– Te agradezco esto que haces.
– Tendrías que haberme llamado antes.
– Estuve intentándolo toda la tarde, pero no estabas.
– Eso es porque el FBI me estuvo interrogando durante dos horas. Nosotros dos compartimos oficina, ya sabes.
En ese instante perdí el apetito.
– ¿Y qué les dijiste?
– Contesté sus preguntas. Me preguntaron en qué estaba trabajando Caroline y les dije todo lo que sabía.
– ¿Les contaste algo de Nora y de mí?
– No hay nada que contar -dice con una sonrisa-. Yo no sé nada, señor agente. Lo único que recuerdo es que él se marchó del despacho.
Como ya he dicho, es una buena amiga.
– ¿Te hicieron muchas preguntas sobre mí?
– Tienen sospechas, pero no creo que tengan ni una pista. Sólo me dijeron que me tomara el resto del día libre. Y ahora, ¿quieres decirme tú qué es lo que está pasando en realidad?
Estoy tentado de hacerlo, pero decido que no.
– Sé que estás en dificultades, Michael. Eso te lo veo en la cara.
Mantengo los ojos fijos en el Pad Thai. No hay ninguna razón para involucrarla a ella.
– Pienses lo que pienses, esto no podrás hacerlo solo. Quiero decir, Nora ya te ha dejado colgado, ¿a que sí? Y eso nada lo cambiará. Ahora la única cuestión es saber si vas a ser tan tozudo que no quieras pedir ayuda. -Alarga el brazo y me pone una mano en el hombro-. Yo nunca traicionaré tu lealtad, Michael. Si quisiera ver cómo te ahogabas, ya podría haberlo hecho.
– ¿Haber hecho qué?
– Decirles lo que pienso.
– ¿Y qué es?
– Creo que Nora y tú os encontrasteis con algo que no teníais que encontrar. Y que, fuese lo que fuese, te hace pensar que en el infarto de Caroline hay algo más de lo que dijeron en los comunicados de prensa.
No respondo.
– Tú crees que alguien la mató, ¿no?
Yo sólo puedo seguir mirando el Pad Thai.
– Podemos salir de esto, Michael -me promete-. Basta con que me digas quién era. ¿Qué visteis? No tienes que guardártelo todo para ti…
– Simon -susurro.
– ¿Qué?
– Simon -repito-. Ya sé que suena disparatado, pero anoche fue a Simon a quien vimos.
Una vez abiertas las puertas, no me lleva mucho tiempo contarle toda la historia. Despistar a los del Servicio Secreto. Encontrar el bar. Seguir a Simon. Que nos pillaran con el dinero. Una vez contado, he de admitir que noto el peso que me he quitado de encima. No hay nada peor que estar solo.
Pam se limpia lentamente la boca con una servilleta mientras aún está procesando la información.
– ¿Y tú crees que él la asesinó?
– No sé qué pensar. No he tenido ni un segundo para tomar aliento.
– Estás en peligro, Michael -me dice moviendo la cabeza-. Estamos hablando de Simon.
Dice algo más, pero no la oigo. Lo único que entiendo es que el «nosotros» se ha convertido otra vez en «tú». El tenedor se me escurre de la mano y se estrella contra el plato. Sobresaltado por el ruido, vuelvo a estar como al principio.
– ¿Así que no vas a ayudarme?
– No, por supuesto que no se trata de eso -tartamudea, bajando la vista-. Te ayudaré, está decidido.
Me muerdo el interior del labio. Lo único que quiero hacer es aceptar el ofrecimiento. Pero cuanto más la miro picar la comida… pienso que no voy a meterla en esto, sobre todo porque yo todavía estoy luchando por saber cómo salir.
– Te agradezco que me escuches, pero…
– Está bien, Michael, yo sé lo que me hago.
– No, tú…
– Sí que lo sé -me interrumpe en tono de más confianza-. No he venido aquí para dejarte volar solo. -Hace una breve pausa y añade-: Te sacaremos de ésta.
Le muestro una sonrisa en mi rostro, pero, en lo más profundo, rezo para que tenga razón.
– Estaba pensando en sacar los expedientes del FBI de Simon y Caroline. Tal vez por ahí averigüemos por qué…
– Olvídate de los expedientes -dice-. Yo creo que tendríamos que ir directamente al FBI y…
– ¡No! -grito, cogiéndonos a los dos por sorpresa-. Perdona… es que… ya he visto los resultados de esa idea. Si yo abro la boca, Simon abre la suya.
