– ¡Mierda! -gritó Dale, deteniéndose y resbalando, dando casi una vuelta completa. Lawrence se paró junto a él y ambos miraron hacia el sur por la ancha avenida, esperando a que la cabina roja del camión apareciese por Church.

Este salió del callejón a ocho metros de ellos, desde detrás de las forsitias del lado norte de la propiedad de la vieja Double-Butt, cautelosamente como un gato.

Lawrence fue el primero en moverse, saltando con su pequeña bici sobre el bordillo del lado oeste de la calle y bajando por el callejón del norte de la oficina de Correos. Dale le siguió de cerca, gritando su situación por el walkie-talkie colgado de la correa. Dale no oyó ninguna respuesta.

El camión cruzó Broad y aceleró al bajar tras ellos por el callejón, con su parachoques delantero a menos de diez metros detrás del neumático posterior de Dale. La bici de Lawrence se bamboleaba hacia la derecha al inclinar el cuerpo a la izquierda, y después lo hacía a la izquierda al apoyarse en el pedal derecho. Lanzó un grito y atajó por el patio de atrás de la señora Andyll, encogiéndose al pasar por debajo de una cuerda de tender la ropa, dejando huellas de neumáticos en la esquina de su huerto y lanzando polvo al aire al bajar por el camino de entrada en dirección a Church Street.

«Perderemos el camión -pensó Dale-, pero vamos de nuevo hacia el sur. Una mala dirección.»

No perdieron el camión. Este giró a la izquierda detrás de ellos, con los dobles neumáticos de atrás levantando grandes terrones del césped y del huerto de la señora Andyll. La cabina del camión arrancó cuatro cuerdas de tender la ropa y las arrastró por el paseo con sábanas y vestidos estampados.

Dale y Lawrence se dirigieron al oeste por Church Street, levantándose para pedalear, con el trasero más alto que la cabeza. El camión aceleró y subió por la calle, persiguiéndolos. Dale miró atrás y vio que uno de los faros se estaba quemando.

Justo antes de llegar a San Malaquías, Dale giró hacia la izquierda y atajaron entre una casa y un garaje separados por poco más de un metro, pasaron por delante de una señora que estaba bañando a su hijo y saltaron sobre la cadena de un doberman antes de que el perro se diese cuenta de la presencia de los intrusos. Salieron del callejón y giraron de nuevo hacia el este, y Dale vio que el camión bajaba por la estrecha calle que discurría junto al terraplén de la vía del tren a media manzana hacia el oeste.

Los dos muchachos subieron por la Quinta en dirección a Depot Street, jadeando; Dale sintió que le abandonaba la energía que le había dado la primera oleada de terror. Tenía las piernas muy fatigadas. «Y estamos a menos de la mitad del camino.»

El camión casi los alcanzó en el cruce de Depot Street y la Quinta.

Dale vio que la cabina roja doblaba la esquina cerca de la estación, y entonces cruzó la calle y se metió en el callejón que pasaba de norte a sur detrás de la casa de los Staffney. «Donde Mike vio a su amigo el cura el jueves por la noche. ¿Y si aquel hombre se planta delante y agarra nuestros manillares?»

Dale luchó contra la súbita debilidad y se volvió para mirar a Lawrence. Su hermano tenía la cara colorada como un tomate, y los cabellos cortados al cepillo mojados como si hubiese estado nadando; pero levantó la mirada y sonrió a Dale.

El camión entró en el callejón detrás de ellos y cambió de marcha, con los altos costados partiendo ramas y arbustos al avanzar. Los perros de la calleja se volvían locos.

Dale gritó su posición por el walkie-talkie cuando cruzaron el patio de atrás de la última casa antes de Catton Road. La situación iba a ser muy comprometida.

Cruzaron la vía del ferrocarril a cincuenta por hora, con las bicis volando cinco metros hasta que los neumáticos de atrás chocaron contra el duro suelo del estrecho camino del otro lado. El camión siguió avanzando, como alentado por los árboles y la soledad que reinaba en el lugar.

Dale se imaginó súbitamente al Soldado o a una de aquellas otras cosas saliendo de entre los árboles al estrecho camino delante de ellos, y su boca latiendo y extendiéndose tal como había descrito Mike… Pedaleó con más fuerza, gritando a Lawrence que acelerara.

Dieron la vuelta hacia el sur, en dirección al claro donde se alzaban el elevador de grano y el almacén sobre la hierba. Dale miró atrás en el momento en que el camión se detenía en la entrada del camino. Pensó que en aquel momento parecía un enorme perro rojo y salvaje, que husmeaba, sabiendo que su presa estaba acorralada, pero avanzando con cautela.

Lawrence iba en cabeza como habían proyectado, pasando entre el elevador, con su desvaído rótulo en el tejado, y el largo almacén. Era un pasadizo estrecho por el que habían pasado los camiones para ser pesados y cargados o descargados, pero lo bastante ancho para el de recogida de animales muertos. Aunque muy justo.

Pero no entró en él.

Dale se había detenido precisamente junto a la plataforma de pesaje y ahora apoyaba una pierna en el suelo y tenía la otra doblada sobre la barra de la bicicleta, mientras jadeaba y contemplaba el camión a veinte metros de distancia. «¿Y si Van Syke tiene una pistola?»

Rugió el motor. Dale pudo oler la carga y ver las patas rígidas de lo que parecía un par de vacas y un caballo, sobresaliendo de las descoloridas tablas de los costados del vehículo, e incluso distinguir el brazo enrojecido y peludo del conductor…, pero el camión no se acercaba.

«¿Esperando refuerzos? ¿Tendrá una radio esa maldita cosa? ¿Puede Van Syke llamar a Roon y a los otros?»

Dale desmontó y sujetó su bici. Podía sentir, más que oír, los gritos silenciosos de sus amigos detrás de él. «Si están allí. Tal vez algo les ha atrapado ya…, tal vez haya pillado a Lawrence al pasar… y me tiene a su merced.»

Permaneció plantado allí, de cara al camión, viéndolo balancearse, como si el conductor pretendiese avanzar con el freno puesto.

Dale levantó el brazo derecho e hizo un corte de manga al conductor invisible.

El camión avanzó, levantando grava y una nube de polvo.

Dale no tenía tiempo de montar de nuevo sobre su bicicleta La empujó a un lado, se volvió y echó a correr entre el elevador y el almacén, con los Keds repicando sobre las carcomidas tablas de la báscula. Había llegado al final del edificio cuando el camión de recogida de animales muertos rugió detrás de él.

El mechero se encendió al primer intento. Los trapos empapados se inflamaron, y Mike se irguió para lanzar el frasco de Coca cola lleno de gasolina sobre el techo de la cabina del camión. Lo que vio cuando el camión pasó por debajo de él le hizo perder una fracción de segundo, y en vez de acertar a la cabina, el frasco fue a dar en la caja del camión: en ésta no sólo había animales muertos sino también otros cuerpos, cuerpos humanos que parecían haber sido desenterrados de viejas tumbas: tierra parda, harapos pardos, carne parda y un blanco brillante de huesos.

Mike realizó un nuevo lanzamiento, Harlen lo hizo un segundo más tarde y ambos observaron cómo Kevin se ponía en pie Y arrojaba su botella desde el tejado del almacén.

El cóctel Molotov de Mike estalló en la parte de atrás del camión inflamando el cuerpo hinchado de una vaca, la carne seca de un caballo y los harapos de varios cadáveres humanos. La botella de Harlen fue a dar en la parte de atrás de la cabina y la roció de gasolina, que por alguna razón no se inflamó. La de Kev chocó contra el guardabarros delantero y estalló en una bola de fuego. Dale saltó a la izquierda al llegar a la esquina del edificio, casi tropezando con Lawrence sobre su bici. Éste parecía a punto de volver al estrecho callejón en el momento en que pasó el camión por la abertura con su caja ardiendo y la rueda izquierda de delante arrojando llamas y caucho fundido en su dirección.

Mike y Harlen agarraron otra botella de la bolsa de lona y corrieron hasta el borde del tejado de metal, sin preocuparse ya de que los viesen y manteniendo el encendedor junto a los trapos.


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