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Mi nombre es Stephanie Plum y tengo a un hombre extraño en mi cocina. Apareció de pronto. Un minuto estaba tomándome el café, mentalmente planificando mi día. Y luego al siguiente… poof, allí estaba.
Él medía más de 1,80 cm., con el pelo rubio ondulado tomado en una cola de caballo, ojos marrones oscuros, y el cuerpo de un atleta. Se veía a finales de los veinte, tal vez treinta. Vestía vaqueros, botas, una blanca y roñosa camisa térmica suelta sobre los vaqueros, y una chaqueta de cuero negra en sus amplios hombros. Tenía una barba de dos días, y no parecía feliz.
– Bien, esto no tiene gracia, -dijo él, claramente disgustado, con las manos en las caderas, mirandome. Mi corazón zapateaba en mi pecho. Yo estaba completamente en blanco. No sabía qué pensar o qué decir. No sabía quién era él o como entró en mi cocina. Daba miedo, pero aún más que eso él me inquietó. Era como ir a una fiesta de cumpleaños y llegar un día adelantada. Era como… ¿qué demonios pasa?
– ¿Cómo? -Pregunté-. ¿Qué?
– Oye, no me preguntes a mí, mujer, -dijo-. Estoy tan sorprendido como tú.
– ¿Cómo entraste en mi apartamento?
– Cariño, no me creerías si te lo dijera. -Se movió al refrigerador, abrió la puerta, y sacó una cerveza. La abrió, tomó un largo trago, y se limpió la boca con el dorso de su mano-. ¿Sabes cómo es transferida la gente en Viaje a las Estrellas? Es algo parecido.
De acuerdo, entonces tengo a un patán engreído bebiendo cerveza en mi cocina, y creo que podría estar loco. La única otra posibilidad en que puedo pensar es que alucino y él no es real. Fumé algo de marihuana en el colegio pero eso ya había pasado. No creo que tuviera una regresión por las drogas. Había champiñones en la pizza anoche. ¿Podría ser eso?
Por suerte, trabajo en la ejecución de fianzas, y estoy algo acostumbrada a ver a tipos aterradores surgiendo de armarios y bajo las camas. Crucé poco a poco la cocina, metí mi mano en la lata de galletas de oso pardo, y saqué mi Smith y Wesson calibre 38 de cinco tiros.
– Caray -dijo-, ¿qué vas a hacer, pegarme un tiro? Como si eso fuera a cambiar algo. -Miró más atentamente el arma y negó con la cabeza con otra oleada de fastidio-. Cariño, no hay balas en esa arma.
– Podría haber una, -dije-. Podría tener una en la recámara.
– Sí, claro. -Terminó la cerveza y salió de la cocina a la sala de estar. Miró alrededor y se movió al dormitorio.
– Oye, -grité-. ¿Adónde crees que vas?
Él no se detuvo.
– Eso es, -le dije-. Voy a llamar a la policía.
– Dame un respiro, -dijo él-. En verdad estoy teniendo un día horrible. -Se sacó las botas y se arrojó en mi cama, examinando el cuarto desde su posición extendida-. ¿Dónde está la televisión?
– En la sala de estar.
– Demonios, ni siquiera tienes televisión en tu dormitorio. ¿Qué estupidez es esa?
Con cautela me acerqué a la cama, extendí la mano y lo toqué.
– Sí, soy real, -dijo él-. Algo. Y todo mi equipo funciona. -Sonrió por primera vez. Era una sonrisa “deja caer los calcetines”. Dientes blancos brillantes y ojos simpáticos arrugados en las comisuras-. Por si estás interesada.
La sonrisa era buena. Las noticias eran malas. Sinceramente no sabía que pretendió decir. Y no estaba segura que me gustara la idea de que su equipo funcionara. En conjunto, eso no hizo mucho para ayudar a mi ritmo cardiaco. La verdad es, que soy más o menos una cazadora de recompensas cobarde. De todos modos, aunque no sea la persona más valiente del mundo, puedo engañar como los mejores de ellos, así que puse los ojos en blanco.
