Gil se lleva un dedo a los labios y señala la alcantarilla. Logro distinguir dos figuras. Están justo encima de nosotros, frente a Edwards Hall.
– Bill está intentando llamarme -dice Paul, acercando su busca a la luz, visiblemente agitado-. Tengo que salir de aquí.
Charlie le lanza una mirada perpleja y enseguida les indica a ambos, con un gesto, que se alejen de la luz. -No quiere moverse -dice Gil en voz baja. Paul está justo debajo de la tapa metálica, con la mirada fija en la pantalla de su busca, mientras por los huecos caen gotas de nieve derretida.
– Vas a hacer que nos cojan -susurro. -Dice que no recibe la señal en ninguna otra parte. -Bill nunca ha hecho algo así -contesta Paul. Lo agarro del brazo pero se libera de un tirón. Cuando ilumina la pantalla plateada del buscapersonas y nos la muestra, veo tres números: 911. – ¿Y eso qué significa?
– Bill debe de haber encontrado algo -dice Paul perdiendo la paciencia-. Tengo que ir a verlo.
El tráfico de pasos que hay frente a Edwards lanza nieve fresca a través de la tapa. Charlie se está poniendo tenso.
– Mira -dice-, es una casualidad. No es posible que recibas…
Pero el buscapersonas lo interrumpe. Comienza de nuevo a pitar. Ahora el mensaje es un número de teléfono: 116-7718. – ¿Qué es?
Paul pone la pantalla boca abajo y lee el texto que forman los dígitos: BILL-911.
– Me voy -dice Paul-. Me voy ahora mismo. Charlie niega con la cabeza.
– No uses esa boca. Hay demasiada gente allá arriba. -Quiere usar la salida del Ivy -dice Gil-. Le he dicho que queda demasiado lejos. Podemos volver a Clio. Aún quedan un par de minutos antes del relevo de los vigilantes.
A lo lejos comienzan a reunirse pequeños conjuntos de lucecitas rojas. Son ratas en cuclillas que nos observan.
– ¿Qué pasa? -le pregunto a Paul-. ¿Por qué es tan importante?
– Hemos encontrado algo grande -comienza a explicar. Pero Charlie lo interrumpe.
– Clio es nuestra mejor opción -asiente. Tras mirar el reloj, empieza a caminar hacia el norte-. Las 7.26. Debemos darnos prisa.
Capítulo 3
A medida que avanzamos hacia el norte, la forma del pasillo sigue siendo la de una caja, pero las paredes, que antes eran de hormigón, son ahora de piedra. Oigo la voz de mi padre, que me explica la etimología de la palabra sarcófago.
«Del griego "comer carne"… porque los ataúdes griegos estaban hechos de piedra caliza, que consumía todo el cuerpo -todo salvo los dientes- en cuestión de cuarenta días.»
Gil camina más de seis metros por delante de nosotros. Al igual que Charlie, se mueve con velocidad, está acostumbrado al paisaje. La silueta de Paul aparece y desaparece bajo la luz intermitente. Tiene el pelo pegado a la frente, aplastado por el sudor, y entonces recuerdo que apenas ha dormido en varios días.
Al cabo de veinticinco metros nos encontramos con Gil, que nos está esperando; mueve los ojos de lado a lado mientras nos conduce a la salida. Busca un segundo plan: hemos tardado demasiado.
Cierro los ojos e intento visualizar un mapa del campus.
– Quince metros más -le grita Charlie a Paul-. Treinta como máximo.
Al llegar a la boca de la alcantarilla de Clio, Gil se gira hacia nosotros.
– Levantaré la tapa y miraré si hay alguien. Preparaos para regresar corriendo por donde hemos venido. -Mira hacia abajo-. Tengo las 7.29.
Se aferra al primer peldaño de hierro, se pone en posición y apoya el antebrazo en la tapa. Antes de aplicar la presión, nos mira por encima del hombro y dice:
– Recordad que los vigilantes no pueden bajar para cogernos. Sólo pueden pedirnos que subamos. Quedaos abajo y no pronunciéis nombres, ¿entendido? Los tres asentimos.
Gil respira hondo, empuja la tapa con el puño, haciéndola girar sobre el codo. La tapa se desplaza unos quince centímetros. Gil hace un rápido inventario. En ese momento llega una voz desde arriba.
– ¡Quieto! ¡Quédese donde está! -Mierda -dice Gil entre dientes.
