»Esa pobre mujer… Era como si el tiempo se hubiera detenido para ella ese día de julio. Se quedó congelada. No podía seguir adelante, ni volver atrás. Recuerdo que fui a verla antes de irme. Fue un año o así después del asesinato. Me hizo mirar en el dormitorio de Becky. No lo habían tocado. Estaba exactamente igual que la noche en que se la llevaron.
Rider asintió sombríamente. García no dijo nada más. Bosch finalmente se aclaró la garganta, se inclinó hacia delante y habló, golpeando de nuevo a García con la misma pregunta.
– Cuando llegamos aquí diciendo que teníamos una coincidencia de ADN, supuso que era alguien del restaurante. ¿Por qué?
Bosch miró a Rider para ver si le había molestado que interviniera en el interrogatorio. Al parecer no.
– No sé por qué -dijo García-. Como he dicho, siempre pensé que podía haber llegado de ese lado, porque nunca sentí que hubiéramos concluido allí.
– ¿Está hablando del padre?
García asintió.
– El padre era turbio. No sé si todavía se dice esa palabra. Pero entonces la palabra era turbio.
– ¿En qué sentido? -preguntó Rider-. ¿En qué sentido era turbio el padre? Antes de que García tuviera ocasión de responder a la pregunta uno de los ayudantes uniformados entró en el despacho.
– ¿Jefe? Están todos en la sala de reuniones preparados para empezar.
– De acuerdo, sargento. Enseguida voy.
Después de que el sargento se hubiera ido, García miró a Rider como si hubiera olvidado la pregunta.
– No hay nada en el sumario de la investigación que arroje ninguna sospecha sobre el padre -dijo Rider-. ¿Por qué pensaba que era turbio?
– Ah, en realidad no lo sé. Era una especie de corazonada. Nunca reaccionaba como se supone que un padre ha de reaccionar. Era demasiado tranquilo. Jamás se enfurecía, jamás gritaba, o sea alguien le arrebató a su niña. Nunca nos cogió aparte a Ron o a mí y nos dijo: «Quiero que me dejen a ese tipo cuando lo encuentren.» Esperaba eso.
Por lo que a Bosch respectaba, todo el mundo seguía siendo sospechoso, incluso con el resultado ciego que vinculaba a Roland Mackey con el arma del crimen. Eso ciertamente incluía a Robert Verloren. Sin embargo, Bosch inmediatamente desechó la corazonada de García relacionada con las respuestas emotivas del padre ante el asesinato de su hija. Sabía por haber trabajado en cientos de asesinatos que no había forma alguna de juzgar tales respuestas para construir sobre ellas una sospecha. Bosch había visto todas las combinaciones posibles y ninguna significaba nada. Uno de los hombres que más gritaron y lloraron de todos los que se había encontrado en sus numerosos casos terminó siendo el asesino.
Al rechazar la corazonada y la sospecha de García, Bosch también estaba despreciando al antiguo detective. Él y Green sin duda habían cometido errores al principio, pero se habían recuperado para llevar a cabo una investigación formal del asesinato. El expediente lo reflejaba. No obstante, al hablar con García, Bosch supuso que aquello que se había hecho bien probablemente correspondía a Green. Sabía que tenía que haberlo sospechado al oír que García había cambiado la investigación de Homicidios por la gestión.
– ¿Cuánto tiempo trabajó en Homicidios? -preguntó Bosch.
– Tres años.
– ¿Todos en la División de Devonshire?
– Exacto.
Bosch rápidamente hizo sus cálculos. Devonshire tenía una carga de casos baja. Supuso que García habría trabajado a lo sumo en un par de docenas de asesinatos. No era suficiente experiencia para hacerlo bien. Decidió continuar.
– ¿Y su antiguo compañero? -preguntó-. ¿Tenía la misma impresión de Robert Verloren?
– Él quería darle al tipo un poco más de cuerda que yo.
– ¿Sigue en contacto con él?
– ¿Con quién, con el padre?
– No, con Green.
– No, se retiró hace mucho.
– Lo sé, pero ¿sigue en contacto?
García negó con la cabeza.
