Me encojo cuando Julian pronuncia las últimas sílabas. El informe de decisión es la recomendación política oficial de nuestra oficina sobre un tema. Y aunque nosotros hacemos la investigación y lo escribimos, el producto final suele ser presentado por Simon al Presidente. De tanto en cuanto, también nos dejan hacer la presentación. «Señor Presidente, esto es lo que opinamos de…» Es la zanahoria definitiva en la Casa Blanca… algo que llevo dos años esperando.
La semana pasada, Simon anunció que Julian haría la presentación. No son noticias nuevas. Aun así, Julian no puede evitar mencionarlo. Entrecerrando los ojos para comprobar su agenda, Simon muestra la misma silueta que le vi en el coche. Intento olvidarlo, pero no puedo. Todo lo que veo son aquellos cuarenta mil, diez mil de los cuales están ahora relacionados conmigo. Simon me lanza una mirada y un reflujo de bilis me sube del estómago. Si lo sabe, está jugando conmigo. Y si no… si no, no me importa. En cuanto salgamos de aquí pediré algunos favores.
Tras una rápida indicación de cabeza, pasamos a la persona que está a la derecha de Julian. Daniel L. Serota. Una sonrisa compartida engloba el resto de la sala. Aquí está Danny L.
Cada una de las personas empleadas en la Oficina del Consejero aporta sus cualidades personales al despacho. Algunos somos listos, otros tienen conexiones políticas, algunos saben tratar con la prensa, y otros trabajar bajo presión.
¿Danny L.? Es bueno para manejar documentos grandes.
Rasca el frente de sus gafas con las uñas, tratando de quitar una mota. Como siempre, su pelo oscuro está alborotado.
– Los israelíes estaban en lo cierto. He repasado hasta el último MemCon que tenemos archivado -explica, refiriéndose a las notas de las conversaciones que toman los ayudantes cuando el Presidente se reúne con algún jefe de Estado-. El Presidente y el primer ministro nunca dijeron nada, ni siquiera sobre cómo llegó allí el material. Y desde luego, nunca mencionaron interferencias de las Naciones Unidas.
– ¿Y repasó también todas las notas que había en Gestión de Archivos? -pregunta Simon.
– Sí. ¿Por qué?
– Había más de quince mil páginas allí.
Danny L. ni siquiera pestañea.
– ¿Y?
Simon mueve la cabeza mientras Pam se inclina para dar una palmadita a Danny L. en la espalda.
– Eres mi héroe -le dice-. Mi auténtico héroe.
Cuando se apagan las risas, continúo luchando contra el pánico. Simon lo está pasando demasiado bien. Esto no casa bien con lo que hacía en el bosque. Al principio quería pensar que era la víctima. Ahora no estoy tan seguro.
Mi mente va sopesando las posibilidades cuando le llega el turno a Pam. Como encargada de comprobar los currículums para los nombramientos judiciales, Pam conoce toda la porquería que pueden esconder los futuros jueces del país.
– Tenemos unos tres que pueden estar a punto para anunciarlos al final de la semana -explica-, incluyendo a Stone para el noveno turno.
– ¿Y qué hay de Gimbel? -pregunta Simon.-¿El del DC? Es uno de la terna. Estoy esperando el final de un papel…
– ¿Así que todo está en orden? ¿No hay problemas? -interrumpe Simon con escepticismo.
Algo va mal. Está llamando al orden a Pam.
– Que yo sepa, no hay problemas -dice Pam en tono de duda-. ¿Por qué?
– Porque en la reunión del Gabinete presidencial de esta mañana, alguien me dijo que flotan rumores de que Gimbel tuvo un hijo ilegítimo con una de sus antiguas secretarias. Al parecer, les ha estado pasando dinero durante años.
Las consecuencias se imponen rápidamente. La sala queda en absoluto silencio y todos los ojos se vuelven hacia Pam. Simon va a machacarla por esto.
– Tenemos una elección de aquí a dos meses -empieza a decir con un tono mesurado y sin nervios-, y un presidente que acaba de refrendar unas leyes importantes en favor de la investigación de la paternidad. ¿Y qué hacemos para que nos pidan un bis? Decirle al mundo que el actual candidato judicial de Hartson tiene un íntimo conocimiento de nuestra ley más reciente.
