– ¿Por qué no me dijiste que las tenías? -preguntó.
– Hubo veces en que quise hacerlo, pero supongo que me convencí a mí misma de que no importaba cómo nos habíamos conocido, sino lo bien que nos llevábamos -se detuvo-. Además, pensé que no lo comprenderías. No quería perderte.
– Si me lo hubieras dicho antes, lo habría entendido.
Ella lo miró con atención mientras él hablaba.
– ¿En verdad, Garrett? ¿Realmente lo habrías comprendido?
Él sabía que era el momento de la verdad. Al ver que él no respondió, Theresa movió la cabeza y desvió la mirada. Se enjugó una lágrima en el rabillo del ojo, tratando a todas luces de no llorar, decidida a no derrumbarse.
– Cuando me hablaste por primera vez de Catherine vi tu expresión. Era evidente que todavía la amabas. Y anoche, a pesar de tu furia, volví a ver ese gesto en tu rostro. A pesar de todo el tiempo que hemos pasado juntos, todavía no la olvidas. Y luego… lo que dijiste… -ella aspiró profundo y de manera irregular-. No sólo estabas enojado por haber encontrado las cartas; estabas furioso porque sentías que yo amenazaba lo que Catherine y tú compartieron… y todavía lo crees.
Otra vez se acercó para tocarle la mano.
– Eres quien eres, Garrett. Eres un hombre que ama profundamente, pero también que se enamora para siempre. Sin importar cuánto me ames, no creo que puedas olvidar alguna vez a tu esposa y yo no puedo vivir siempre preguntándome si soy tan buena como ella.
– Podemos tratar -comenzó a decir él con voz ronca-. Quiero decir, puedo intentarlo. Sé que puedo hacer que sea diferente…
Theresa lo interrumpió con un breve apretón de mano.
– Sé que lo crees y parte de mí quiere creerlo también. Si me abrazaras ahora y me pidieras que me quedara, estoy segura de que no podría negarme. Y seguiríamos como hasta ahora lo hemos hecho, los dos creyendo que todo está bien; pero no puede ser ¿no lo ves? -se detuvo-. Garrett, no puedo competir con ella. Y por más que quisiera seguir con esto, no puedo, porque tú mismo no permitirás que continúe.
– Pero te amo.
Ella sonrió con dulzura. Le soltó la mano para acariciarle suavemente la mejilla.
– Yo también te amo, Garrett. Sólo que a veces el amor no es suficiente.
Garrett, con el rostro pálido, guardó silencio cuando ella terminó. En aquella larga pausa entre ellos, Theresa comenzó a llorar.
– No puedo quedarme, Garrett. A pesar de lo mucho que los dos lo deseemos, no puedo.
Las palabras lo golpearon con fuerza. De pronto Garrett sintió que la cabeza le daba vueltas.
– No… -dijo con voz entrecortada.
Theresa se levantó con decisión, a sabiendas de que debía marcharse antes de que perdiera el valor. Afuera comenzaba a ligera lluvia con bruma.
– Tengo que irme.
Se colocó el bolso al hombro y comenzó a caminar hacia la puerta. Por un momento Garrett permaneció demasiado sorprendido para poder moverse.
Por fin, aturdido, se levantó y la siguió por la puerta. La lluvia caía ya con más fuerza. El automóvil alquilado estaba estacionado en la entrada. Garrett la vio abrir la puerta, incapaz de pensar en nada que pudiera decirle.
En el asiento del conductor, ella buscó entre las llaves un momento y luego colocó la adecuada en el interruptor de encendido. Se obligó a sonreír débilmente mientras cerraba la puerta del auto. A pesar de la lluvia, bajó la ventanilla para verlo una vez más con claridad. Dio vuelta a la llave y el motor arrancó.
– Te extrañaré, Garrett -le dijo en voz baja, sin saber si él podría oírla o no. Dio marcha atrás.
Garrett se quedó de pie, sin poder moverse.
– Por favor -dijo en tono desgarrador-, ¡no te vayas!
Ella no respondió. Sabiendo que rompería a llorar de nuevo si permanecía ahí más tiempo, subió la ventanilla y comenzó a retroceder. Garrett dio un paso hacia el auto y puso la mano sobre el techo en movimiento y los dedos se le resbalaron sobre la superficie mojada que lentamente retrocedía hasta la calle.
Sentía que se le escapaba su última oportunidad.
– ¡Theresa! -le gritó-. ¡Espera!
El ruido de la lluvia impidió que ella lo oyera. El auto ya se alejaba de la casa. Garrett corrió hasta la calle.
– ¡Theresa! -volvió a gritar. Estaba a mitad de la calle y corría detrás del auto, metiéndose en los charcos que comenzaban a formarse. Las luces de los frenos parpadearon un instante y el auto se detuvo. Garrett sabía que ella miraba por el retrovisor y lo veía acortar la distancia. Todavía tenía una oportunidad…
De pronto las luces de los frenos se apagaron y el auto comenzó a avanzar una vez más. Garrett siguió corriendo detrás, persiguiéndolo por la calle. La lluvia caía con fuerza, convertida en tormenta que le empapaba la camisa y le hacía difícil ver.
Por fin disminuyó la carrera a un trote y luego se detuvo. Mientras la lluvia caía a su alrededor, él se quedó de pie en medio de la calle, mirando cómo el vehículo de Theresa se alejaba cada vez más y desaparecía.
Se había marchado.
Momentos más tarde un automóvil hizo sonar su claxon tras él y Garrett sintió que su corazón revivía. Se volvió con rapidez y se limpió la lluvia de los ojos, casi esperando ver el rostro de Theresa tras el cristal, pero de inmediato vio que se había equivocado. Garrett se hizo a un lado para dejar pasar al auto y, al sentir la mirada de curiosidad que le dirigió el hombre, se dio cuenta de que nunca se había sentido tan solo.