– Creo que eres una porquería, también, -dijo Mary Alice a Diesel.
Diesel deslizó su brazo a través de mis hombros y se inclinó acercándose, con su aliento caliente contra mi oreja.
– Fuiste lista al elegir un hámster, -dijo.
Valerie volvió al comedor a tiempo para el postre.
– Es una alergia, -dijo-. Creo que soy intolerante a la lactosa.
– Chica, eso es una vergüenza, -dijo la Abuela-.Tenemos pastel de piña para esta noche, y tiene mucha crema chantilly.
Gotas de sudor aparecieron en el labio superior de Valerie y en la frente, y Valerie volvió corriendo arriba.
– Es gracioso cómo vienen estas cosas, -dijo la Abuela-. Nunca antes fue intolerante a la lactosa. Debe haberlo agarrado en California.
– Voy a buscar algunas galletas a la cocina, -dijo mi madre.
Fui detrás de ella y la encontré zurrándose un vaso de [5] Four Roses.
Ella brincó cuando me vio.
– Me asustaste, -dijo.
– Vine para ayudarte con las galletas.
– Sólo tomaba un sorbo. -Un estremecimiento corrió por mi madre-. Es Navidad, sabes.
Este era un sorbo del tamaño de un [6] Trago Grande.
– Tal vez Valerie no está embarazada, -dije.
Mi madre redujo drásticamente el Trago Grande, se santiguó, y volvió al comedor con las galletas.
– ¿Así que, -dijo la Abuela a Kloughn-, haces galletas de Navidad en tu casa? ¿Ya pusiste tu árbol?
– Actualmente no tenemos un árbol, -dijo Kloughn-. Somos judíos.
Todos dejaron de comer, hasta mi padre.
– No pareces judío, -dijo la Abuela-. No llevas puesto una de esas gorras.
Kloughn puso los ojos en blanco como si buscase su cachucha perdida, visiblemente sin poder hablar, quizá todavía el oxígeno no conseguía llegar totalmente a su cerebro después del desmayo.
– ¿No es grandioso? -dijo la Abuela-. Si te casas con Valerie podemos festejar algunas de esas celebraciones judías. Y podemos conseguir un juego de candelabros. Yo siempre quise uno de esos candelabros judíos. No es genial, -dijo la Abuela-. Esperen a que les diga a las muchachas en el salón de belleza que podríamos meter a un Judío en nuestra familia. Todo el mundo va a estar celoso.
Mi padre todavía estaba sentabo perdido en sus pensamientos. Su hija podría casarse con un tipo judío. No era una gran cosa que pasara, a la vista de mi padre. No que tuviera algo contra los judíos. Era que las oportunidades eran escasas sino inexistente de que Kloughn fuera italiano. En el esquema de las cosas de mi padre, había italianos y luego el resto del mundo.
– No descenderás de italianos, ¿verdad? -preguntó mi padre a Kloughn.
– Mis abuelos eran alemánes, -dijo Kloughn. Mi padre suspiró y volvió a concentrarse en su lasaña. Otra metedura de pata en la familia.
Mi madre quedó pálida. Bastante malo era que sus hijas no asistieron a la iglesia. La posibilidad de tener nietos no católicos era un desastre mucho peor que la aniquilación nuclear.
– Tal vez tengo que poner un par de galletas más en el plato, -dijo mi madre, levantándose de la mesa.
Una carrera más por galletas y mi madre iba a desmayarse en el suelo de la cocina.
A las nueve Angie y Mary Alice fueron metidas en la cama. Mi abuela estaba en algún sitio con su studmuffin, y mi madre y mi padre estaban delante de la televisión. Valerie y Albert Kloughn hablaban de sus cosas en la cocina. Y Diesel y yo estábamos parados fuera en la acera delante del CRV. Hacía frío y nuestro aliento hacía nubes de escarcha.
– ¿Y qué pasa ahora? -Pregunté-. ¿Te transportas de regreso?
– No esta noche. No podría conseguir un vuelo.
Mis cejas se levantaron un cuarto de pulgada.
– Estoy bromeando, -dijo él-. Chica, tú te creerías cualquier cosa.
Por lo visto.
– Bien, esto ha sido un verdadero regalo, -dije-, pero ya tengo que irme.
– Seguro. Te veré por ahí.
Entré en el CRV, encendí el motor, y salí corriendo. Cuando llegué a la esquina giré en mi asiento y miré hacia atrás. Diesel todavía estaba parado exactamente donde lo había dejado. Conduje alrededor de la manzana, y cuando volví a la casa de mis padres la acera estaba vacía. Diesel había desaparecido sin dejar rastro.
Él no se apareció de improviso en mi coche cuando estaba a mitad de camino a casa. No apareció en mi vestíbulo del edificio de apartamentos. No estaba en mi cocina, dormitorio, o cuarto de baño.
Dejé caer un pedazo de galleta de mantequilla en la jaula del hámster en la encimera de mi cocina y miré a Rex saltar de su rueda y abalanzarse sobre la galleta.
– Nos deshicimos del extraterrestre, -dije a Rex-. Buen negocio, ¿hunh?
Rex pareció que pensaba, sensiblería extraterrestre. Supongo que cuando se vive en una jaula de vidrio no te preocupas mucho por extranterrestres en la cocina. Cuando eres una mujer sola en un apartamento, los extranterrestres son terriblemente buenos en asustar. Excepto Diesel. Diesel era inoportuno y confuso, y tanto como odiaba admitirlo, era irritantemente simpático. Asustarse había caído bajo en la lista.
– Entonces, -dije a Rex-, ¿por qué crees que no me da miedo Diesel? Quizá alguna clase de magia extraterreste, ¿verdad?
Rex se atareaba en meter la galleta en sus carrillos.
