– ¿Te sientes mejor?

Vanessa no sabía si mejor, pero decididamente estaba sintiendo. Las caricias hipnóticas de las manos de Brady, el firme latido de su propio corazón…

Levantó la cabeza lo suficiente para verle los ojos. Vio comprensión en ellos y una fuerza que parecía haberse desarrollado durante el tiempo que había estado sin él.

– No sé si has cambiado o si eres el mismo.

– Un poco de las dos cosas. Me alegro de que hayas regresado.

– No iba a hacerlo -suspiró ella-. No iba a volver a acercarme a ti. Cuando estuve aquí antes, me enfadé porque me hiciste recordar… y lo que recordé fue que, en realidad, nunca había olvidado.

Brady sabía que, si ella seguía mirándolo así durante unos segundos más, él se olvidaría de que ella había ido allí buscando un amigo.

– Van… creo que deberías tratar de arreglar esto con tu madre. ¿Por qué no te llevo a tu casa?

– No quiero irme a mi casa esta noche… Deja que me quede contigo -añadió, sin poder evitarlo.

– No creo que sea una buena idea…

– Pues hace unas pocas horas sí que te lo pareció -replicó ella, soltándose de él-. Aparentemente, sigues hablando demasiado sin hacer nada.

– Y tú aún sabes qué teclas apretar -repuso él, furioso.

– Y tú no.

– Eres una niña consentida. Lo que tendría que hacer es arrastrarte al dormitorio y hacerte el amor hasta que te quedaras ciega, sorda y muda.

Vanessa sintió que la excitación se mezclaba con la alarma. ¿Qué sentiría al experimentar tanta pasión? ¿Acaso no se lo había preguntado desde que volvió a verlo? Tal vez era el momento de correr riesgos.

– Me gustaría ver cómo lo intentas…

Brady sintió que el deseo se apoderaba de él. Para defenderse de lo que estaba sintiendo, dio un paso atrás.

– No me tientes, Van…

– Si tú no me deseas; ¿por qué…?

– Sabes perfectamente que te deseo -gruñó mientras se daba la vuelta para no mirarla-. Maldita sea, sabes que siempre te he deseado. Me haces sentir como si volviera a tener dieciocho años. Mantente alejada de mí -bufó, cuando sintió que Vanessa daba un paso al frente. Agarró su cerveza y le dio un largo trago-. Te puedes quedar con la cama -añadió, algo más tranquilo-.Tengo un saco de dormir que puedo utilizar aquí.

– ¿Por qué?

– El momento es el peor posible -replicó. Arrojó la botella a un contenedor metálico, donde se hizo mil pedazos-. Por Dios, si vamos a volver a intentarlo, tenemos que hacerlo bien. Esta noche, estás disgustada, confusa y triste. Estás enfadada con tu madre y no voy a consentir que me odies también a mí por haberme aprovechado de todo eso.

Vanessa se miró las manos y comprendió que Brady tenía razón.

– Los momentos nunca han sido los adecuados para nosotros, ¿verdad?

– Llegará el momento que lo será, te lo aseguro. Puedes contar con ello. Ahora, es mejor que subas al dormitorio. Comportarme de un modo tan noble me pone malo.

Vanessa asintió y empezó a subir las escaleras. De repente, se detuvo y se dio la vuelta.

– Brady, siento mucho que seas un tipo tan bueno.

– Sí, yo también.

– No me refería a lo de esta noche. Tienes razón sobre lo de esta noche. Lo siento porque me recuerda lo loca que estuve por ti.Y la razón de ello.

Brady guardó silencio. Entonces, mientras ella seguía subiendo la escalera, se apretó una mano contra el vientre.

– Muchas gracias -se dijo a sí mismo-. Eso es justo lo que necesitaba escuchar para asegurarme de que no duermo nada esta noche.

Vanessa estaba tumbada en la cama de Brady, envuelta en sus sábanas. El perro lo había abandonado a él para dormir a los pies de la joven. Mientras observaba la profunda oscuridad del bosque, podía escuchar los suaves ronquidos caninos.

