– ¿Cómo se llama ese tío, el de las huellas?
– Luke Goshen. Lo teníamos fichado en el registro de permisos para locales de strip-tease. El permiso está a nombre de Goshen, para no involucrar a Joey. Era un sistema fácil y limpio, pero se les acabó el chanchullo. Las huellas relacionan a Goshen con un asesinato y Joey no puede estar muy lejos.
– Un momento. ¿Cómo se llama el club?
– Dolly's. Está en…
– North Las Vegas. ¡Qué cabrón!
– ¿Qué pasa? ¿He dicho algo?
– A este tal Goshen, ¿lo llaman Lucky?
– Sí. ¿Lo conoces?
– Lo conocí anoche, al muy hijo de puta.
– No me jodas.
– En Dolly's. La última llamada de Aliso desde Los Ángeles fue a ese club. Me enteré de que iba a menudo a ver una de las bailarinas, así que ayer me pasé por allí y la cagué. Uno de los matones de Goshen me hizo esto.
Bosch se tocó el bulto del labio.
– Me estaba preguntando qué te había pasado. ¿Quién te zurró?
– Dandi.
– Ah, el cerdo de John Flanagan. Hoy también trincaremos a esa bola de sebo.
– ¿Se llama John Flanagan? ¿Y por qué le llaman Dandi?
– Porque dicen que es el portero mejor vestido de todo el país, ya sabes, por el esmoquin. Cada día se acicala para ir a currar, de ahí el mote. Espero que no le dejases marcharse impunemente después de ese «morreo».
– No. Tuvimos una pequeña discusión antes de irme.
Iverson se echó a reír.
– Me caes bien, Bosch. Eres un tío duro.
– En cambio tú no sé si me caes bien. Sigue sin hacerme ninguna gracia que hayáis intentado robarme el caso.
– Nos beneficiará a todos, ya verás. Tú resuelves tu caso y nosotros eliminamos a un par de chorizos. Los mandamases se van a cansar de sonreír.
– Ya veremos.
– Ah, para que lo sepas -añadió Iverson-. Nosotros ya estábamos investigando a Goshen cuando tú llegaste.
– ¿Qué dices?
– Alguien nos avisó; recibimos una llamada anónima el domingo. El tío no dio su nombre, pero nos contó que estaba en un club de strip-tease y había oído a un par de matones hablar de un asesinato. También dijo que uno llamaba al otro Lucky.
– ¿Y qué más?
– Algo sobre meter al tío en el maletero y liquidarlo.
– ¿Sabía esto Felton cuando hablé con él ayer?
– No, aún no le había llegado la información. Se enteró por la noche, después de descubrir que las huellas que trajiste coincidían con las de Goshen. Uno de los detectives de la brigada iba a investigar el asunto y le pasó el aviso. Tarde o temprano habríamos hablado con Los Ángeles y tú habrías tenido que venir. Es una suerte que ya estés aquí.
Iverson y Bosch habían dejado atrás la ciudad y se dirigían a la cadena de montañas de color chocolate. De vez en cuando avistaban un grupo de viviendas: casas construidas en las afueras de Las Vegas a la espera de que la urbe las engullera. Bosch ya había estado en aquel lugar durante una investigación, para visitar a un policía jubilado. En aquella ocasión también le había parecido tierra de nadie.
– Háblame de Joseph Marconi -le pidió Bosch-. ¿Dices que intenta ser legal?
– No, lo que digo es que intenta aparentar legalidad, que no es lo mismo. Un tío como ése nunca será legal. Puede aparentar limpieza, pero siempre será una mancha de aceite en la carretera.
– ¿Y qué hace? Según los periódicos, la mafia fue expulsada de la ciudad para dejar paso a un nuevo concepto de diversión para toda la familia.
– Sí, ya me conozco la cantinela. Y en parte es verdad; Las Vegas ha cambiado mucho en los últimos diez años. Cuando empecé a trabajar aquí, podías escoger un casino al azar y ponerte a investigar. Todos tenían negocios ilegales, si no en la propia administración, a través de los suministradores, los sindicatos, etcétera. Ahora es distinto. Las Vegas ha pasado de ciudad del pecado a Disneylandia; tenemos más parques acuáticos que burdeles. No sé, creo que a mí me gustaba más antes. Tenía más personalidad, ¿sabes lo que quiero decir?
