– Hay una tercera posibilidad -agregó Rider-. Que colaborara. Esa chica fue llevada por una colina empinada. O bien fue alguien grande o alguien con ayuda.

Antes de responder, Pratt tomó dos cucharadas de yogur, enarcando las cejas al mirar en la tarrina.

– Vale, ¿y el periódico? ¿Podréis colar un artículo?

– Creemos que sí -dijo Rider-. Vamos a usar al inspector García de la comandancia del valle. Investigó el caso. Atormentado por un criminal que se escapó, esa clase de charla. Dice que tiene un contacto con el Daily News.

– De acuerdo, suena a plan. Escribid las órdenes y pasádmelas. El capitán ha de dar su visto bueno, y después han de ir a la oficina del fiscal para que las apruebe antes de acudir al juez. Llevará su tiempo. Una vez que encontremos a un juez que las firme sacaremos a los otros equipos de lo que estén haciendo y los pondré en la vigilancia.

Bosch y Rider se levantaron al mismo tiempo. Bosch sintió una pequeña descarga de adrenalina en la sangre.

– ¿No hay posibilidad de que este tipo Mackey esté metido en algo ahora mismo? -preguntó Pratt.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Bosch.

– Si podemos argumentar que está a punto de cometer un crimen podríamos acelerar las órdenes.

Bosch pensó en ello.

– No tenemos nada ahora -dijo-, pero podemos trabajar en ello.

– Bien, eso ayudará.

15

Rider era la encargada de escribir. Tenía facilidad con el ordenador y con la jerga legal. Bosch había visto que ponía en práctica esas cualidades en anteriores investigaciones. Así que fue una decisión tácita. Ella escribiría las órdenes a fin de obtener las autorizaciones del tribunal para rastrear y escuchar las llamadas que Roland Mackey hiciera o recibiera en su móvil, el teléfono de la oficina en la estación de servicio donde él trabajaba y su casa, si existía allí un teléfono adicional. Se trataba de un trabajo meticuloso; tenía que presentar la acusación contra Mackey, asegurándose de que la cadena lógica de causas probables no tenía eslabones débiles. La documentación que preparara Rider tenía que convencer primero a Pratt, después al capitán Norona, luego a un ayudante del fiscal del distrito encargado de asegurarse de que el cuerpo de orden local tenía en consideración los derechos civiles y, finalmente, a un juez con las mismas responsabilidades pero que también respondía ante el electorado si cometía un error que le estallaba en la cara. Disponían de una única oportunidad y tenían que hacerlo bien. Mejor dicho, Rider tenía que hacerlo bien.

Claro que todo eso vendría después de superar el obstáculo inicial de conseguir los diversos números de Mackey sin advertir al sospechoso de la investigación que se formaba en torno a él.

Empezaron con Tampa Towing, que hacía constar dos números de veinticuatro horas en el anuncio de media plana que publicaba en las páginas amarillas. A continuación, una llamada al servicio de información estableció que Mackey no disponía de ningún teléfono fijo privado, al menos a su nombre. Eso significaba que o bien no tenía teléfono en casa o que estaba viviendo en un lugar donde el teléfono estaba registrado a nombre de otra persona. Tendrían que ocuparse de ello después de establecer la residencia de Mackey.

La última parte, y la más difícil, era obtener el número de móvil de Mackey. El servicio de información telefónica no, disponía de listas de móviles. Tardarían días, si no semanas, en comprobar todos los proveedores de servicios de móviles en busca de esa información, porque la mayoría exigían un orden judicial antes de revelar el número de un cliente. Por ese motivo, los detectives de los diferentes cuerpos policiales planeaban rutinariamente trucos para conseguir los números que necesitaban. Con frecuencia recurrían a dejar mensajes inocuos en lugares de trabajo para poder capturar el número de móvil después de una llamada de respuesta. El ardid más popular era el mensaje estándar de «llame, para recoger su premio», prometiendo un televisor o un DVD a las cien primeras personas que contestaran la llamada. Sin embargo, este proceso implicaba preparar una línea no policial y podía resultar también en largos periodos de espera sin ninguna garantía de éxito si el objetivo había enmascarado el número de su móvil. Rider y Bosch no sentían que dispusieran del lujo del tiempo. Ya habían divulgado el nombre de Mackey en el curso de su investigación y tenían que moverse con rapidez hacia su objetivo.

