– ¡Basta! -gritó el padre Cavanaugh desde la puerta-. Rusty, vete a preparar el vino y el agua. ¡Ahora mismo!

Cuando el chico hubo salido, el cura se acercó a Mike y apoyó afectuosamente una mano en su hombro. La visión de Mike se había aclarado ahora, pero por alguna razón estaba temblando. Se agarró los muslos fuertemente, para dejar de temblar, pero fue inútil.

– ¿Le conocías, Michael?

Mike asintió con la cabeza.

– ¿Erais muy amigos?

Mike respiró hondo. Encogió los hombros y después hizo con la cabeza una señal afirmativa. Ahora parecía que el temblor se había contagiado a los huesos.

– ¿Era católico? -preguntó el padre C.

Mike bajó de nuevo la cabeza. Estuvo a punto de decir: ¿Y eso qué importa?

– No -dijo- Creo que no. Aquí no venía nunca a la iglesia. No creo que ni él ni su padre profesasen ninguna religión.

El padre C. suspiró.

– Es igual. Iré a visitarlo después de la misa.

– No puede ir a ver al señor McBride, padre -dijo Rusty desde la puerta. Tenía las botellitas de vino y de agua en las manos-. La policía se ha llevado al padre del chico a Oak Hill. Dicen que tal vez él le mató.

– ¡Ya basta, Rusty! -dijo el padre C., en un tono muy duro que Mike no le había oído emplear jamás-. Ahora mueve el culo, sal de aquí y espéranos a Mike y a mí.

Rusty se quedó boquiabierto y miró fijamente al padre C. Durante un segundo; después corrió hacia el altar.

Mike pudo oír que empezaban a entrar los asistentes al funeral de la señora Sarranza.

– Pensaremos en tu amigo Duane durante la misa y pediremos a Dios que se apiade de él -dijo suavemente el padre Cavanaugh, tocando por última vez el hombro de Mike-. ¿Listo?

Mike asintió con la cabeza, levantó el alto crucifijo que estaba apoyado en la pared y siguió al sacerdote hacia el altar en solemne procesión.

A última hora de la tarde, el padre de Dale subió a hablar con éste. Dale estaba tumbado en la cama, escuchando los gritos de los niños más pequeños que jugaban en el patio de recreo de la escuela, al otro lado de la calle. Las expresiones de júbilo sonaban muy lejos.

– ¿Cómo estás, fiera?

– Bien.

– Lawrence está cenando un poco. ¿Por qué no vienes?

– No. Gracias.

Su padre carraspeó y se sentó en la cama de Lawrence. Dale estaba tumbado boca arriba, con los dedos entrelazados sobre la frente, contemplando las pequeñas grietas del techo.

Cuando se sentó su padre, escuchó, casi esperando oír algún movimiento debajo de la cama. Pero no se oía más ruido que el de fuera, filtrándose a través de las persianas como el aire pesado. El día era gris y denso de humedad.

– He telefoneado de nuevo al agente Sills -dijo su padre-. Por fin he podido comunicar con él.

Dale esperó.

– Es verdad lo del accidente -dijo su padre, y su voz sonaba ronca, tensa-. Hubo un terrible accidente con la máquina que usaban para recolectar el maíz. Duane… Bueno, Barney cree que todo fue muy rápido. Probablemente, Duane no sufrió…

Dale se encogió ligeramente, centrando su atención en el techo, como buscando un dibujo en las grietas.

– La policía ha estado allí toda la mañana -siguió diciendo su padre, pensando evidentemente que por muy terribles que fuesen los hechos Dale necesitaba saberlos-. Van a continuar la investigación, pero están casi seguros de que fue un accidente.

– ¿Y qué hay de su padre? -preguntó Dale, con voz ronca.

– ¿Qué?

– El padre de Duane. ¿No le ha detenido la policía?

El hombre se rascó el labio superior.

– ¿Quién te ha dicho esto?

– Mike ha pasado por aquí. Él lo sabía por otro chico. Dijeron que el padre de Duane había sido detenido por asesinato.

Su padre sacudió la cabeza.

– Darren McBride fue interrogado, según dijo el agente. Había estado bebiendo hasta muy tarde la noche pasada y no podía recordar lo que había hecho a primeras horas de la mañana. Pero según el señor Taylor y el informe del juez de instrucción… Pero tal vez prefieras no oír esto, Dale…

– Sí -le pidió éste.

