– Gracias, cariño. Avísame si necesitas algo más.

– Sí, una cosa. ¿Está Layla esta noche?

– No, no está.

Bosch asintió y la camarera se incorporó.

– ¿Y Rhonda? -preguntó Bosch.

– Ésa es Randy.

Ella le señaló el escenario, pero Bosch negó con la cabeza y le hizo un gesto para que se acercara.

– No, Rhonda, como la de la canción Ayúdame, ayúdame, Rhonda. ¿Sabes si trabaja hoy? Ayer estaba aquí.

– Ah, esa Rhonda. Sí, acabas de perderte su actuación. Ahora estará detrás, cambiándose.

Bosch se metió la mano en el bolsillo y depositó un billete de cinco en la bandeja.

– ¿Podrías decirle que el amigo de Tony con quien habló anoche quiere invitarla a una copa?

– Sí, claro.

La camarera le apretó de nuevo el hombro y se marchó. Bosch volvió su atención al escenario, donde Randy acababa de terminar su primera canción. La siguiente fue Abogados, pistolas y dinero, de Warren Zevon. Hacía tiempo que Bosch no la oía, pero recordó que había sido un verdadero himno de los policías de uniforme cuando él también lo era.

La tal Randy no tardó en quitarse la ropa y quedarse totalmente desnuda a excepción de un liguero sujeto al muslo izquierdo. Mientras ella bailaba lentamente por la pasarela, muchos de los hombres se levantaban y deslizaban billetes bajo el liguero. Cuando alguien le ponía uno de cinco, Randy se apoyaba sobre su hombro, se contoneaba y le daba un beso en la oreja.

Al verlo, Harry comprendió al fin por qué había una huella en el hombro de la cazadora de Aliso.

– Hola, soy Rhonda -dijo una rubia menudita que se sentó junto a él-. Te has perdido mi espectáculo.

– Eso me han dicho. Lo siento.

– Bueno, vuelvo a salir dentro de media hora. Espero que te quedes. Yvonne dice que querías invitarme a una copa.

La camarera se encaminó hacia ellos, como si lo hubiera oído.

– Mira, Rhonda -le susurró Bosch-, prefiero darte el dinero a ti que al bar. Así que hazme un favor y no te me pongas exorbitante.

– ¿Exorbitante? -Ella lo miró perpleja.

– Que no pidas champán.

– Ah, vale.

La chica pidió un martini e Yvonne desapareció entre las sombras.

– Perdona, no sé cómo te llamas.

– Harry.

– Y eres un amigo de Tony de Los Ángeles. ¿También haces películas?

– No, no exactamente.

– ¿Y de qué conoces a Tony?

– Lo conocí hace poco. Estoy intentando encontrar a Layla para darle un recado. Yvonne me ha dicho que hoy no trabaja. ¿Sabes dónde puedo encontrarla?

Bosch notó que ella se ponía tensa, consciente de que algo no iba bien.

– Primero, Layla ya no trabaja aquí. Cuando hablé contigo ayer no lo sabía, pero se ha marchado. Y segundo, si eres realmente un amigo de Tony, ¿por qué me preguntas a mí cómo encontrarla?

No era tan tonta como había supuesto, así que Bosch decidió ir al grano.

– Porque a Tony lo han matado; por eso no puedo preguntárselo. Quiero encontrar a Layla para decírselo y para avisarla de que tenga cuidado.

– ¿Qué? -gritó ella.

Su voz se proyectó por encima de la música como una bala en el aire. Todo el mundo, incluida la chica desnuda del escenario, se volvió a mirarlos. La gente debió de pensar que él le había hecho una proposición deshonesta; que le había ofrecido una tarifa insultante por un acto igualmente insultante.

– Baja la voz, Randy -le rogó.

– Rhonda.

– Rhonda.

– ¿Cómo puede ser? Pero si estaba aquí el otro día.

– Alguien le disparó cuando volvió a Los Ángeles -explicó

Bosch-. Bueno, ¿sabes dónde está Layla? Si me lo dices, prometo protegerte.

– Pero ¿quién eres? ¿Eres su amigo o no?