– Veo a Julian y a unos pocos más reírse al otro lado de la sala-.
No es para reírse -advierte Simon-. En todo el tiempo que llevo aquí, no recuerdo la última vez que vi un conflicto tan embarazoso entre los tres poderes del Estado.
– Lo siento -dice Pam-. Pero él nunca mencionó nada sobre…
– Por supuesto que no lo mencionó. Por eso a este trabajo lo llamamos comprobación de currículums -la voz de Simon permanece tranquila, pero está perdiendo la paciencia. Debe de haber habido barullo en el Gabinete con esto, y con la campaña de Bartlett acercándose poco a poco, todos los jefazos están al límite-. ¿No es ése su trabajo, señorita Cooper? ¿No se trata de…
– Tranquilo, Edgar -interrumpe una voz femenina. Me giro hacia la derecha y veo a Caroline Penzler agitando un dedo desde el canapé. Vestida con un blazer de lana barato a pesar del calor, Caroline es un peso pesado y la supervisora de Pam en los nombramientos. Es también una de las pocas personas de esta sala que no le tiene miedo a Simon-. Si Gimbel lo mantuvo en silencio y no hay pruebas por escrito, para nosotros es casi imposible saberlo.
Pam agradece en silencio con un gesto de aprecio la ayuda de su mentora. Pero Simon no se impresiona.
– No hizo las preguntas adecuadas -le espeta a Caroline-. Ésa es la única razón de que se le escabullese entre las piernas.
Caroline lanza una mirada furiosa a Simon. Hay mucha historia entre ellos dos. Cuando Hartson fue elegido por primera vez, los dos aspiraban a la cabeza del Consejo. Caroline era amiga de la Primera Dama. Maniobró con fuerza, pero ganó Simon. Y los chicos blancos mandaron.
– Tal vez no te des cuenta del proceso -dice Caroline-. Hay diferencia entre hacer preguntas duras y hacer todas las preguntas posibles.
– En año de elecciones, no hay diferencia. Todos saben cómo funciona la opinión: hasta el más pequeño detalle se magnifica. ¡Lo que quiere decir que cualquier cuestión es una cuestión importante!
– ¡Yo sé hacer mi trabajo! -explota Caroline.
– Eso está claramente en discusión -replica rugiendo Simon.
Pam vuelve al ataque negándose a permitir que Caroline cargue con el fallo.
– Señor, comprendo lo que usted dice, pero llevo días llamando a Gimbel. Y continúa diciendo que…
– No quiero saberlo. Si Gimbel no tiene tiempo, no tiene nominación. Además, es amigo del Presidente, y sólo por esa razón, debería aceptar las preguntas.
– Lo intenté, pero él…
– Es amigo del Presidente. Lo comprende.
Antes de que Pam pueda responder, alguien dice:
– Eso no es cierto. -Desde la otra punta de la mesa, el consejero adjunto Lawrence Lamb continúa-: No es amigo del Presidente.
Lawrence Lamb es un hombre alto, robusto, de ojos azules como cristal y un cuello largo que se inclina ligeramente hacia abajo de tantos años de agacharlo para hablar con la gente. Lamb conoce al presidente Hartson desde sus días en la escuela secundaria en Florida. Debido a eso, Lamb es uno de los amigos más próximos al Presidente y uno de sus consejeros de mayor confianza. Lo que significa que tiene lo que todos nosotros deseamos: la atención del Presidente. Y si tienes esa atención, tienes poder. Así que cuando Lamb nos dice que Gimbel no es amigo del Presidente, sabemos que se ha acabado la discusión.
– Creía que habían ido juntos a la facultad -insiste Simon, intentando no quedar mal.
– Eso no significa que sean amigos -dice Lamb-. Puedes creerme, Edgar.
Simon asiente en silencio. Se ha acabado.
– Le preguntaré lo de esos rumores sobre el niño -añade Pam, rompiendo finalmente el silencio de la sala-. Perdón por olvidarlo.
– Gracias -le responde Simon. Decidido a continuar, se vuelve hacia mí y me indica que ha llegado mi turno de hablar.
Bajo el cuaderno, doy un paso adelante y me digo que nada ha cambiado. Por muchas cosas que viera la noche anterior, éste sigue siendo mi momento.