– Y mientras tenemos esta discusión, -dije a Rex-, quiero tranquilizarte, que no me he olvidado de la Navidad. Sé que sólo faltan cuatro días, pero hice galletas hoy. Es un buen principio, ¿no?
La verdad es que no había ni un rastro de Navidad en mi apartamento. La cuenta atrás era de cuatro días y no tenía bolas rojas o luces brillantes a la vista. Además, no tenía regalos para nadie.
– ¿Cómo pasó esto? -Pregunté a Rex-. Sólo ayer me parecía que la Navidad estaba meses lejos.
Abrí mis ojos y chillé. Diesel estaba parado al lado de mi cama, mirándome fijamente hacia abajo. Agarré la sábana y la tiré hasta mi barbilla.
– ¿Qué? ¿Cómo? -Pregunté.
Él me dio un café para llevar de medida grande.
– ¿No tuvimos esta pequeña escena ayer?
– Pensé que te habías ido.
– Sí, pero ahora estoy de vuelta. Esta es la parte donde dices, buenos días, me alegro de verte, gracias por el café.
Abrí la tapa plástica y examiné el café. Parecía café. Olía como café.
– Ufff, -dijo-. Es sólo café.
– Una chica nunca puede ser demasiado cuidadosa.
Diesel tomó el café de vuelta y lo bebió.
– Levántate y brilla, bonita. Tenemos cosas que hacer. Necesitamos encontrar a Sandy Claws.
– Sé por qué yo necesito encontrar a Sandy Claws. No sé por qué tú tienes que encontrar a Sandy Claws.
– Sólo estoy siendo un tipo bueno. Pensé en volver y echarte una mano.
– Uh-hunh.
– ¿Vas a levantarte, o qué? -dijo.
– No me levantaré contigo parado allí. Y no me ducharé contigo en mi apartamento, tampoco. Sal y espérame en el pasillo.
Él sacudió su cabeza.
– Eres tan desconfíada.
– ¡Vete!
Esperé hasta que oí la puerta principal abrirse y cerrrarse y luego salí de la cama y me arrastré a la sala de estar. Vacía. Caminé suavemente con los pies descalzos hacia la puerta principal, la abrí, y miré fuera. Diesel estaba afirmado contra la pared de enfrente, con los brazos cruzados en el pecho, pareciendo aburrido.
– Sólo comprobaba, -dije-. No vas a aparecerte de improviso en mi cuarto de baño cuando esté allí, ¿verdad?
– No.
– ¿Lo prometes?
– Cariño, no necesito una impresión tan mala.
Cerré y aseguré la puerta, entré corriendo en el cuarto de baño, tomé la ducha más rápida en la historia de los Plum, me precipité de regreso a mi dormitorio, y me vestí con mi uniforme habitual de vaqueros, botas, y camiseta. Rellené el tubo de agua de Rex y le di unos bocados de hámster, una pasa, y un diente de maíz para el desayuno. Él salió precipitadamente de su lata de sopa, se metió la pasa y el maíz en su carrillo, y regresó a su lata.
Había tenido una idea brillante mientras estaba en la ducha. Conocía a un tipo que podría ayudarme a encontrar a Claws. Su nombre era Randy Briggs. Briggs no era un elfo, pero sólo medía 90 cm. Tal vez fuera algo bueno.
Hojeé mi libreta de direcciones y encontré el número de teléfono de Briggs. Briggs era un experto en computadoras autónomo. Por lo general trabajaba en casa. Y por lo general necesitaba dinero.
– Oye, -le dije-. Tengo un trabajo para ti. Necesito a un elfo encubierto.
– No soy un elfo.
– Ya, pero eres bajo.
– Cristo, -dijo Briggs. Y colgó.
Tal vez era mejor hablar con Briggs en persona. Desgraciadamente, ahora tenía un dilema. Pensé que había una posibilidad de que Diesel se marchase si nunca abría la puerta y lo dejaba entrar. El problema era, que tenía que salir.
Abrí la puerta y miré a Diesel.
– Sí, todavía estoy aquí, -dijo.
– Tengo ir a un lado.
– No bromees.
– Sola.
– Es la cosa sobrenatural, ¿no? Es porque todavía no has andado con uno raro, ¿cierto?
– Un…
Él lanzó un brazo alrededor de mis hombros.
– Apuesto que piensas que el Hombre araña es un tipo realmente lindo. Apuesto que piensas que sería divertido ser amiga de un tipo así.
– Tal vez…
– Entonces sólo finge que soy Spidey.
Lo miré de lado.
– ¿Eres Spidey?
– No. Él es mucho más bajo.
Agarré mi bolso y mis llaves y me puse mi chaqueta forrada de lana. Cerré con llave mi puerta principal y tomé la escalera hacia el estacionamiento.
Diesel estaba justo detrás mío.
– Podemos tomar mi coche, -dijo él.
– ¿Tienes coche?
Había un Jaguar negro estacionado a unos pies de la entrada trasera a mi edificio de apartamentos. Diesel emitió un pip y el Jag se abrió con el remoto.
– ¡Vaya!, -dije-, lo haces bien para ser un extraterrestre.
– No soy un extraterrestre.
– Sí, me sigues diciendo eso, pero no sé como más llamarte.
– Llámame Diesel.
Me metí en el asiento de pasajeros y me abroché el cinturón.
– ¿No es robado, verdad?
Diesel me miró y sonrió.
Maldición.
– Vamos a los Apartamentos Cloverleaf en Grand. Está cerca de una milla de aquí, por Hamilton.
El edificio de apartamentos Cloverleaf se parecía mucho al mío. Era un cubo de ladrillo grande y estrictamente utilitario. Tres pisos. Un entrada delantera y una trasera. El estacionamiento en la parte trasera.