– Claro.
– Bueno, la cuestión es que hemos logrado expulsar a la mafia de un noventa por ciento de los casinos, lo cual es bueno. Pero todavía quedan bastantes «actividades extraescolares». Aquí es donde entra Joey. Tiene varios bares de strip-tease de categoría, sobre todo en North Las Vegas, porque allí están permitidos el desnudo y el alcohol, que es lo que da dinero. Además es una pasta muy difícil de controlar. Suponemos que el Marcas se saca un par de millones al año sólo de los locales. Le hemos mandado varias inspecciones fiscales, pero el tío lleva demasiado bien sus cuentas.
Iverson hizo una pausa.
– También creemos que controla buena parte de los burdeles del norte y maneja las típicas operaciones de préstamo y comercio de objetos robados. Además, el tío organiza apuestas y recauda impuestos de todo aquel que tiene «negocios» en la ciudad: ya me entiendes, prostitutas de lujo, espectáculos eróticos, todo eso. Joey es el rey. No puede entrar personalmente en ninguno de los casinos porque está en la lista negra de la comisión, pero eso no importa. Sigue siendo el rey.
– ¿Cómo puede correr apuestas en una ciudad donde puedes entrar en cualquier casino y apostar en cualquier juego, deporte o lo que te dé la gana?
– Porque para eso tienes que tener dinero. Con Joey, no. Él te acepta la apuesta, pero si tienes la mala pata de perder, más vale que encuentres la pasta o acabarás mal. Recuerda de dónde le viene el mote. Así controla a la gente; consigue que le deban dinero y que le entreguen una parte de lo que poseen, sea una fábrica de pintura en Dayton o…
– Una productora de películas baratas en Los Ángeles.
– Exactamente. Así funciona la cosa. O le das lo que quiere o, como mínimo, te rompe las dos piernas. En Las Vegas todavía desaparece gente, Bosch. Por fuera todo son volcanes, pirámides y barcos de cartón piedra, pero dentro sigue habiendo un agujero negro que engulle a la gente.
Bosch subió un poco el aire acondicionado. El sol ya había acabado de salir y el desierto comenzaba a arder.
– Esto no es nada -observó Iverson-. Ya verás a mediodía si aún seguimos por aquí; rondaremos los cuarenta y cinco grados. -¿Y la fachada de legalidad de Joey?
– Bueno, ya te he dicho que tiene intereses en todo el país: negocios legales que adquirió con el dinero de sus chanchullos. También se dedica a invertir. Joey blanquea la pasta que saca de sus diversos negocios sucios y la coloca en sitios legales, hasta en organizaciones benéficas. Posee varios concesionarios de automóviles, un club de campo al este de la ciudad y el pabellón de un hospital bautizado en honor de un hijo suyo que se ahogó en una piscina. Últimamente no para de salir en los periódicos inaugurando cosas. Ya te digo, Bosch, o nos lo cargamos o acabaremos entregándole la llave de la ciudad al muy hijo de puta.
Iverson sacudió la cabeza indignado. Al cabo de unos minutos de silencio, entró en un cuartel de bomberos y aparcó en la parte de atrás. Allí lo esperaban unos cuantos coches de detectives y varios hombres con vasos de café en la mano. Uno de ellos era el capitán Felton.
Bosch había olvidado traer un chaleco antibalas de Los Ángeles, por lo que tuvo que pedirle prestado uno a Iverson. Éste también le dejó una cazadora de plástico con las siglas del Departamento de Policía de Las Vegas en letras amarillas.
Todos se reunieron alrededor del Taurus de Felton para repasar el plan y esperar a los refuerzos de uniforme. El capitán anunció que la detención se practicaría según las leyes de Las Vegas, lo cual significaba que tenían que ir acompañados de al menos un equipo de uniforme.