¿Habría sido capaz de acostarse con él en aquella cama? Una parte de ella lo había deseado, la parte que había estado esperando todos aquellos años como si sólo él pudiera hacerla sentir.

Sin embargo, cuando se le ofreció, lo hizo en contra de su propio instinto de supervivencia. Aquella misma tarde se había alejado de él, airada, incluso sintiéndose insultada, por la arrogante insistencia de Brady en que se convirtieran en amantes. ¿Qué sentido tenía haber regresado horas más tarde para pedirle aquello precisamente?

No tenía ningún sentido.

Brady siempre la había confundido. Siempre había sido capaz de hacer que ella se olvidara del sentido común. Afortunadamente, su frustración se aplacó un poco por la gratitud que sintió al saber que él la comprendía mejor que ella misma.

Durante todos los años que había pasado lejos de allí, en todas las ciudades en las que había estado, ni uno de los hombres que la habían acompañado la había tentado para que abriera los cerrojos de las defensas que tan fieramente protegían sus sentimientos. Sólo Brady. ¿Qué iba a hacer al respecto?

Estaba casi segura de que si conseguía que las cosas permanecieran como estaban hasta entonces podría marcharse tal y como había llegado cuando fuera el momento. Si era capaz de pensar en él tan sólo como amigo, podría marcharse sin mirar atrás. Sin embargo, si se convertía en su amante, en su primer y único amante, los recuerdos la perseguirían a lo largo de toda la vida.

Con un suspiro, admitió que había más. No quería hacerle daño. Por muy furiosa que le pusiera, por mucho daño que le hiciera, no quería causarle verdadero dolor. Si él había sido lo suficientemente amable como para dejar que se escondiera en su casa durante unas horas, ella le devolvería el favor asegurándose de mantener una distancia razonable entre ambos.

No. No se convertiría en su amante ni en la de ningún otro hombre. Tenía el ejemplo de su madre. Cuando Loretta se echó un amante, arruinó tres vidas. Vanessa sabía que su padre nunca había sido feliz. Sólo había vivido empujado por la amargura y por la obsesión que sentía por la carrera de su hija. Nunca había perdonado a su esposa por aquella traición. ¿Por qué si no había impedido que ella recibiera las cartas que su madre le había escrito? ¿Por qué si no nunca había vuelto a mencionar su nombre?

Cuando el dolor que le corroía el estómago se fue haciendo más agudo, se acurrucó sobre sí misma. De algún modo, trataría de aceptar lo que su madre había hecho y lo que no había hecho. Cerró los ojos y escuchó cómo un búho ululaba en los bosques y el retumbar distante de los truenos en las montañas.

Se despertó al rayar el alba por el sonido de la lluvia sobre el tejado. Aunque se sentía muy cansada, se incorporó y observó la oscuridad.

El perro se había marchado, aunque aún notaba el calor que el cuerpo del animal había dejado sobre las sábanas. Era hora de que ella también se marchara.

La enorme bañera resultaba muy tentadora, pero se recordó que debía ser práctica, por lo que se tomó una ducha. Diez minutos después, bajaba por las escaleras.

Brady estaba tumbado boca abajo, metido aún en el saco de dormir. Con el perro sentado pacientemente al lado, componía una imagen que partía el corazón.

Cuando llegó al pie de las escaleras, Kong comenzó a mover la cola. Ella se llevó un dedo a los labios para advertirle que guardara silencio, pero, evidentemente, el perro no entendía el lenguaje por señas. Lanzó un par de alegres ladridos y empezó a lamerle la cara a Brady. El lanzó una maldición y apartó la cabeza del perro de la suya.

– Vete tú solo a dar un paseo, maldita sea. ¿Es que no sabes reconocer un hombre muerto cuando ves a uno?

Sin darse por aludido, Kong se sentó encima de él.

– Ven aquí, Kong -susurró ella. Se dirigió a la puerta y la abrió.

Encantado de que alguien entendiera sus necesidades, Kong salió correteando al exterior a pesar de la copiosa lluvia. Cuando Vanessa se dio la vuelta, vio que Brady se había incorporado. Con ojos agotados, la observó entre guiños.


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