– Pero si tú les dices que…
– ¿A quién piensas que van a creer: al consejero del Presidente o al joven adjunto al que pillaron con diez mil pavos en la guantera? Además, en cuanto empiece a cantar, me arruino la vida. Los buitres y sus unidades móviles meterán la nariz hasta la última prenda de ropa sucia que logren encontrar.
– ¿Estás preocupado por tu padre?
– ¿Tú no lo estarías?
No me responde. Quita su plato de la mesa y replica:
– Yo sigo sin creer que puedas limitarte a quedarte sentado y esperar a que pase todo.
– No me quedo sentado… sólo es que… tendrías que haber oído a Simon hoy. Estar callado es lo único que me puede servir… -Hago una pausa porque otra vez me quedo sin aire-. Es todo lo que tengo, Pam. Quedarme callado y empezar a buscar. Cualquier otra cosa sería echarme a mí mismo a las fieras. -Dejo que la lógica gane su punto y añado-: Además, no nos olvidemos del trasfondo de esto: un escándalo así es una bomba de relojería para la reelección. Tengo la seguridad de que por eso el FBI lleva las cosas tan a la chita callando.
El silencio de Pam me indica que tengo razón. Cojo mi plato y la sigo a la cocina. Pam está tirando la mitad de su comida a la basura. Otra que perdió el apetito. Sin darse la vuelta, me pregunta:
– ¿Y Nora, qué?
– ¿Qué pasa con ella? -digo, nervioso, bebiendo un sorbito de agua.
– ¿Qué va a hacer para ayudarte? Quiero decir, que si ella no fuera una cabra loca, tú no estarías en este lío.
– No todo es culpa suya. Su vida no es tan fácil como crees.
– ¿Que no es tan fácil? -me pregunta Pam haciéndome frente. Me lanza una mirada larga, firme, y luego hace girar los ojos con rapidez-. ¡Oh, no! -gime-. ¿No irás a intentar salvarla ahora, eh?
– No es que yo quiera salvarla…
– Sólo que tienes que hacerlo, ¿verdad? Estas cosas siempre son así.
– ¿De qué hablas?
– Sé por qué lo haces, Michael; incluso me admira por qué lo haces… pero sólo porque no pudieras ayudar a tu padre…
– ¡Esto no tiene nada que ver con mi padre!
Pam deja pasar el exabrupto, sabe que eso me calmará. En el silencio, tomo aliento. Desde luego que crecí procurando proteger a mi padre, pero eso no significa que quiera proteger a todo el mundo. Con Nora es… es distinto.
– Es un sentimiento maravilloso, Michael, pero esto no es como lo que hiciste por Trey. Nora no será tan fácil de encubrir.
– ¿De qué me hablas?
– No tienes por qué hacerte el tonto. Trey me contó cómo os conocisteis; y cómo acudió a tu despacho en busca de ayuda.
– No necesitaba ayuda; sólo quería algún consejo.
– Vamos, venga… lo pillaron pintando barbas de demonio y monóculos en los carteles de la campaña de Dellinger, y lo arrestaron por daños a la propiedad. Y estaba aterrorizado de tener que contárselo a su jefe…
– No estuvo detenido -le aclaro-. No fue más que una citación. Todo el asunto no fue más que una broma inocente, y lo más importante, lo hizo todo en su tiempo libre, no era como si lo hiciera dentro de la campaña.
– Aun así, cuando entró, tú apenas lo conocías; no era más que otra cara nueva de los del cuartel general… lo que significa que no hubieras tenido por qué pedir ningún favor a tus amiguetes de la facultad que están en la oficina del fiscal.
– No hice nada ilícito…
– No digo que lo hicieras, pero tampoco tenías necesidad de correr a rescatarlo.
Muevo la cabeza. No lo comprendo.
– Pam, no saques las cosas de quicio. Trey necesitaba ayuda y me la pidió a mí.
– No -exclama, levantando la voz-. Te la pidió porque necesitaba ayuda. -Me observa atentamente y añade-: Cada uno tenemos nuestra reputación aquí, para lo bueno y para lo malo.
– Y entonces, ¿qué tiene eso que ver con Nora?
– Pues lo que te he dicho: que ayudar a Trey, y a tu padre, y a tus amigos, y a cualquiera que necesite que lo rescaten, no significa que puedas lograrlo con Nora. Por no mencionar el hecho de que si no te andas con cuidado, dejará que te vayas a pique tú solo.