Los muchachos fruncieron el ceño y estudiaron los garabatos en el polvo. Las nubes estaban bajas encima de ellos, y la humedad era terrible.

– ¿Y la parte oeste de la ciudad? -dijo Harlen-. Hacia el Grange Hall.

– No -dijo Mike-. Los señuelos tendrían que ir por Hard Road para llegar allí, y no hay ningún desnivel ni nada parecido. El camión los alcanzaría con toda seguridad. Además no podríamos volver con las bicicletas; tendríamos que cruzar los campos de detrás del cementerio protestante.

– Yo no quiero saber nada de los cementerios -dijo Dale.

Harlen se enjugó la cara.

– Bueno, esto confirma mi idea de hacerlo en la mansión. Parece que es el único lugar.

– Esperad -dijo Mike. Dibujó Broad Avenue hacia el norte, hasta Catton Road; después la prolongó dos manzanas hacia el oeste y trazó unas rayas que representaban la vía del tren-. ¿Qué os parece el elevador de grano? Está fuera de la vista pero lo bastante cerca para que los señuelos puedan llegar hasta allí.

– ¡Es de ellos! -exclamó Dale, horrorizado por la idea de volver a aquel lugar.

Mike asintió con la cabeza. Sus ojos grises eran ahora casi luminosos, como siempre que se le ocurría una idea que le gustaba.

– Sí, pero esto hará que se sientan más confiados cuando vayan a por nosotros, a por los señuelos. Además, tendremos varios caminos de retirada. -Dibujó rápidamente con el palito-. La carretera de tierra del lado este de la vía del tren aquí… Catton Road aquí…, el viejo camino del vertedero aquí… incluso el bosque o la vía si tenemos que dejar las bicicletas.

– El camión puede bajar fácilmente por la vía del tren -dijo Kevin-. Sus ruedas están bastante separadas y pueden rodar a ambos lados de los raíles…

– Sería un camino muy accidentado, debido a las traviesas -dijo Harlen.

Kevin se encogió de hombros.

– Persiguió a Duane derribando una valla y a través de un campo de maíz.

Mike miró fijamente el plano, como si con ello pudiese concebir un plan más adecuado.

– ¿Tiene alguien una idea mejor?

Nadie la tenía.

Mike borró el plano.

– Está bien; cuatro os instalaréis allí, y yo seré el señuelo.

Lawrence meneó la cabeza.

– No -dijo en tono desafiante-. Yo lo encontré; tengo que ser el señuelo.

– No seas idiota -saltó Mike-. Con esa pequeña bici no podrías adelantar ni a un hombre en una silla de ruedas.

Lawrence cerró los puños.

– Podría adelantar a ese viejo y roñoso trasto tuyo en cualquier momento, O'Rourke. Y puedo hacerlo con la rueda de delante levantada.

Mike suspiró y sacudió la cabeza.

– Tiene razón -dijo Dale, sorprendiéndose al decirlo-. Tu bici no es lo bastante rápida, Mike. Sólo que no debería ser él… -Pinchó a su hermano con un dedo-. Debería ser yo. Mi bici es la más nueva; además, necesitamos que tú esperes allí. Tú lanzas mil veces mejor que yo.

Mike lo pensó durante bastante rato.

– Está bien -dijo al fin-. Pero si no hay nadie allí cuando llegues a la mansión, dínoslo por el walkie-talkie e iremos enseguida. ¿Entendido? Lo haremos allí y no te preocupes de que el cuartel de bomberos esté tan cerca.

Harlen levantó la mano, como si estuviese en clase.

– Creo que debería hacerlo yo. -Su voz era casi firme, pero no del todo, y tenía los labios pálidos-. Vosotros tenéis dos brazos para lanzar. El papel de señuelo es el que me va mejor.

Kevin lanzó una risa burlona.

– El que haga de señuelo tiene que tener dos manos -dijo-. Será mejor que esperes con los demás.

Mike pareció divertido.

– Kev, ¿no quieres tú presentarte voluntario para héroe?

Kevin Grumbacher sacudió la cabeza, sin sonreír.

– Ya tendré bastante que hacer el domingo.

– Si llegamos al domingo -murmuró Dale.

– Esperad -dijo Harlen-. ¿Llevaremos las armas?

Mike reflexionó.

– Sí. Pero no las utilizaremos, a menos que sea necesario. El elevador no está muy lejos de la población. Alguien podría oírlo y llamar a Barney.