– Bueno, creo que tienen maneras de saber el tiempo que ha pasado desde… desde que alguien ha fallecido. Al principio creyeron que el accidente se había producido esta mañana, después de que el señor McBride volviera a casa… y se fuera a dormir…

– Inconsciente -dijo Dale.

– Sí. Bueno, al principio creyeron que el accidente se había producido esta mañana, pero después, el juez de instrucción tuvo la seguridad de que había ocurrido la noche pasada, alrededor de las doce. El señor McBride estuvo en el Arbol Negro hasta mucho después de medianoche. Había testigos de ello. Además, Barney dice que el hombre está fuera de sí, que casi ha perdido la razón.

Dale asintió de nuevo. Sí, lo de la medianoche era correcto. Recordó el tañido de la campana a eso de las doce. La campana que no existía en Elm Haven.

– Quiero ir allí -dijo.

Su padre se inclinó hacia delante. Dale pudo percibir el olor del jabón y del tabaco en sus manos y antebrazos.

– ¿A la finca?

Dale asintió con la cabeza. Ahora le pareció ver un dibujo en las grietas del techo. El dibujo de un signo de interrogación muy grande, hecho con líneas en zigzag.

– No creo que sea una buena idea ir hoy -dijo su padre suavemente-. Telefonearé más tarde. Veré cómo está el señor McBride, si se celebrarán exequias o un entierro. Después llevaremos un poco de comida. Tal vez mañana.

– Voy a ir -dijo Dale.

Su padre pensó que se refería al entierro. Asintió, acarició la cabeza de su hijo y bajó la escalera.

Dale siguió tumbado allí, pensando. Posiblemente se durmió porque cuando abrió de nuevo los ojos, la luz menguante teñía de gris la habitación, los gritos de los niños habían dado paso al canto de los grillos y los sonidos nocturnos y la oscuridad se había extendido desde los rincones. Dale permaneció tumbado, absolutamente inmóvil, respirando apenas, esperando un sonido debajo de la cama de Lawrence, el tañido de una campana, algo…

Cuando empezó a caer una fuerte lluvia, como si se hubiese abierto un grifo, Dale se sentó junto a la ventana y observó cómo se perfilaban las hojas contra el resplandor de los silenciosos relámpagos, oyó el gorgoteo del agua en las tuberías y el repiqueteo de la lluvia sobre las hojas y el camino de entrada al amainar el chaparrón. Un centelleo iluminó Depot Street, mojada y negra en la noche, y el campanario de Old Central alzándose sobre los olmos centinelas al otro lado de la calle.

El viento que entraba a través de la persiana era ahora muy frío. Dale tembló ligeramente, pero no se metió en la cama. Todavía no. Tenía que pensar.

Él y Mike salieron después de que cada uno de ellos hubiese ido a su respectiva iglesia al día siguiente. El sermón del reverendo Miller le había parecido a Dale un zumbido lejano; más tarde, al volver a casa, su madre había comentado lo discretos que habían sido los comentarios del pastor sobre la tragedia de McBride, pero Dale no los había oído.

Dijo a su madre que iba al gallinero de Mike; no sabía lo que había dicho éste a su familia, si es que había dicho algo. Dale no tuvo que llamarle: Mike le estaba esperando al pie del alto olmo donde se habían visto por primera vez. Mike llevaba un poncho impermeable que el Peoria Journal-Star le había dado para que fuese a repartir los periódicos.

– Te vas a calar hasta los huesos -dijo Mike, cuando Dale se detuvo en la acera.

Dale miró hacia arriba, a través de las ramas. Todavía llovía con fuerza; en realidad no lo había advertido, aunque se dio cuenta de que se había puesto una cazadora. La visera de su gorra de lana estaba ya goteando. Se encogió de hombros.

– Vamos.

La lluvia repicaba sobre el maíz cuando pedalearon por delante de la torre del agua y se dirigieron hacia el este por Jubilee College Road, y de nuevo hacia el norte por la Seis del condado. Escondieron las bicis entre los altos matorrales de la colina donde estaba la casa del tío Henry. La lluvia era ahora más fuerte y a Mike le preocupaba que se mojase la bicicleta.


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