Curry permanece incólume.

– Míranos, Vincent. Veinticinco años y todavía estamos librando la misma guerra. Dime dónde está el plano y no volverás a verme. Nada más hay entre nosotros. El resto -el brazo de Curry barre el auditorio, abarcándolo todo- no vale nada.

– Vete, Richard -dice Taft.

– Ambos lo hemos intentado y ambos hemos fracasado -continúa Curry-. ¿Cómo lo dicen los italianos? «No hay peor ladrón que un mal libro». Portémonos como hombres y quitémonos de en medio. ¿Dónde está el plano?

Hay susurros por todas partes. El vigilante se coloca entre Paul y Curry pero, para mi sorpresa, éste baja repentinamente la cabeza y comienza a caminar hacia el pasillo del extremo opuesto. El vigor ha desaparecido de su rostro.

– Viejo estúpido -dice, dirigiéndose a Taft aunque le esté dando la espalda al escenario-. Sigue actuando.

Los estudiantes que están apoyados en la pared se abren paso hacia el frente del auditorio, manteniendo la distancia. Paul se queda clavado en el suelo mientras observa cómo se marcha su amigo.

– Vete, Richard -ordena Taft desde el podio-. Y no vuelvas.

Todos seguimos el lento avance de Curry hacia la salida. La estudiante de la puerta lo observa con ojos grandes y asustados. Al cabo de unos pocos segundos, ha cruzado el umbral, ha entrado en el vestíbulo y se ha perdido de vista.

En cuanto desaparece, un murmullo intenso se adueña de la sala de conferencias.

– ¿Qué diablos ha sido eso? -pregunto con la mirada fija en la entrada. En nuestra esquina, Gil se ha acercado a Paul.

– ¿Te encuentras bien?

– No lo entiendo… -titubea Paul.

Gil le pone una mano en el hombro.

– ¿Qué le has dicho?

– Nada -dice Paul-. Tengo que ir a buscarlo. -Las manos le tiemblan; todavía lleva el diario entre ellas-. Necesito hablar con él.

Charlie empieza a protestar, pero Paul está demasiado alterado para discutir. Antes de que podamos insistir en lo contrario, se da la vuelta y se dirige a la puerta.

– Iré con él -le digo a Charlie.

Asiente. Al fondo, la voz de Taft ha comenzado a retumbar de nuevo; cuando me vuelvo hacia el escenario, el gigante parece estar mirándome directamente. Desde su silla, Katie me hace señas. Mueve los labios; es una pregunta sobre Paul, pero no logro entender lo que me dice. Me subo la cremallera de la chaqueta y salgo del auditorio.

En el patio, las carpas se tambalean como esqueletos en la oscuridad, balanceándose sobre las clavijas. El viento ha cesado, pero la nieve continúa, más fuerte que antes. Al doblar la esquina escucho la voz de Paul.

– ¿Te encuentras bien? -pregunta.

Al asomarme, veo a Richard Curry, a menos de tres metros, con su chaqueta sacudiéndose al viento.

– ¿Qué ocurre? -pregunta Paul.

– Vuelve adentro -dice Curry.

Me acerco para oír más, pero la nieve cruje bajo mis pies. Curry me mira y la conversación se detiene. Espero que dé muestras de haberme reconocido, pero es en vano. Tras poner una mano en el hombro de Paul, Curry se aleja lentamente.

– ¡Richard! ¿No podemos ir a hablar a algún sitio?

Pero el viejo se aleja más rápido ahora, metiendo los brazos en la americana. No contesta.

Tardo un segundo en recuperarme y acercarme a Paul. Juntos vemos cómo Curry desaparece bajo la sombra de la capilla.

– Necesito averiguar dónde encontró Bill el diario -dice.

– ¿Ahora mismo?

Paul asiente.

– ¿Dónde está Bill?

– En el despacho de Taft, en el Instituto.

Miro hacia el extremo opuesto del patio. El único medio de transporte que tiene Paul es un viejo Datsun que compró con el estipendio de Curry. El Instituto queda lejos de aquí.

– ¿Por qué has salido de la conferencia?

– He pensado que necesitarías ayuda.