– La gente de la Quinta Avenida o de Catton Road sólo pensaría que es alguien cazando ratas en el vertedero -opinó Dale.

– Lo cual viene a ser eso -dijo Mike. Miró a su alrededor-. ¿Lo haremos?

Fue Lawrence quien respondió:

– Sí, pero yo voy a ser el señuelo. Dale puede venir conmigo si quiere; pero yo lo encontré y eso es asunto mío. Sin discusión.

Harlen se burló:

– ¿Qué vas a hacer, renacuajo? ¿Decírselo a tu madre si no te dejamos? ¿Aguantar la respiración hasta que te pongas morado?

Lawrence cruzó los brazos sobre el pecho, los miró a todos entrecerrando los ojos y sonrió, lenta y perezosamente.

33

Dale y Lawrence pedalearon a través de Main y se detuvieron en la enarenada zona de aparcamiento del lado oeste del parque. Dale pasó la correa del walkie-talkie por encima de la cabeza y pulsó el botón de transmisión. Habían dado quince minutos a Mike, Kev y Harlen para situarse en posición.

– Explorador Rojo a Base Dresden. Nosotros estamos en el parque. Cambio.

Había sido idea de Kev llamar al otro equipo Base Dresden; su padre había servido como navegante en las Fuerzas Aéreas del Ejército durante la Segunda Guerra Mundial.

– Recibido, Explorador Rojo. -La voz de Mike era débil y sonaba entre parásitos-. Aquí todo preparado.

Lawrence estaba presto para marchar, inclinado sobre el manillar de la bici y sonriendo como un tonto; pero Dale no quería empezar ahora.

– Mike -dijo prescindiendo del lenguaje cifrado-. Van a ver la radio.

– Sí, pero no podemos remediarlo. Lo que tienes que procurar es que no la vean Chuck Sperling o Digger.

Dale miró por encima del hombro antes de darse cuenta de que Mike estaba bromeando.

– ¿Explorador Rojo?

– ¿Sí?

– Procura hablar por la radio cuando no puedan verte desde el camión. El resto del tiempo llévala colgada de la espalda. Probablemente no lo advertirán.

– Recibido -dijo Dale.

Lamentaba no tener una de las pistolas. Habían decidido dejar la Savage de Dale, pero la Base Dresden había traído en una bolsa de lona la 38 de Harlen, la 45 del padre de Kev y la escopeta de la abuela de Mike. Dale y Lawrence tenían la radio y las bicicletas.

– Allá vamos -dijo Dale. Se colgó la radio del cuello y pedaleó hacia el sur por Broad, con Lawrence a su lado, en la bici más pequeña. Al acercarse al cruce con la calle donde vivía Sperling, Dale miró a Lawrence-. ¿Se lo habrías dicho realmente a mamá?

Lawrence hizo un guiño.

– ¡Claro! Yo lo encontré, y por eso es mi camión. No podíais dejarme atrás.

– Terminarás en el camión de recogida con todos los animales muertos, si no haces exactamente lo que yo te diga. ¿Entendido?

Su hermano se encogió de hombros.

Se detuvieron en la entrada del paseo circular de la vieja casa Ashley.

– Desde aquí no puede verse -dijo Lawrence-. Hay que pasar alrededor de la casa.

– Un momento. -Dale cogió el walkie-talkie. Su vejiga estaba enviando señales urgentes, y el muchacho lamentó no haber orinado antes de salir de casa-. Base Dresden, hablen. Cambio.

Mike respondió a la tercera llamada.

– Nos dirigimos al paseo. -Pedalearon despacio, pasando por el centro del paseo para librarse de las ramas y las zarzas. De pronto Dale se detuvo y se colocó detrás de un árbol, seguido de Lawrence-. Base Dresden, Base Dresden… Aquí Explorador Rojo.

– Adelante, Explorador Rojo.

– Lo veo. Está exactamente donde dijo el mocoso.

Lawrence dio un golpe en el brazo de su hermano mayor.

– Deja el transmisor abierto -repuso Mike-. Deja el aparato colgando, a ver si puedo oírte.

Dale hizo lo que le decía.

– Probando -dijo, y sintió lo seca que tenía la boca y lo llena que estaba la vejiga-. Uno, dos, tres…

Levantó la caja de plástico gris.

– Sí, Explorador Rojo, te oigo. Pero habla fuerte para que pueda oírte mejor. Aquí estamos preparados, Dale. ¿Lo estáis vosotros?


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