– En estos momentos seguramente soy su único amigo. Soy policía. Me llamo Harry Bosch y estoy intentando averiguar quién lo mató.

La chica adoptó una expresión todavía más horrorizada que al enterarse de que Aliso había muerto. A Bosch no le sorprendió; era una reacción habitual cuando le decía a la gente que era policía.

– Ahórrate el dinero -le dijo ella-. No puedo hablar contigo.

Rhonda se levantó y se dirigió muy decidida hacia la puerta situada junto al escenario. Bosch la llamó, pero la música del espectáculo ahogó su voz. Al volverse vio que el hombretón del esmoquin lo vigilaba entre las sombras y decidió que no iba a quedarse a la segunda actuación de Rhonda. Tras tomarse un último trago de cerveza -ni siquiera había tocado la segunda copa-, se levantó de su asiento.

Cuando estaba a punto de salir, el tipo del esmoquin se situó detrás de él y golpeó uno de los espejos de la pared. Fue entonces cuando Bosch advirtió que había una puerta camuflada. La puerta se abrió y el matón se colocó frente a la salida del club para impedir el paso a Bosch.

– ¿Me hace el favor de pasar a la oficina?

– ¿Por qué?

– El director quiere hablar con usted.

Bosch vaciló un instante, pero a través de la puerta atisbó que efectivamente había un despacho, donde le esperaba un hombre trajeado. Harry entró, seguido del gorila del esmoquin, que cerró la puerta tras ellos.

Bosch miró al individuo sentado detrás de la mesa; era rubio y muy musculoso. Tanto era así que Harry no habría sabido por quién apostar si se hubiese desencadenado una pelea entre el del esmoquin y el presunto director. Los dos eran unos bestias.

– Acabo de hablar con Randy y me ha dicho que estabas preguntando por Tony Aliso.

– Randy, no. Rhonda.

– Me importa un carajo. Me ha contado que Tony estaba muerto.

Hablaba con un acento que a Bosch le pareció del sur de Chicago.

– Lo estaba y lo sigue estando.

A una señal del rubio, el gorila del esmoquin golpeó a Bosch en la boca con el revés de la mano. Harry trastabilló y se golpeó la cabeza contra la pared. Sin darle tiempo a recuperarse, el del esmoquin le dio la vuelta, lo puso cara a la pared y apoyó todo su peso sobre él. Harry notó que lo cacheaban de arriba abajo.

– Basta de hacerte el listo -le espetó el rubio-. ¿Qué hacías hablando de Tony con las chicas?

Antes de que Bosch pudiera contestar, las manos que le estaban registrando encontraron la pistola.

– Lleva una pipa -anunció el del esmoquin.

Bosch notó que le arrebataban el arma. Al mismo tiempo su boca se llenó de sangre y la rabia comenzó a oprimirle la garganta. A continuación las manos encontraron su cartera y las esposas. El matón las arrojó a la mesa, mientras mantenía a Bosch inmovilizado con una mano. Harry logró girar un poco la cabeza y ver al rubio abriendo la cartera.

– Es un poli. Suéltalo.

Cuando la mano se retiró de su cuello, Bosch se separó del tipo del esmoquin con brusquedad.

– Un poli de Los Ángeles -prosiguió el rubio-. Hieronymous Bosch. Como el pintor que hizo esas cosas tan raras, ¿no? Bosch se limitó a mirarlo mientras el rubio le devolvía la pistola y las esposas.

– ¿Por qué le has pedido que me pegara?

– Ha sido un error. Verás, la mayoría de polis que vienen aquí se anuncian, nos dicen qué buscan y nosotros los ayudamos si podemos. Pero tú te has colado a hurtadillas y nosotros tenemos un negocio que proteger. Te sangra el labio.

El hombre abrió un cajón y sacó una caja de pañuelos de papel que ofreció a Bosch.

Bosch se quedó con toda la caja.

– Así que es verdad lo que dijo la chica. Tony ha muerto.

– Ya te lo he dicho. ¿Lo conocías mucho?

– Vaya, ésta sí que es buena. Tú asumes que lo conocía y ya lo incluyes en la pregunta. Muy astuto.


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