– ¡SÍ!
Lula comprobó su espejo retrovisor para echarle una última mirada a Diesel antes de dejar el estacionamiento de la fábrica de juguetes.
– Ese hombre está perfecto. No sé donde encuentras a esos tipos, pero no es justo. Acaparaste el mercado de lo caliente.
– Él es de hecho un super héroe, o algo así.
– No sé nada de eso. Apuesto que tiene niños super héroes, también.
Lula sonaba mucho como la Abuela. No quise pensar en los niños de Diesel, así que puse la radio.
– Tengo que relevarlo a las tres, -dije.
– Diablos, -dijo Lula, entrando en Quakerbridge-. Mira este estacionamiento. Está lleno. Esta terriblemente lleno. ¿Dónde se supone que me voy a estacionar? Sólo tengo dos días para hacer compras. No puedo tratar con esta cosa del estacionamiento. ¿Y por qué todos los mejores lugares son para los minusválidos? ¿Ves algún coche de minusválido en todas esas zonas de minusválidos? ¿Cuánta gente minusválida piensan que tenemos en Jersey?
Lula dio vueltas en el coche alrededor del lugar por veinte minutos, pero no encontró un estacionamiento.
– Mira ese pequeño morro del Sentra, está a punto de chocar a ese Pinto, -dijo Lula, girando, así tuvo el parachoques delantero de su Firebird a unas pulgadas del parachoques trasero del Sentra-. Uh-oh, -dijo, avanzando despacio-, mira como ese Sentra avanza por sí mismo. Antes de que lo sepas, va a haber un sitio disponible porque ese Pinto estará rodando por el carril de conducir.
– ¡No puedes llegar y empujar un coche de su sitio! -Dije.
– Seguro que puedo, -dijo Lula-. ¿Ves? Ya lo hice. -Lula tenía su bolso sobre su hombro, y estaba fuera del Firebird, contemplando la entrada del centro comercial-. Tengo mucho que hacer, -dijo Lula-. Te encontraré de regreso en el coche a las dos treinta.
Eché un vistazo a mi reloj. Eran las dos treinta. Y sólo tenía un regalo. Había comprado un par de guantes para mi papá. Era una cosa fácil. Le compraba guantes todos los años. Él contaba con eso. Yo estaba muy liada con los otros. Había dado a Valerie todas mis buenas ideas sobre los regalos. Y el centro comercial era un caos. Demasiados compradores. No hay suficientes dependientes en las cajas registradoras. Escoger artículos. ¿Por qué lo dejé para el último minuto? ¿Por qué atravieso por esto cada año? El próximo año compro mis regalos de Navidad en julio. Lo juro.
Lula y yo alcanzamos el coche simultáneamente. Yo tenía mi pequeña bolsa con los guantes, y Lula tenía cuatro enormes bolsas de compras llenas hasta los topes.
– ¡Vaya!, -dije-, eres buena. Yo sólo compré guantes.
– Infiernos, ni siquiera sé lo que hay en estas bolsas, -dijo Lula-. Sólo comencé a agarrar las cosas que estaban cerca de una caja. Creo que lo determinaré más tarde. Total todo el mundo siempre regresa las porquerías en cualquier caso, así que en realidad no importa lo que compraste la primera vez.
Lula fue hacia la salida y sus ojos se encendieron cuando llegó a la esquina del lugar.
– ¿Puedes creerlo? -dijo-. Tienen un lote de Árboles de Navidad. Necesito un Árbol. Voy a detenerme. Sólo será un minuto. Voy a comprarme uno.
Quince minutos más tarde teníamos dos Árboles de Navidad de 1,80 embutidos en el maletero de 1, 20 de Lula. Un árbol para Lula. Y uno para mí. Aseguramos la tapa del maletero con una cuerda, y nos pusimos en camino.
– Que bueno que vimos el lote de árboles, así además pudiste comprar un árbol, -dijo Lula-. No puedes tener una Navidad sin un Árbol de Navidad. Chica, amo la Navidad.
Lula estaba vestida con unas botas blancas de piel de imitación hasta las rodillas que la hacía ver como un [15] Sasquatch. Embutía su mitad inferior en unos pantalones rojos spandex muy ceñidos que mágicamente hacían brillar intensamente sus incrustaciones doradas. Llevaba puesto un suéter rojo con una aplicación verde en forma de Árbol de Navidad. Y lo complementaba con una chaqueta de piel de conejo amarilla teñida. Cada vez que Lula se movía, los pelos de conejo amarillos volaban de la chaqueta y flotaban en el aire como los pelillos del diente de león. Detrás de nosotros, el lote de árboles se perdió en una neblina amarilla.
– Bien, -dijo Lula, deteniéndose en un semáforo-. Sacudimos la Navidad. Estamos en camino a la Navidad. -La luz cambió y el tipo delante de nosotros vaciló. Lula se echó en la bocina y le dio con el dedo-. Muévelo, -gritó-. ¿Crees que tenemos todo el día? Es Navidad, por amor de Dios. Tenemos cosas de hacer. -Ella alcanzó la carretera y salió, atacando vehementemente “Jingle bells” a todo pulmón-. Jingle bells, jingle bells, jingle all the wa-a-a-ay, -cantó.
Puse mi dedo en mi ojo.
– Oye, ¿tienes otra vez esa contracción nerviosa en el ojo? -preguntó-. Necesitas hacer algo con esa sacudida. Deberías ver a un doctor.
