Se sentó. La silla era vieja y estaba abollada, lo que garantizaba que le daría dolor de espalda si pasaba mucho tiempo sentado en ella. Pero esperaba que ése no fuera el caso. En su primer paso por la Brigada de Homicidios había vivido según el adagio: «Levanta el trasero y sal a la calle». No veía ninguna razón para que las cosas cambiaran en esta ocasión.
– ¿Dónde está todo el mundo? -preguntó.
– Desayunando. Se me olvidó. La semana pasada me dijeron que la costumbre es que los lunes por la mañana todos se reúnen antes para desayunar. Normalmente van al Pacifico No me he acordado hasta que he entrado aquí esta mañana y no he encontrado a nadie, pero no creo que tarden.
Bosch sabía que el Pacific Dining Car era desde hacía mucho tiempo uno de los lugares preferidos de los mandamases del departamento y de la División de Robos y Homicidios. También sabía algo más.
– Doce pavos por un plato de huevos. Supongo que eso significa que en la brigada se permiten las horas extras.
Rider sonrió para confirmarlo.
– No te equivocas. Pero de todas formas no habrías podido terminarte los huevos después de recibir la llamada del jefe.
– Te has enterado, ¿eh?
– Todavía tengo una oreja en la sexta. ¿Te han dado la placa?
– Sí, él me la dio.
– Le dije qué número querías. ¿Te lo ha dado?
– Sí, Kiz, gracias. Gracias por todo.
– Ya me has dicho eso, compañero. No hace falta que lo sigas repitiendo.
Bosh asintió con la cabeza y echó un vistazo a su alrededor. Se fijó en que en la pared de detrás de Rider había una foto de dos detectives en cuclillas detrás de un cadáver que yacía en el lecho seco de hormigón del río Los Ángeles. Parecía una imagen de principios de los años cincuenta, a juzgar por los sombreros que llevaban los detectives.
– Bueno, ¿por dónde empezamos? -preguntó.
– La brigada divide los casos en bloques de tres años. Eso proporciona continuidad. Dicen que has de conocer la época y a algunos de los miembros del departamento. Además, ayuda a identificar a los asesinos en serie. En dos años ya han descubierto a cuatro asesinos en serie de los que nadie sabía nada.
Bosch asintió. Estaba impresionado.
– ¿Qué años nos tocan? -preguntó.
– Cada equipo tiene cuatro o cinco bloques. Como nosotros somos, el equipo nuevo, tenemos cuatro.
Abrió el cajón de en medio de su escritorio, sacó un trozo de papel y se lo tendió.
Bosch – Rider – Asignación de casos
1966 1972 1987 1996
1967 1973 1988 1997
1968 1974 1989 1998
Bosch estudió el listado de años de los que serían responsables. Había estado en Vietnam o fuera de la ciudad durante la mayor parte del primer bloque.
– El verano del amor -comentó-. Me lo perdí. Quizás ése es mi problema.
Lo dijo sólo por decir algo. Se fijó en que el segundo bloque incluía el año 1972, el año en que había ingresado en el cuerpo. Recordó que tuvo que acudir a una casa de Vermont en su segundo día en el trabajo de patrulla. Una mujer que vivía en la zona Este les pidió que fueran a ver si le había ocurrido algo a su madre, que no contestaba el teléfono. Bosch encontró a la mujer ahogada en una bañera, con las manos y pies atados con correas de perro. Su perro estaba en la bañera con ella, muerto. Bosch se preguntó si el asesinato de la anciana era uno de los casos abiertos que les tocaría resolver.
– ¿Cómo se ha llegado a esto? ¿Por qué nos han tocado estos años?
– Proceden de los otros equipos. Aligeramos su carga de casos. De hecho, ellos ya pusieron en marcha casos de muchos de esos años. Y el viernes oí que se recibió un resultado ciego del ochenta y ocho. Se supone que hemos de empezar con él hoy. Puedes considerarlo nuestro regalo de bienvenida.
– ¿Qué es un resultado ciego?
– Es una coincidencia originada por una muestra de ADN o una huella que enviamos a ciegas a los ordenadores o recibimos del Departamento de Justicia.
– ¿Qué es lo nuestro?
– Creo que es una coincidencia de ADN. Lo sabremos esta mañana.
– ¿No te dijeron nada la semana pasada? Ya sabes que podría haber venido el fin de semana.