– No, está muerto. Se trasladó al condado de Humboldt. Debería haber dejado la pistola aquí. Tanto tiempo y sin nada que hacer…
– ¿Se suicidó?
García asintió.
Bosch bajó la mirada al suelo. No era la muerte de Green lo que le afectó. No conocía a Green. Lo que lamentaba era la pérdida de la conexión con el caso. Sabía que García no iba a ser de gran ayuda.
– ¿Y la raza? -preguntó Bosch, otra vez pasando por delante de Rider.
– ¿Qué pasa con eso? -preguntó García-. En este caso no la veo.
– Una pareja interracial, una chica mulata, la pistola procede de un robo en el que la víctima había sido acosada por cuestiones religiosas.
– Eso está pillado por los pelos. ¿Hay algo de eso en ese Mackey?
– Podría haber algo.
– Bueno, nosotros no teníamos el lujo de disponer de un sospechoso con nombre y apellidos. No vimos ningún aspecto racial en lo que teníamos entonces.
García lo dijo con energía, y Bosch se dio cuenta de que había pinchado en hueso. No le gustaba lo más mínimo que le corrigieran. A ningún detective le gustaba. Ni siquiera a uno inexperto.
– Ya sé que es jugar con ventaja empezar con el tipo e ir hacia atrás -dijo rápidamente Rider-. Es sólo algo que estamos mirando.
García pareció aplacado.
– Entiendo -dijo-. No dejen piedra sin levantar. -Se puso en pie-. Bueno, detectives, lamento acelerar esto. Ojalá pudiéramos hablar de este caso todo el día. Antes ponía a la gente en la cárcel, ahora voy a reuniones sobre presupuesto y despliegue.
«Es lo que te mereces», pensó Bosch. Miró a Rider, preguntándose si ella entendía que la había salvado de un destino similar cuando la convenció para que fuera su compañera en la unidad de Casos Abiertos.
– Háganme un favor -dijo García-. Cuando pillen a este tipo, Mackey, díganmelo. A lo mejor me paso por ahí y miro por la ventana. He estado esperando este momento.
– No hay problema, señor -dijo Rider, apartando la mirada de Bosch-. Lo haremos. Si se le ocurre algo más que pueda ayudarnos, llámeme. Todos mis números están aquí.
Rider se levantó, dejando una tarjeta en la mesa.
– Lo haré. -García empezó a rodear el escritorio para dirigirse a su reunión.
– Hay algo que puede que necesitemos que haga -dijo Bosch.
García se paró en seco y lo miró.
– ¿Qué, detective? He de ir a esa reunión.
– Podríamos necesitar espantarlo con un artículo de periódico. Podría funcionar si viniera de usted. Ya sabe, antiguo detective de Homicidios, ahora inspector de comandancia, atormentado por un viejo caso. Llama a Casos Abiertos y solicita que hagan una comparación de ADN. Y mira por dónde encuentran un resultado ciego.
García asintió. Bosch se dio cuenta de que funcionaba a la perfección con su orgullo.
– Sí, podría funcionar. Lo que quieran hacer. Llámeme y lo organizaremos. ¿En el Daily News? Tengo contactos. Es el diario del valle.
Bosch asintió.
– Sí, en eso estábamos pensando -dijo.
– Bien. Avísenme. He de irme.
Rápidamente salió del despacho. Rider y Bosch se miraron el uno al otro y lo siguieron. En el pasillo, esperando el ascensor, Rider le preguntó a Bosch qué estaba haciendo cuando le preguntó acerca de colar una historia en el periódico.
– Sería perfecto para el artículo porque no sabe de qué está hablando.
– Entonces no es lo que queremos. Hemos de ser cuidadosos.
– No te preocupes, funcionará.
El ascensor se abrió y entraron. No había nadie más en la cabina. En cuanto se cerró la puerta, Rider se le echó encima.
– Harry, dejemos algo claro ya. O somos compañeros o no lo somos. Deberías haberme dicho que ibas a darle con eso. Deberíamos haberlo hablado antes.
Bosch asintió.
– Tienes razón -dijo-. Somos compañeros. No volverá a ocurrir.
– Bien.
La puerta del ascensor se abrió y Rider salió, dejando a Bosch detrás.