Lula estaba en el tercer coro de “Silent Night” cuando se estacionó al lado del Jag negro. Salí del Firebird y me incliné para hablar con Diesel.
– Lula y yo podemos hacer el siguiente turno, -le dije-. Si algo pasa, te llamo.
– Suena bien, -dijo Diesel-. Podría aprovechar un descanso. Ha estado tranquilo todo el día, y así es como me gusta. Si no hay más disturbios, Sandor volverá finalmente a su taller.
– No te preocupes, querido Diesel, -dijo Lula por detrás de mí-. No perderemos de vista este lugar. Paz y tranquilidad es mi segundo nombre.
Diesel estudió a Lula y sonrió.
– Entonces, ¿de qué se trata? -Quiso saber Lula cuando Diesel se marchó.
– Estoy detrás de que un NCT llamado Sandy Claws. Él tiene esta fábrica de juguetes.
– ¿Y qué hay con el coche al lado de nosotros? Tiene un asiento elevado detrás del volante. ¿Y qué son esas palancas en la columna de dirección?
– La mayor parte de los empleados de aquí son personas pequeñas.
A veces cuando Lula estaba excitada sus ojos se abren de par en par y se salen como grandes huevos de pato blancos. Este era uno de esos momentos de ojos de huevo de pato.
– ¿Me estás jodiendo? ¿Enanos? ¿Un edificio entero lleno de enanos? Adoro a los enanos. He sentido eso por los enanos desde que vi el Mago de Oz. Excepto aquel tipo, Randy Briggs. Era un pequeño infeliz desagradable.
– Briggs está aquí, también, -dije-. Trabaja en la oficina.
– Hunh. Yo no me opondría a patearle el culo.
– ¡Nada de patear culos!
Lula sacó su labio inferior y tiró los ojos nuevamente dentro de sus cuencas.
– Lo sé. ¿Crees que no lo sé? Tengo sentido del decoro. Infiernos, mi segundo nombre es Decoro.
– De todos modos, no lo verás, -dije-, porque sólo vamos a sentarnos aquí.
– No quiero sentarme aquí, -dijo Lula-. Quiero ver a los enanos.
– Son personas pequeñas ahora. Enano es políticamente incorrecto.
– Lo siento, no puedo mantenerme al ritmo en esa mierda de política correcta. Ni siquiera sé como llamarme yo. En un minuto soy negra. Luego afro americana. Luego una persona de color. ¿Quién demonios hace estas reglas, de todos modos?
– Bien, quienquiera que sean, personas pequeñas, elfos, o lo que sea, los verás cuando hagan el cambio de turno, y se vayan a casa.
– ¿Cómo sabes que ese tipo Claws no entró por una puerta trasera? Apuesto que esta fábrica tiene una vieja y grande puerta trasera. De seguro hasta tiene una zona de carga. Creo que deberíamos ir a preguntar si Claws no ha entrado aún.
Lula tenía un punto. Tal vez había una puerta trasera.
– Bien, -dije-, supongo que no hará daño probar con la mujer del escritorio una vez más.
Briggs se puso pálido cuando entramos en el área de recepción. Y la mujer en el escritorio pareció compungida.
– Me temo que él todavía no ha llegado, -me dijo.
– ¿Dónde se fabrican los juguetes? -preguntó Lula, andando hacia la puerta de la fábrica-. Apuesto que los hacen aquí dentro. Muchacho, realmente me gustaría ver como se hacen los juguetes.
La mujer detrás del escritorio se levantó.
– El Sr. Claws prefiere no tener visitantes en el taller.
– Sólo daré una rápida mirada, -dijo Lula. Y abrió la puerta-. Gatos santos, -dijo, entrando en el almacén-. ¡Ven a mirar esto! Hay un montón de elfos frenéticos.
Briggs salió del área de recepción, y ambos corrimos detrás de Lula.
– No son elfos de verdad, -dijo Briggs, patinando hasta detenerse delante de ella.
Lula estaba con las manos en las caderas.
– ¡Infiernos sí no lo son! Creo que reconozco a un elfo cuando veo uno. Mira esas orejas. Todos tienen orejas de elfo.
– Son orejas falsas, estúpida, -dijo Briggs a Lula-. Es una táctica de marketing.
– No me llames estúpida, -dijo Lula a Briggs.
– Estúpida, estúpida, estúpida, -dijo Briggs.
– Escucha, imbécil, -dijo Lula-. Podría aplastarte como a un bicho si quisiera. Tienes que tener más cuidado sobre a quien le faltas el respeto.
– Es ella, -gritó uno de los elfos, señalándome con el dedo-. Ella es la que comenzó el incendio en la oficina de empleo.
– ¿Incendio? -preguntó Lula-. ¿De qué habla?
– Ella comenzó el disturbio, -gritó alguien más-. ¡Agárrenla!
Todos los elfos saltaron de sus estaciones de trabajo y se lanzaron hacia mí en sus pequeñas piernas de elfo.
– Agárrenla. ¡Agárrenla! -gritaban todos-. Atrapen a la estúpida y grande buscapleitos.
– ¡Oye! -dijo Lula-. Espera. Que…
Agarré a Lula por la parte de atrás de su chaqueta y la tiré hacia la puerta.
– ¡Corre! Y no mires hacia atrás.