– No te preocupes -le dijo Bosch a Rider-. Tengo un plan.

– Entonces yo sólo me siento y observo al maestro.

Puesto que sabía que Mackey estaba trabajando, Bosch simplemente llamó a la estación de servicio y explicó que necesitaba una grúa. Le dijeron que esperara y poco después se puso al aparato alguien con una voz que Bosch creyó que pertenecía a Roland Mackey.

– ¿Necesita una grúa?

– Una grúa o que me arranquen el motor. Me he quedado sin batería.

– ¿Dónde está?

– En el aparcamiento de Albertson, en Topanga, cerca de Devonshire.

– Estamos al otro lado, en Tampa. Puede encontrar a alguien más cerca.

– Ya lo sé, pero vivo al lado de ustedes. Al lado de Roscoe y detrás del hospital.

– De acuerdo. ¿Qué coche lleva?

Bosch pensó en el coche en el que había visto a Mackey antes. Decidió usarlo para que Mackey se definiera.

– Un Camaro del setenta y dos.

– ¿Restaurado?

– Estoy trabajando en ello.

– Tardaré unos quince minutos.

– Vale, de acuerdo. ¿Cómo se llama?

– Ro.

– ¿Ro?

– Roland, tío. Voy para allá.

Colgó. Bosch y Rider esperaron cinco minutos, durante los cuales Bosch le contó a su compañera el resto del plan y la parte que tenía que desempeñar ella. Su objetivo era conseguir dos cosas: el número del móvil de Mackey y su proveedor de servicio, a fin de poder entregar a la compañía apropiada la orden de escucha autorizada por el juez.

Siguiendo instrucciones de Bosch, Rider llamó a la estación de servicio Chevron y empezó a solicitar una reparación, describiendo con todo detalle el chirrido de los frenos del coche. Mientras Rider hablaba, Bosch llamó a la estación en la segunda línea que aparecía en la guía. Como esperaba pusieron a Rider en espera. Atendieron la llamada de Bosch, y éste dijo: «¿Tiene algún número en el que pueda localizar a Ro? Viene hacia aquí para arrancarme el coche, pero ya lo he puesto en marcha.»

La ocupada compañera de trabajo de Mackey dijo:

– Pruebe con el móvil.

Le dio el número y Bosch levantó los pulgares a Rider, quien concluyó con la llamada sin romper la actuación y colgó.

– Uno listo y otro en marcha -dijo Bosch.

– A ti te ha tocado el fácil -dijo Rider.

Contando ya con el número de Mackey, Rider se ocupó de la segunda parte, mientras Bosch escuchaba desde un supletorio. Poniendo un dejo de desinterés burocrático en la voz, Rider llamó al número recién obtenido y cuando Mackey respondió -presumiblemente mientras buscaba un Camaro del 72 parado en el aparcamiento de un centro comercial -le anunció que trabajaba para AT amp;T Wireless y que tenía una extraordinaria noticia para que ahorrara con su plan de llamadas de larga distancia.

– Sandeces -dijo Mackey, interrumpiéndola en medio de su discurso.

– Disculpe, señor -replicó Rider.

– He dicho que son sandeces. Esto es algún tipo de truco para hacerme cambiar de compañía.

– No entiendo, señor. Lo tengo en la lista como cliente de AT amp;T. ¿No es ése el caso?

– No, no es el caso. Estoy con Sprint y me gusta, y ni tengo ni quiero un servicio de larga distancia. Que les den por culo. ¿Eso lo ha oído bien?

Colgó y Rider empezó a reír.

– Estamos tratando con un tipo enfadado -dijo ella.

– Bueno, acaba de atravesar Chatsworth para nada -dijo Bosch-. Yo también estaría enfadado.

– Es de Sprint -dijo ella-. Ya lo tengo todo para meterme con el papeleo, pero quizá deberías llamarlo, así no sospechará cuando el tipo del taller le diga que le ha dado el número.


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