Detrás de ellos, los gemelos Fussner, McKown y los otros gritaban y ladraban como perros raposeros en una cacería. Pero el bosque tenía aquí mucha vegetación nueva, arbolitos, arbustos, matojos y zumaques, y todos tenían demasiado trabajo en correr y perseguir o correr y huir para perder tiempo lanzando terrones.

Siempre corriendo y tirando en ocasiones de Lawrence para desviarse de algún viejo sendero o subir una cuesta, Dale trataba de mantenerse lejos de sus perseguidores mientras se imaginaba un mapa y buscaba la manera de volver al Campamento Tres sin darse de manos a boca con la pandilla perseguidora.

Resonaban en las colinas los gritos de captura y de agresión.

La biblioteca de la Universidad de Bradley no era la mejor -porque estaba especializada en educación, ingeniería y ciencias empresariales-, pero Duane la conocía y pronto encontró alguna información sobre el tema que le interesaba. Pasó del fichero a los estantes, al catálogo, a los microfilmes y de nuevo a los estantes, mientras el tío Art, sentado en uno de los sillones de la sala principal, repasaba diversos diarios y revistas de los últimos dos meses.

En realidad no había mucho material sobre los Borgia, y menos aún sobre la campana. Duane tuvo que desbrozar todos los datos superficiales antes de encontrar la primera clave.

Fue una pequeña nota en un largo pasaje sobre la coronación de los Papas:

Fue un escándalo para los italianos y una sorpresa incluso para sus parientes españoles cuando Su Excelencia Don Alfonso de Borja, arzobispo de Valencia, cardenal de Quattro Coronati, fue elegido papa a los setenta y siete años en el Cónclave de 1455. Pocos discutieron que las cualidades principales del cardenal fueran su edad avanzada y su delicado estado de salud; el Cónclave necesitaba un papa de transición y nadie dudaba de que Borgia, como los italianos habían suavizado el tosco apellido español, sería precisamente el Sumo Pontífice.

Como papa Calixto III, Borgia pareció encontrar una renovada energía en su posición y procedió a consolidar el poder papal y a lanzar una nueva Cruzada, que resultó ser la última, contra el dominio de Constantinopla por los turcos.

Para celebrar su papado y la gloria de la Casa Borgia, Calixto III encargó una gran campana, que debía forjarse con metal extraído de los fabulosos montes de Aragón. Se forjó la campana. Según la leyenda, el hierro fue extraído de la famosa Piedra Estrella Coronati, posiblemente un meteorito, pero realmente una fuente de material de la más alta calidad para los metalistas de Valencia y de Toledo durante varias generaciones. Fue exhibida en Valencia en 1457 y enviada a Roma con una majestuosa comitiva que se entretuvo para otras exhibiciones en todas las ciudades importantes de los reinos de Aragón y de Castilla. Y resultó que se entretuvo demasiado.

La campana triunfal de Calixto III llegó a Roma el 7 de agosto de 1458. Pero el papa de ochenta años no pudo admirarla; había muerto la noche anterior en sus habitaciones privadas.

Duane buscó en el índice y leyó por encima el resto del libro; pero no volvía a mencionar la campana de Calixto III. Hizo una rápida excursión al fichero y volvió con notas para encontrar libros que mencionaban al sobrino Rodrigo del papa Calixto.

Había mucha información sobre Rodrigo. Duane escribió rápidamente, contento de haber traído varias libretitas.

El cardenal de veintisiete años, Rodrigo Borgia, había sido el principal inspirador del Cónclave de 1458. Ni remotamente candidato al papado, el joven Borgia había influido ingeniosamente en la elección del próximo pontífice consiguiendo apoyo para el obispo Aeneas Silvius Piccolomini, que salió del Cónclave como papa Pío II. Pío II no olvidó la ayuda del joven cardenal cuando la había necesitado, y el antiguo Piccolomini se aseguró de que los años siguientes fuesen prósperos para el joven Rodrigo Borgia.