– Contrólate.
– Vendrás, -dijo él-. Ellas siempre lo hacen.
– ¿Ellas?
– Las mujeres. Las mujeres me aman,-dijo.
Buena cosa que no tuviera una bala en la recámara como había amenazado porque definitivamente le pegaría un tiro a este tipo.
– ¿Tienes nombre?
– Diesel.
– ¿Es tu nombre o apellido?
– Es mi nombre completo. ¿Quién eres?
– Stephanie Plum.
– ¿Vives sola?
– No.
– Esa es una gran mentira,-dijo él-.Tienes escrito que vives sola por todas partes.
Entorné los ojos.
– ¿Perdón?
– No eres exactamente una diosa sexual, -dijo-. Pelo horrible. Pantalones de buzo holgado. Sin maquillaje. Personalidad piojosa. No, que no haya algo de potencial. Tienes una buena forma. ¿Qué eres, 34B? Y tienes una buena boca. Bonitos labios carnosos. -Me lanzó otra sonrisa-. Un tipo podría fantasear mirando esos labios.
Grandioso. El pirado que de alguna manera se metió en mi apartamento fantaseaba con mis labios. Pensamientos de violadores en serie y asesinatos sexuales circularon por mi mente. Las advertencias de mi madre resonaron en mis oídos. Ten cuidado con los desconocidos. Mantén tu puerta cerrada con llave. Sí, pero esto no es mi culpa, razoné. Mi puerta estaba cerrada con llave. ¿Qué hay con eso?
Tomé sus botas, las llevé a la puerta principal, y las arrojé al pasillo.
– Tus botas están en el pasillo, -grité-. Si no vienes a buscarlas, las lanzó por la rampa de la basura.
Mi vecino, el Sr. Wolesky, salió del ascensor. Sostenía una pequeña bolsa blanca de la panadería en su mano.
– Mira esto, -dijo él-, inicio el día con una rosquilla. Es lo que la Navidad me hace. Me vuelvo loco y luego necesito una rosquilla. Cuatro días para la Navidad y las tiendas te dejan limpios, -dijo-. Y todos dicen que vendieron todo, pero sé que suben los precios. Siempre tienen que robarte en Navidad. Debería haber una ley. Alguien debería investigarlo.
El Sr. Wolesky abrió su puerta, entró dando tumbos, y la cerró de golpe. La cerradura de su puerta hizo clic en el lugar, y oí que encendía la televisión.
Diesel me apartó de un codazo, entró en el pasillo, y recuperó sus botas.
– Sabes, tienes un verdadero problema de actitud, -dijo.
– Esto es actitud, -le dije, cerrando la puerta, y echándole llave al apartamento.
El cerrojo se movió, la cerradura cayó, y Diesel abrió la puerta, caminó al sofá, y se sentó para ponerse sus botas.
Era difícil escoger una emoción. Aturdida y asombrada sería lo más alto de la lista. Locamente asustada no estaba muy atrás.
– ¿Cómo hiciste eso? -Dije, con voz chillona y sin aliento-. ¿Cómo abriste mi puerta?
– No sé. Es sólo una de esas cosas que podemos hacer.
La carne de gallina hormigueaba en mis antebrazos.
– Ahora de verdad me están dando escalofríos.
– Relájate. No voy a lastimarte. Diablos, se supone que haré tu vida mejor. -Gruñó y ladró una risa por lo que eso significaba-. Sí, seguro, -dijo.
Respira profundo, Stephanie. No es un buen momento para hiperventilar. Si me desmayaba por falta de oxígeno Dios sabe lo que me pasaría. ¿Supongamos que él era del espacio exterior, y me hacía un sondeo anal mientras estaba inconsciente? Un temblor me sacudió. ¡Mierda!
– ¿Qué tenemos aquí? -Le pregunté-. ¿Fantasma? ¿Vampiro? ¿Extranterreste?
