Permaneció casi tres horas sentado en la casa del árbol. Bastante pronto oyó que se detenían coches más abajo, y después el zumbido de una sirena -cosa muy rara en Elm Haven- y el parloteo de voces adultas a una manzana de distancia, y comprendió que las autoridades habían venido en busca de la señora M. Pero Mike estaba sumido entonces en profunda reflexión, dándole vueltas a su plan, como si examinase una pelota de béisbol en busca de algún defecto o de un punto que se hubiese soltado.

Avanzada la mañana, Mike bajó de la casa del árbol. Las piernas se le habían entumecido de estar sentado durante tanto tiempo en la pequeña plataforma, y había savia en la parte de atrás de los tejanos y de la camiseta de manga corta, pero él no se dio cuenta. Encontró su bici y rodó en dirección a la casa de Dale.

Los dos chicos Stewart se habían enterado de la muerte de la señora Moon y tenían los ojos desorbitados por la excitación y el miedo. Si la hubiesen encontrado muerta pero con los gatos vivos, nadie habría pensado en un asesinato. Pero la mutilación de los gatos había conmovido al pueblo más que ninguna otra cosa en los últimos meses.

Mike sacudió la cabeza al pensar en esto. Duane McBride había muerto, al igual que su tío; pero la gente aceptaba la muerte por accidente, incluso la muerte terrible de un muchacho, mientras que la mutilación de unos cuantos gatos sería objeto de comentarios y haría que atrancasen las puertas durante semanas o incluso meses. Para Mike, la muerte de la señora Moon ocupaba ya un sitio lejano; era parte de la terrible oscuridad que se había cernido sobre Memo, él y los otros muchachos durante todo el verano, simplemente una nube de tormenta más en el cielo encapotado.

– Vamos -dijo a Dale y a Lawrence, empujándolos hacia sus bicicletas-. Iremos a buscar a Kev y a Harlen y nos dirigiremos a algún sitio que sea realmente privado. Hay un asunto del que tenemos que hablar.

Mike no pudo dejar de mirar hacia Old Central cuando pasaron por delante del colegio, en su camino hacia el oeste y la casa de Harlen. La escuela parecía más grande y más fea que nunca, con sus secretos encerrados en su interior, un interior que ahora era siempre oscuro, por mucho que brillase el sol en el mundo exterior.

Y Mike sabía que aquel maldito lugar le estaba esperando.

27

Se dirigieron al campo de béisbol y trataron a fondo el asunto. Mike habló durante unos diez minutos, mientras los otros le miraban fijamente. No hicieron preguntas cuando describió el cadáver de la señora Moon. No discutieron cuando dijo que serían ellos los que yacerían muertos si no hacían algo pronto. No dijeron una palabra cuando expuso lo que tenían que hacer.

– ¿Podremos tenerlo todo hecho el domingo por la mañana? -preguntó al fin Dale.

Sus bicicletas estaban amontonadas alrededor del montículo del pitcher. No se veía a nadie en quinientos metros a la redonda. El sol tostaba los cabellos cortos y los brazos desnudos, centelleaba en el cromo y la vieja pintura de las bicis y hacía que los chicos entrecerrasen los ojos.

– Sí -dijo Mike-. Creo que sí.

– Lo del camping no podremos hacerlo el jueves por la noche -dijo Harlen.

Los otros le miraron. Ahora era martes por la mañana, ¿por qué le preocupaba la noche del jueves?

– ¿Por qué? -preguntó Kevin.

– Porque el jueves por la noche estoy invitado a la fiesta de cumpleaños de Michelle Staffney -dijo Harlen-. Y voy a ir.

Lawrence pareció disgustado. Los tres chicos mayores resoplaron casi simultáneamente.

– Todos estamos invitados -recalcó Dale-. La mitad de los niños de este asqueroso pueblo han sido invitados, como todos los Catorce de Julio. ¿Qué tiene de extraordinario?

Era verdad. La fiesta de cumpleaños de Michelle se había convertido en una especie de noche de San Juan para los niños de Elm Haven.

La fiesta se celebraba siempre por la noche, llenaba de chiquillos la casa y a eso de las diez de la noche El doctor terminaba con fuegos artificiales, como si celebrasen el Día de la Bastilla, además del cumpleaños de su hija.