Pero no se mencionaba ninguna campana. Duane leyó rápidamente dos libros y hojeó un tercero antes de encontrar la clave siguiente. Era un relato escrito por el propio Piccolomini. El papa Pío II parecía haber sido un cronista nato, más historiador que teólogo. Sus notas sobre el cónclave de 1458, prohibidas por las normas y la tradición, mostraban con gran detalle cómo había inducido a Rodrigo Borgia a apoyarle y lo importante que había sido su apoyo. Y en un pasaje referente al Domingo de Ramos de 1462, o sea cuatro años más tarde, Pío II describía una magnífica procesión celebrada en honor de la llegada de la cabeza de San Andrés a Roma. Duane sonrió al leer esto: una celebración por la llegada de una cabeza. El pasaje era bastante elocuente:

Todos los cardenales que vivían a lo largo del trayecto habían adornado magníficamente sus casas, pero todos eran superados en gastos, esfuerzo e ingenio por Rodrigo, el vicecanciller. Su enorme e imponente mansión, que había construido donde había estado la antigua casa de la moneda, estaba cubierta de ricos y maravillosos tapices, y además había levantado un magnífico dosel del que pendían muchas y variadas maravillas. Sobre el dosel, enmarcada por un complicado y decorativo trabajo en madera, pendía la gran campana encargada por el hermano del vicecanciller, Nuestro predecesor. A pesar de su novedad, se decía que la campana había sido talismán y fuente de poder para la Casa Borgia.

La procesión se detuvo delante de la fortaleza del vicecanciller, un lugar de dulces canciones y sonidos, o un gran palacio resplandeciente de oro, como dicen que era el de Nerón. Rodrigo había adornado no sólo su propia casa para Nuestra celebración, sino también las próximas, de manera que toda la plaza parecía una especie de parque rebosante de bulliciosos festejos.

Ofrecimos bendecir la casa de Rodrigo y la campana, pero el vicecanciller declaró que la campana había sido consagrada a su manera dos años antes, cuando fue construido el palacio. Perplejos, continuamos con Nuestra preciosa reliquia a través de las devotas y alegres calles.

Duane sacudió la cabeza, se subió las gafas y sonrió. La idea de que aquella campana se encontraba olvidada en el cerrado campanario de Old Central le parecía inverosímil.

Comprobó sus notas, revisó los estantes, sacó algunos otros libros y volvió a su mesa de estudio. Había más.

El Campamento Tres estaba en una ladera a menos de medio kilómetro al nordeste del cementerio. El bosque era allí espeso, con las ramas de los árboles a un metro y medio del suelo en muchos lugares y la maleza dificultando el paso, salvo en los pocos senderos que habían abierto el ganado y los cazadores a través de la espesura. El Campamento Tres parecía un bosquecillo más de arbustos visto desde todos los ángulos, con múltiples troncos del grueso de la muñeca de un niño y una maraña de ramas en lo alto que casi se confundían con el dosel de hojas de los árboles. Pero si uno se ponía de rodillas en el sitio adecuado y se arrastraba en el laberinto de zarzas y tallos en la dirección exacta, aparecía la entrada a un lugar realmente maravilloso.

Dale y Lawrence fueron los primeros en llegar, jadeando y mirando por encima del hombro, oyendo los gritos de McKown y de los otros a tan sólo cien metros detrás de ellos. Se aseguraron de que nadie les veía, se pusieron a cuatro patas sobre la herbosa ladera y se arrastraron al interior del Campamento Tres.

El interior era tan sólido y seguro como una choza de techo abovedado, de dos metros y medio de diámetro en un círculo casi perfecto; la pared de arbustos permitía mirar al exterior por algunas rendijas, pero hacía completamente invisibles a sus ocupantes desde fuera. Algún capricho de la naturaleza, debido tal vez a los arbustos que parecían haber montado allí una empalizada, hacía que el suelo fuese casi nivelado pese a que el resto de la ladera era bastante empinado. En el círculo crecía una hierba baja y suave que proporcionaba una superficie tan lisa como el césped de un golf en miniatura.


Перейти на страницу:
Изменить размер шрифта: