Dale cruzó tambaleándose la puerta humeante.

La clase estaba ardiendo. La explosión había derribado a todo el mundo, a los vivos y a los muertos, pero Harlen había ayudado a Mike a ponerse en pie y los dos chicos estaban tratando de librar a Lawrence de sus ligaduras. Dale recogió del suelo la escopeta de Mike y entonces se unió a ellos, tirando de las endurecidas hebras que sujetaban los brazos y el cuello de su hermano.

Dale puso a Lawrence en pie mientras Harlen apartaba la silla. Todavía quedaban algunos cordones, pero Lawrence pudo mantenerse en pie y hablar. Rodeó a Dale con un brazo y a Mike con el otro. Estaba llorando y riendo al mismo tiempo.

– Más tarde -gritó Dale, señalando hacia la ardiente masa de pupitres y la oscuridad donde el Soldado y Van Syke habían conseguido ponerse en pie. Tubby estaba allí, en alguna parte.

Mike se enjugó la sangre y el sudor de los ojos y sacó el último cartucho del bolsillo. Cogió la escopeta de Dale y la cargó.

– Marchaos -gritó a través del humo-. Andando. Yo os cubriré.

Dale fue llevando a su hermano hacia el rellano. Roon había desaparecido. El borde del rellano era como una pared de llamas, con pedazos de la red y de la bolsa cayendo en esferas fundidas desde lo alto.

Dale y Harlen se dirigieron tambaleándose a la escalera, con Lawrence entre ellos. La galería de la biblioteca y la escalera de debajo de ella se habían convertido en una hoguera de diez metros. Parecía como si la escalera se hubiese derrumbado hasta el sótano. Los ladrillos relucían como calentados al rojo vivo.

– Arriba -dijo Dale.

Mike salió de la clase y se reunió con ellos cuando subían rápidamente la escalera hasta el siguiente rellano, y entonces siguieron hasta el tercer piso, que había estado cerrado durante tantos años.

Sonaron silbidos y gritos en las clases «vacías» del instituto…, unas clases que habían permanecido a oscuras y llenas de telarañas durante décadas. Los muchachos no perdieron tiempo en investigar.

– Arriba.

Ahora había sido Mike quien había dicho esto, señalando hacia la estrecha escalera del campanario. Las tablas humeaban y crujían bajo sus pies al subir. Dale oyó unos ruidos abajo que podían ser producidos por la escalera central al derrumbarse en aquel infierno.

Llegaron a la estrecha pasarela del interior del campanario. Las tablas eran estrechas y estaban podridas, y Dale miró una vez hacia abajo, Vio las llamas que subían hacia él desde quince metros más abajo y no volvió a mirar.

En cambio miró fijamente la cosa que colgaba de su red en el centro del campanario.

La bolsa translúcida y bulbosa podía haber tenido antaño una bella forma. Creyó ver los soportes y elementos de una campana donde había estado sujeta aquella cosa con sus redes y zarcillos. Pero esto no importaba.

Lo que vio le miró ahora a su vez…, a todos ellos…, con mil ojos y cien bocas pulsátiles. Dale percibió la cólera de aquella cosa, la total incredulidad de que diez mil años de silencioso dominio pudiesen terminar con aquella farsa…, pero, sobre todo, percibió su rabia y su poder.

«Todavía podéis servirme. Todavía puede empezar la Edad Oscura.»

Dale, Lawrence y Harlen miraban fijamente aquella cosa. Sentían su tremendo calor, no sólo el calor de las llamas sino el más profundo de saber que podían servir al Maestro, tal vez incluso salvarle si le servían.

Juntos, moviendo las piernas como una criatura con una sola mente los tres dieron dos pasos hacia el borde de la pasarela y el Maestro.

Mike levantó la escopeta de Memo y disparó contra la bolsa desde una distancia de dos metros. La bolsa se rompió y vertió su contenido, silbando, en las crecientes llamas.

Mike empujó a sus amigos hacia atrás y utilizó el arma como martillo para hacer saltar los listones podridos del lado del campanario.

Cordie se despertó a tiempo para arrastrar al inconsciente Grumbacher lejos de la conflagración. Él tenía la ropa ennegrecida, había perdido las cejas y parecía que la explosión le había lanzado hacia atrás, a cierta distancia.

Lo llevó hasta los olmos y le dio palmadas en la cara hasta que él abrió los ojos. Y los dos observaron a unas pequeñas figuras subiendo al tejado del colegio en llamas.

– ¡Mierda! -dijo Harlen, deslizándose por la pendiente de un gablete hasta el borde del tejado-. Creo que vi esta escena en Mighty Joe Young.

Todos estaban en el borde sur del tejado del colegio, agarrándose a todo lo que podían encontrar. Había al menos una altura de cuatro pisos sobre el duro suelo enarenado y la acera de cemento del patio de recreo.

– Míralo de esta manera -resopló Dale, sujetando a Lawrence, mientras éste se agarraba a un agujero del tamaño de un puño en las tablillas del tejado-. Al menos podrás usar tus cuerdas.

Harlen había desenrollado el primero de los dos rollos de cuerda de ocho metros. Estaba chamuscado en parte y no parecía muy seguro.

– Sí -dijo, hablando consigo mismo-, pero, ¿cómo?

– ¡Oh, oh! -dijo Mike.

Había estado agarrado a la esquina de una chimenea y mirando hacia atrás por encima de las juntas de los gabletes.

Detrás de ellos, una figura alta avanzaba entre los humeantes listones del campanario.

Dale sólo podía distinguir una silueta negra.

– ¿Será el Soldado? ¿O Van Syke?

– No lo creo -dijo Mike-. Debe de ser Roon. No creo que las otras cosas puedan moverse o actuar después de muerto su Maestro. Eran parte de algo más grande. -Los muchachos observaron cómo desaparecía la oscura figura detrás de un gablete, moviéndose rápidamente hacia ellos. Mike se volvió y dijo a Harlen, a media voz-: Si vas a emplear esa cuerda, te aconsejo que te des prisa.

Harlen había hecho un nudo corredizo e hizo ahora un lazo.

– Si pudiese engancharlo en aquella rama, podríamos balancearnos y bajar.

Dale, Lawrence y Mike contemplaron las altas ramas del olmo. Estaban al menos a nueve metros de distancia y eran demasiado delgadas para sostener a uno solo de los muchachos. Detrás de ellos reapareció la figura en el centro del tejado y siguió el mismo camino que habían tomado ellos hacia el gablete del sur. Salía humo de entre las viejas tablillas, oscureciendo a medias aquella forma; pero Dale pensó que podía distinguir el traje negro y las ensangrentadas facciones del doctor Roon.

El calor del incendiado extremo norte del edificio era terrible. Los muchachos tuvieron que volver la cara al arder todo el campanario.

– ¡Eh! -dijo Lawrence-. Mirad.

A tres o cuatro kilómetros de distancia, iluminado por el fulgor intermitente de los relámpagos, un tornado había descendido de las negras nubes y giraba hacia el sudoeste, con el embudo subiendo y bajando. Durante un largo segundo, los muchachos miraron simplemente. Dale descubrió que rogaba en silencio que avanzase el torbellino, que llegase hasta ellos y pusiese fin a todo con un remolino final de destrucción.

El tornado se elevó, se sumergió detrás de los árboles y los campos muy hacia el este, descargó en alguna parte, más allá del pueblo, y se alejó en la oscuridad hacia el norte. El viento arreció de pronto al pasar el frente tormentoso, azotando a los chicos con hojas y ramas y amenazando con desprenderles de sus asideros en el alero del tejado.

– Dame eso -dijo Mike a Harlen.

Cogió la cuerda, reforzó el nudo, la pasó por encima de la chimenea de más de un metro y ató su extremo a la otra cuerda con rápidos y seguros nudos. Cuando hubo terminado, tiró de la cuerda para asegurarse de su solidez, arrojó el extremo por encima del alero y dijo a Dale:

– Tú primero.

Pudieron oír que la oscura figura gateaba sobre las tablillas al otro lado del gablete de detrás de ellos.

Dale no discutió ni vaciló. Se deslizó sobre el borde del canalón, solo Vio aire debajo de él, cruzó las piernas alrededor de la cuerda y empezó a descender. Se balanceó ligeramente bajo el saliente del tejado, sintiendo lo frágil que era la cuerda.


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