– No es nada extraordinario -dijo Harlen con aire satisfecho, como si tuviese un secreto que sí era extraordinario-, pero voy a ir.

Dale quería discutir, pero Mike dijo:

– Bueno, no os preocupéis. Haremos mañana lo del camping. El miércoles. Así habremos terminado con ello. Entonces, todo se habrá limpiado para el cine gratuito del sábado.

Lawrence pareció poco convencido. Tenía la cara colorada y se le estaba pelando la nariz.

– ¿Cómo sabes que habrá cine gratuito el sábado próximo?

Mike suspiró y se puso en cuclillas cerca de la base del bateador. Los otros se agacharon también, dando por terminada la conversación con la pared de espaldas. Mike dibujó distraídamente con el dedo en el suelo, como si proyectase una jugada; pero no era más que garabatos.

– Visitaremos al señor Ashley-Montague primero. Lo demás nos llevará la mayor parte del miércoles y la mañana del jueves, y si el sábado por la noche tenemos que estar preparados para el domingo por la mañana, esto significa que tenemos que ir a ver al señor Ashley-Montague hoy o el Jueves por la tarde. -Miró a Harlen e hizo una mueca-. El Jueves es la fiesta de Michelle.

Dale sacó la gorra de lana de béisbol del bolsillo de atrás y se la puso. La sombra sobre la parte superior de la cara era como una visera.

– ¿Por qué tan pronto? -preguntó.

Mike había dicho que era Dale quien tendría que visitar a Ashley-Montague.

Mike se encogió de hombros.

– Lo más seguro es que El ricachón podría decirte lo otro.

Dale no estaba convencido.

– ¿Y si no lo hace?

– Entonces emplearemos el camping como prueba -dijo Mike-. Pero sería mucho mejor saberlo antes de seguir adelante.

Dale se frotó el cuello sudoroso y miró hacia la torre del agua y los campos de maíz de más allá. El maíz era ahora más alto que su cabeza, una pared verde que marcaba el final del pueblo y sólo ofrecía un camino lento y sombras más allá.

– ¿Vienes? -preguntó a Mike-. Quiero decir a la casa de Ashley-Montague.

– No -dijo Mike-. Voy a buscar a aquella otra persona de la que hablé. Trataré de conseguir algo del material de que hablaba la señora Moon. Y creo que el padre C puede necesitarlo.

– Iré contigo -ofreció Kevin a Dale.

Dale se sintió inmediatamente mejor, pero Mike dijo:

– No. Tú tienes que ir con tu padre en el camión de la leche y montar aquello tal como proyectamos.

– Pero en realidad no necesito hacer nada con el camión hasta el fin de semana…

– empezó a decir Kev.

Mike sacudió la cabeza. El tono de su voz no admitía réplica.

– Pero tienes que empezar a hacer toda la limpieza del camión por la tarde. No simplemente ayudarle a él. Si lo haces durante todo el resto de la semana, a él no le llamará tanto la atención el sábado.

Kevin asintió con la cabeza. Dale se sintió desgraciado.

– Yo iré -dijo Harlen.

Dale miró al pequeño muchacho del brazo en cabestrillo. Esto no le animó mucho.

– Yo también -dijo Lawrence.

– De ninguna manera -dijo Dale, en su papel de hermano mayor-. Tú eres el vigilante, ¿no te acuerdas? ¿Cómo vamos a encontrar el camión de recogida de animales muertos si tú no estas alerta?

– ¡Mierda! -dijo Lawrence. Entonces miró por encima del hombro hacia su casa, que estaba a unos ciento cincuenta metros de distancia y cobijada por los árboles, como si su madre hubiese podido oírle-. Mierda y puñeta -añadió.

Jim Harlen se echó a reír, divertido.

– Y un gargajo -dijo, en voz de falsete.

– No me gusta lo del camping -dijo Kevin, en tono práctico-. Todos nosotros juntos, de esa manera.

Mike sonrió.

– Tú y yo no estaremos Juntos.

– Ya sabes lo que quiero decir.

Kevin parecía seriamente preocupado.


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