Me tiembla el labio inferior. La nieve se acumula en el pelo de Paul.

– Estaré bien -dice.

Pero no lleva abrigo.

– Ven. Podemos ir juntos.

– Tengo que hablar con él a solas -dice Paul, mirándose los zapatos.

– ¿Seguro?

Asiente.

– Al menos coge esto -le ofrezco, al tiempo que me quito el abrigo.

– Gracias -dice sonriendo.

– Llámanos si necesitas algo.

Paul se pone el abrigo y se mete el diario bajo el brazo. Después de un instante comienza a alejarse, caminando entre la nieve.

– ¿Seguro que no necesitas ayuda? -le grito antes de que esté demasiado lejos para oírme. Él se da la vuelta y se limita a asentir-. Buena suerte -digo, hablando casi para mí mismo.

Y sé, mientras el frío penetra por el cuello de mi camisa, que no hay nada que hacer. Cuando Paul desaparece en la distancia, decido volver a entrar.

De camino al auditorio paso junto a la rubia sin decir palabra y veo que Gil y Charlie no se han movido de su sitio en la parte posterior de la sala de conferencias. No me hacen ningún caso; Taft ha acaparado su atención. Su voz es hipnótica.

– ¿Todo bien? -susurra Gil.

Le digo que sí. No quiero entrar en detalles.

– Algunos intérpretes modernos -está diciendo Taft- se han contentado con aceptar que el libro responde a muchas de las convenciones de un viejo género renacentista, el romance bucólico. Pero si la Hypnerotomachia es tan sólo una historia de amor convencional, ¿por qué hay sólo treinta páginas dedicadas al romance entre Polifilo y Polia? ¿Por qué las otras trescientas cuarenta páginas forman un laberinto de tramas subsidiarias, extraños encuentros con figuras mitológicas, disertaciones sobre temas esotéricos? Si tan sólo una de cada diez palabras se refiere al romance, ¿cómo explicamos el otro noventa por ciento del libro?

Charlie se gira nuevamente hacia mí.

– ¿Tú sabes todo esto?

– Sí. -Oí la misma conferencia docenas de veces en el comedor de casa.

– En resumen, esto no es una simple historia de amor. La «búsqueda de amor en medio de un sueño» de Polifilo (es así como la define el título en latín) es mucho más compleja que un simple chico-conoce-chica. Durante quinientos años, los estudiosos han aplicado sobre este libro las más poderosas herramientas interpretativas de su época, y ninguno de ellos ha encontrado la salida del laberinto.

» ¿Hasta qué punto es difícil la Hypnerotomachia? Considerad la suerte que han corrido sus traductores. El primer traductor francés condensó la primera frase del libro, que tenía originalmente más de setenta palabras, en menos de una docena. Robert Dallington, un contemporáneo de Shakespeare que intentó una traducción más fiel, simplemente perdió toda esperanza.

»Se dio por vencido antes de llegar a la mitad del texto. Desde entonces nadie ha intentado traducir el libro al inglés. Casi desde el momento mismo de su publicación, el libro ha sido considerado por los intelectuales de Occidente como sinónimo de oscuridad. Rabelais se burló de él. Castiglione aconsejó a los hombres del Renacimiento que no hablaran como Polifilo cuando cortejaran a una mujer.

» ¿Por qué, entonces, resulta el libro tan difícil de entender? Porque está escrito no sólo en latín e italiano, sino en griego, hebreo, árabe, caldeo, y además en jeroglíficos egipcios. El autor escribió en varios de estos idiomas al mismo tiempo, y a veces de forma intercambiable.

»Cuando estas lenguas no eran suficientes, se inventaba sus propias palabras.

»Además, el libro está rodeado de misterios. Para empezar, hasta hace muy poco nadie sabía quién lo había escrito. El secreto de la identidad del autor estaba tan celosamente guardado que ni siquiera el gran Aldus, el impresor, supo quién había compuesto su libro más célebre. Uno de los editores de la Hypnerotomachia escribió una introducción para el libro en la que pide a las Musas que le revelen el nombre del autor. Las Musas se niegan. Le explican que "mejor es ser cauteloso, para evitar que cosas divinas sean devoradas por celos vengativos".


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