con sombrilla. Aunque era un día de invierno de temperatura suave, McCaleb estaba sudando. Solía haber entre seis y diez grados más en el valle de San Fernando que en Catalina y McCaleb no estaba acostumbrado al cambio. Su termostato interno no había vuelto a ser el mismo después del trasplante y con frecuencia se ponía a sudar o tenía escalofríos.

Empezó con un poco de charla intrascendente sobre el juicio.

– ¿Estás preparado para convertirte en una estrella de Hollywood con este caso?

– No, gracias -dijo Bosch entre mordiscos de lo que les cobraron como un Chicago Dog-. Más bien creo que terminaré en el turno de noche de la Setenta y siete.

– Bueno, ¿crees que lo tienes?

– Nunca se sabe. La fiscalía no ha ganado un caso importante desde hace mucho. No sé cómo irá éste. Los abogados dicen que todo depende del jurado. Yo creía que dependía del peso de las pruebas, pero siempre he sido un detective idiota. John Reason contrató a los asesores para elegir el jurado del caso de O. J. Simpson y están muy a gusto con los doce. Joder, John Reason. Incluso lo llamo con el nombre que le pusieron los periodistas. Eso demuestra lo bueno que es controlando las cosas, esculpiendo las cosas. -Negó con la cabeza y le dio otro mordisco al Chicago Dog.

– ¿Quién era ese tío alto que lo acompaña? -preguntó McCaleb-. El que estaba detrás de él como un matón.

– Es su investigador, Rudy Valentino.

– ¿Se llama así?

– No, se llama Rudy Tafero. Trabajaba en el departamento. Estuvo con los detectives de Hollywood hasta hace unos años. En la comisaría lo llamaban Valentino por la pinta. Le encantaba. Es igual, la cuestión es que se hizo detective privado. Tiene licencia para depositar fianzas y no me preguntes cómo lo hizo, pero empezó a tener contratos de seguridad con un montón de gente de Hollywood. Apareció en esto en cuanto trincaron a Storey. De hecho, Rudy fue quien presentó a Fowkkes y Storey. Probablemente se llevó una buena comisión por eso.

– ¿Y el juez? ¿Qué tal lo ves?

Bosch asintió, como si hubiera encontrado algo bueno en la conversación.

– El pistolero. Houghton no se anda con chiquitas. Le soltará un bofetón a Fowkkes si es preciso. Al menos tenemos eso a nuestro favor.

– ¿El pistolero?

– Debajo de esa toga negra, el tío va calzado; o al menos eso cree la gente. Hace cinco años llevaba el caso de un mafioso mexicano y cuando el jurado lo declaró culpable, un grupo de colegas y familiares del acusado se pusieron como locos y casi empezaron un motín en la sala. Houghton sacó una Glock y disparó al techo. En un momento se calmaron los ánimos. Desde entonces es el juez titular al que reeligen con más votos. Mira el techo cuando entres en su sala. El agujero de bala sigue allí. No va a dejar que nadie lo tape.

Bosch dio otro mordisco y consultó su reloj. Cambió de tema hablando con la boca llena.

– No es nada personal, pero supongo que han llegado a un callejón sin salida con Gunn si ya han pedido ayuda de fuera.

McCaleb asintió.

– Algo así.

Miró la salchicha picante que tenía delante y lamentó no tener un cuchillo y un tenedor.

– ¿Qué pasa? No hacía falta que viniéramos aquí.

– No pasa nada. Sólo estaba pensando que entre los crepés de Dupar's de esta mañana y esto a lo mejor me hace falta un corazón nuevo a la hora de cenar.

– Si quieres parar tu corazón, la próxima vez, después de que vayas a Dupar's pásate por Bob's Donuts. Está allí mismo en el Farmer's Market. El glaseado. Un par de ésos y sentirás que las arterias se te endurecen y se parten como carámbanos colgados de una casa. Nunca han dado con un sospechoso, ¿verdad?

– Eso es. Nada.

– ¿Por qué te interesa tanto?

– Por lo mismo que a Jaye. Puede que el que ha hecho esto sólo esté empezando.

Bosch se limitó a asentir, porque tenía la boca llena.

McCaleb estudió a su interlocutor. Tenía el pelo más corto de lo que él recordaba. También más canoso, pero eso era de esperar. Seguía conservando el mismo bigote y los mismos ojos. Le recordaron a los de Graciela, tan oscuros que apenas había límite entre el iris y la pupila. Pero los ojos de Bosch estaban cansados y con los párpados caídos y con arrugas en las comisuras. Aun así, siempre se estaban moviendo, observando. Estaba sentado ligeramente inclinado hacia adelante, como si estuviera a punto de salir corriendo. McCaleb recordó que con Bosch siempre había sentido que estaba ante un resorte, que en cualquier momento o por cualquier razón, Bosch podía llevar la aguja a la zona roja.

Bosch buscó en el interior de su chaqueta, sacó unas gafas de sol y se las puso. McCaleb se preguntó si lo hacía porque se había dado cuenta de que lo estaba evaluando. Cogió la salchicha picante y finalmente le dio un mordisco. Tenía un gusto delicioso y mortal al mismo tiempo. Volvió a dejar la salchicha goteante en el plato de papel y se limpió la mano con una servilleta.

– Bueno, háblame de Gunn. Me has dicho que era un cabrón, ¿qué más?

– ¿Qué más? Eso es todo. Era un depredador. Usaba a las mujeres, las compraba. Asesinó a aquella chica en el motel, no tengo ninguna duda.

– Pero la fiscalía dejó el caso.

– Sí, Gunn alegó defensa propia. Dijo cosas que no encajaban, pero no lo suficiente para presentar cargos. Alegó defensa propia y no iba a haber suficientes pruebas para ir contra él en un juicio. Así que no presentaron cargos. Fin de la historia, siguiente caso.


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