Él se repantigó en el sofá e hizo zapping en la televisión.
– Te estás aproximando.
Yo estaba pérpleja. ¿Cómo se deshace uno de alguien que puede abrir cerraduras? Ni siquiera puedes hacerlo arrestar por la policía. Y aunque decidiera llamar a la policía, ¿qué le diría? ¿Tengo a un tipo en cierto modo real en mi apartamento?
– Supón que te golpeó y te encadenó a algo. ¿Entonces qué?
Él estaba surfeando por los canal, concentrado en la televisión.
– Podría soltarme.
– ¿Supón que te disparo?
– Me enfurecería. Y no es inteligente enfurecerme.
– ¿Pero podría matarte? ¿Podría lastimarte?
– ¿Qué es esto, las veinte preguntas? Estoy buscando un juego. ¿Qué hora es, de todos modos? ¿Y dónde estoy?
– Estás en Trenton, Nueva Jersey. Son las ocho de la mañana. Y no contestaste mi pregunta.
Él apagó la televisión.
– Maldición. Trenton. Debería haberlo adivinado. Ocho de la mañana. Tengo un día entero para hacer tiempo. Maravilloso. Y la respuesta a tu pregunta es… no pronto. No sería fácil matarme, pero supongo que si te lo propones podrías encontrar algo.
Fui a la cocina y telefoneé a mi vecina de al lado, la Sra. Karwatt.
– Me preguntaba si podría venir sólo un segundo, -dije-. Hay algo que me gustaría mostrarle. -Un momento después, acompañé a la Sra. Karwatt a mi sala de estar-. ¿Qué ve? -Le pregunté-. ¿Hay alguien sentado en mi sofá?
– Hay un hombre en tu sofá, -dijo la Sra. Karwatt-. Es grande, y tiene una cola de caballo rubia. ¿Es la respuesta correcta?
– Sólo comprobaba, -dije a la Sra. Karwatt-. Gracias.
La Sra. Karwatt se marchó pero Diesel se quedó.
– Ella podía verte, -le dije.
– Pues bien, obvio.
Él había estado en mi apartamento ya casi por media hora, y no había rotado completamente la cabeza o tratado de luchar conmigo para derribarme. Era un buen signo, ¿verdad? La voz de mi madre volvió. Eso no significa nada. No bajes tu guardia. ¡Podría ser un maníaco! El problema era, que la idea de un perturbado chocaba frente al presentimiento de que era un buen tipo. Cabezota y arrogante y generalmente detestable, pero no un criminal desquiciado. Por supuesto, es posible que en mis instintos influyera el hecho de que era increíblemente atractivo. Y olía maravilloso.
– ¿Qué haces aquí? -Le pregunté, la curiosidad comenzaba a anular el pánico.
Él se levantó, estiró y rascó el estómago.
– Pues soy el maldito Espíritu de la Navidad.
Me quedé boquiabierta. El maldito Espíritu de la Navidad. Debo estar soñando. Probablemente soñé que llamaba a la Sra. Karwatt, también. El maldito Espíritu de la Navidad. De hecho es terriblemente gracioso.
– Mira, -le dije-. Tengo bastante espíritu Navideño. No te necesito.
– No me grites, Gracie. Personalmente, odio la Navidad. Y preferiría estar sentado bajo una palmera ahora mismo, pero oye, aquí estoy. Así que sigamos con ello.
– Mi nombre no es Gracie.
– Cómo sea. -Él miró alrededor-. ¿Dónde está tu árbol? Se supone que tienes un estúpido Árbol de Navidad.
– No he tenido tiempo para comprar un árbol. Estoy tratando de encontrar a un tipo. Sandy Claws. Es buscado por robo, y no ha acudido a su vista en el tribunal, así que está violando su acuerdo de fianza.
– ¡Hah! Bien. Esa no es la mejor excusa para no tener un Árbol de Navidad. Déjeme ver si entendí bien los detalles. ¿Eres una cazarrecompensas?