Charlie lo coge de la camisa y le da un tirón, agarrándolo cuando pierde el equilibrio.
– ¡Vamos! ¡Hacia allá! ¡Apagad las linternas! Me muevo a tropezones en la oscuridad, empujando a Paul, que está delante de mí. Trato de recordar el camino.
«Quédate a la derecha. A la izquierda están los tubos. Quédate a la derecha.»
Rozo la pared con el hombro y me rasgo la camisa. Paul, extenuado por el calor, se tambalea. Alcanzamos a dar veinte pasos, tropezando contra los demás, antes de que Charlie nos detenga para que Gil pueda alcanzarnos. A lo lejos, una linterna entra en el túnel por la boca de la alcantarilla. Tras ella baja un brazo y enseguida una cabeza. – ¡Salid de ahí!
El rayo se mueve en ambas direcciones, enviando un triángulo de luz que nada como un tiburón por el túnel. Ahora se oye otra voz, la de una mujer.
– ¡Os advertimos por última vez!
Miro a Gil. En medio de la oscuridad alcanzo a ver el perfil de su cabeza que niega, que nos advierte de que no hablemos.
Siento el aliento húmedo de Paul sobre la nuca. Se apoya en la pared, parece mareado. Nos llega de nuevo la voz de la mujer, que le habla a su compañero en voz deliberadamente alta.
– Dad la alarma. Oficiales, a todas las bocas.
Durante un instante la linterna se retira de la abertura. De inmediato Charlie nos empuja. Corremos hasta llegar a una intersección; la dejamos atrás y giramos a la derecha. Hemos entrado en territorio desconocido.
– Aquí no pueden vernos -susurra Gil, sin aliento, mientras enciende la linterna. Hay un largo túnel que se pierde en la oscuridad hacia lo que debe de ser el noroeste del campus.
– ¿Y ahora qué? -dice Charlie.
– Volvamos a Dod -sugiere Gil.
– No podemos. -Paul se seca la frente-. Han cerrado la salida.
– Estarán vigilando las rejillas principales -dice Charlie.
Comienzo a caminar hacia el túnel que va al oeste.
– ¿Ésta es la ruta más rápida hacia el noroeste?
– ¿Porqué?
– Porque creo que podríamos salir por Rocky-Mathey. ¿A cuánto estamos de allí?
Charlie le entrega nuestras últimas existencias de agua a Paul, que bebe con avidez.
– Unos trescientos metros -dice-. Tal vez más.
– ¿Por este túnel?
Gil reflexiona un instante y luego asiente.
– No se me ocurre nada mejor -dice Charlie.
Los tres comienzan a seguirme en la oscuridad.
Durante cierta distancia avanzamos, en silencio, por el mismo pasadizo. Cuando mi rayo de luz se hace demasiado débil, Charlie me cambia la linterna, pero sigue atento a Paul, que cada vez parece más desorientado. Cuando Paul se detiene por fin, para apoyarse en la pared, Charlie lo sostiene y lo ayuda a seguir, recordándole que no toque las tuberías. A cada paso, las últimas gotas de agua tintinean en nuestras botellas vacías.
Comienzo a preguntarme si he perdido mis puntos de referencia.
– Chicos -dice Charlie desde atrás-, Paul está a punto de desmayarse.
– Sólo necesito sentarme -dice Paul en voz baja.
De repente, Gil dirige la luz de la linterna a la distancia e ilumina un grupo de barras metálicas.
– Mierda.
– Reja de seguridad -dice Charlie.
– ¿Qué hacemos?
Gil se agacha para mirar a Paul a los ojos.
– Oye -dice, cogiéndolo por los hombros y sacudiéndolo-, ¿hay alguna manera de salir de aquí?
Paul señala el tubo de vapor que hay junto a la reja de seguridad, y luego hace un movimiento tembloroso con el brazo.
– Por debajo.
Al iluminar el tubo, veo que el aislante, en la parte inferior, a pocos palmos del suelo, está desgastado. Alguien ha intentado esto anteriormente.
– Imposible -dice Charlie-. No hay suficiente espacio.
– Hay un pestillo al otro lado -dice Gil, señalando un mecanismo que hay junto a la pared-. Sólo tiene que pasar uno y luego podremos abrir la reja. -Baja la cabeza de nuevo para hablarle a Paul-. ¿Lo has hecho antes?