– Ya lo sé, Harry. Pero es un caso antiguo. No hay necesidad de empezar en el mismo momento en que llega un papel por correo electrónico. Trabajar en Casos Abiertos es diferente.
– ¿Sí? ¿Cómo es eso?
Rider parecía exasperada, pero antes de que tuviera ocasión de responder oyeron que se abría la puerta y la sala de brigada se pobló de voces. Rider salió de detrás de la mampara y Bosch la siguió. A dos de los detectives Tim Marcia y Rick Jackson, Bosch ya los conocía bien de casos anteriores. Las otras dos parejas de compañeros eran Robert Renner y Victor Rabieta, y Kevin Robinson y Jean Nardo. Bosch los conocía, así como a Abel Pratt, el agente al mando de la unidad, por su reputación. Todos ellos eran investigadores de Homicidios de primera fila.
El recibimiento fue cordial pero contenido, un poco formal en exceso. Bosch sabía que su destino en la unidad era probablemente visto con sospecha. Una plaza en la brigada era muy codiciada por los detectives de todo el departamento. El hecho de que Harry hubiera conseguido el puesto tras casi tres años retirado suscitaba preguntas. Bosch sabía, como se lo había recordado el jefe de policía, que tenía que agradecerle el trabajo a Rider, cuyo anterior puesto había sido en la oficina del jefe como analista. Había usado todos los puntos que había acumulado con el jefe para que Bosch volviera al departamento para resolver casos abiertos con ella.
Después de todos los saludos, Pratt invitó a Bosch y a Rider a su despacho para darles un discurso de bienvenida privado. Se sentó detrás de su escritorio y ellos ocuparon las dos sillas que había enfrente. En el minúsculo recinto no había lugar para más muebles.
Pratt era unos años más joven que Bosch, aún no había cumplido los cincuenta.
Se mantenía en forma y hacía gala del espíritu de la cacareada División de Robos y Homicidios, de la que Casos Abiertos era sólo una rama. Pratt se mostraba seguro de su talento y de su capacidad de mando de la unidad. Tenía que estarlo. Robos y Homicidios se ocupaba de los casos más difíciles de la ciudad. Bosch sabía que para pertenecer a ese selecto grupo tenías que creerte que eras más listo, más duro y más astuto que aquellos a los que perseguías.
– Lo que debería hacer es separaros -empezó-. Haceros trabajar con compañeros ya establecidos en la unidad porque esto es diferente de lo que habéis hecho en el pasado. Pero tengo órdenes de la sexta y no me meto con eso. Además, entiendo que tenéis una química previa que funcionaba. Así que olvidemos lo que debería hacer y dejadme que os explique un poco qué supone trabajar en Casos Abiertos. Kiz, ya sé que ya te di esta charla la semana pasada, pero tendrás que aguantarla otra vez, ¿de acuerdo?
– Por supuesto -dijo Rider.
– En primer lugar, olvidémonos de cerrar viejas heridas. Eso es una cantinela de los medios, algo que escriben en los artículos de periódico sobre los casos antiguos. Lo de cerrar heridas es un chiste. Es una puta mentira. Lo único que hacemos es dar respuestas. Las respuestas deberían bastar. Así que no os confundáis con lo que estáis haciendo aquí. No confundáis a los familiares con los que trataréis en estos casos, y que ellos no os confundan.
Hizo una pausa por si había alguna reacción y, al no haberla, continuó. Bosch se fijó en que la foto de la escena del crimen enmarcada en la pared era de un hombre desplomado en una cabina telefónica después de ser acribillado. Era una cabina de las que se veían en las viejas películas, o en el Farmers Market o en Phillippe’s.
– Sin lugar a dudas -dijo Pratt-, esta brigada es el lugar más noble del edificio. Una ciudad que olvida a sus víctimas de asesinato es una ciudad perdida. Aquí no olvidamos. Somos como los chicos que ponen en la novena entrada para ganar o perder el partido. Si nosotros no podemos lograrlo, nadie puede. Si fracasamos, el partido ha terminado, porque somos el último recurso. Sí, nos superan en número. Tenemos ocho mil casos abiertos sin resolver desde mil novecientos sesenta. Pero no nos desanimamos. Si esta unidad al completo resuelve un caso al mes (sólo doce al año), ya estaremos haciendo algo. Si uno quiere Investigar homicidios, éste es el mejor lugar.