– No pienso contestar a esa pregunta.

– En ese caso, he de interpretar que tienes algo que ver con lo que ha sucedido. Y así lo escribiré: «Jueza de Escania involucrada en el drama de Hesjövallen».

Birgitta apuró el café y se levantó. Él la siguió hasta la recepción.

– Si me das algo, puedo devolverte el favor.

– No tengo absolutamente nada que decirte. Y no porque guarde un secreto sino porque, de verdad, no tengo nada que pueda ser de interés para un periodista.

Lars Emanuelsson pareció súbitamente desolado.

– Reportero, No periodista. Yo no me dirijo a ti llamándote jueza de pacotilla.

De pronto, a Birgitta le cruzó la mente una idea.

– ¿Fuiste tú quien me llamó por teléfono a medianoche?

– No…

– Bien, pues ya lo sé.

– Pero entonces, ¿sonó el teléfono? ¿A medianoche, mientras dormías? ¿Es algo por lo que debería interesarme?

Ella no contestó, sino que llamó el ascensor.

– Bueno, te daré algo -le dijo Lars Emanuelsson-. La policía oculta un detalle importante. Si es que se puede llamar detalle a una persona.

Las puertas del ascensor se abrieron y Birgitta entró.

– No sólo murieron personas mayores. También había un niño en una de las casas.

Las puertas se cerraron. Una vez arriba, Birgitta volvió a bajar. El reportero estaba esperándola. No se había movido ni un centímetro. Se sentaron y Lars Emanuelsson encendió un cigarrillo.

– Aquí está prohibido fumar.

– Dime alguna otra cosa que no me importe lo más mínimo.

Sobre la mesa había una maceta que utilizó como cenicero.

– Uno debe buscar siempre lo que la policía no cuenta. En lo que ocultan podemos averiguar cómo piensan, en qué dirección creen que deben avanzar para dar con un criminal. Entre todas las víctimas había un niño de doce años. Saben quiénes eran sus familiares y qué hacía en el pueblo, pero se lo ocultan a la gente.

– ¿Y tú cómo lo sabes?

– Es un secreto. En una investigación criminal siempre hay una grieta por la que se fuga la información. Uno debe buscarla y aplicar el oído a ella.

– ¿Quién es ese niño?

– Hasta el momento, un factor desconocido. Yo sé su nombre, pero no te lo diré. Estaba de visita en casa de unos familiares. En realidad, tendría que haber estado en el colegio, pero había venido a recuperarse de una operación de los ojos. El pobre era bizco. Por fin le habían colocado los ojos en su sitio, podríamos decir que le habían ajustado el intermitente. Y entonces van y lo matan. Del mismo modo que a los ancianos con los que vivía. Aunque no del todo.

– ¿Cuál es la diferencia?

Lars Emanuelsson se retrepó en la silla. Su estómago se expandió sobresaliendo por encima del cinturón. Para Birgitta Roslin era un hombre completamente repugnante. Él lo sabía, pero no le importaba lo más mínimo.

– Ahora te toca a ti. Vivi Sundberg, libros y cartas.

– Soy pariente lejana de algunas de las víctimas. Le di a Sundberg un material que me había pedido.

El reportero la observó con los ojos entrecerrados.

– ¿Me lo creo?

– Puedes creer lo que quieras.

– ¿Qué tipo de libros? ¿Qué cartas?

– Se trataba de esclarecer las relaciones de parentesco entre la familia.

– ¿Qué familia?

– Brita y August Andrén.

El reportero asintió reflexivo y apagó el cigarro con inesperada energía.

– Casa número dos o número siete. La policía le ha dado un código a cada casa. La casa número dos se llama 2/3. Lo que significa, claro está, que en ella se encontraron tres cadáveres. -Siguió observándola mientras sacaba un cigarrillo a medio fumar de un paquete arrugado-. Pero eso no explica el porqué de la frialdad en la conversación que mantuviste con Vivi Sundberg.

– Ella tenía prisa. ¿Cuál era la diferencia en el caso del niño?

– No he conseguido adivinarlo del todo. He de admitir que los policías de Hudiksvall y los refuerzos del grupo de homicidios de Estocolmo saben mantener la boca cerrada. Sin embargo, creo saber que el niño no fue víctima de una violencia innecesaria.

– ¿A qué te refieres?

– ¿A qué otra cosa me puedo referir? A que lo mataron sin que le infligiesen antes un sufrimiento, un martirio y una angustia innecesarios. Claro que de ahí pueden extraerse un sinfín de conclusiones distintas a cuál más atractiva y, probablemente por ello, más errónea. Aunque en eso puedes entretenerte tú misma, si te interesa.

Se levantó después de apagar una vez más el cigarrillo en la maceta.

– Y ahora voy a seguir dando vueltas -aseguró-. Puede que volvamos a vernos. ¿Quién sabe?

Birgitta Roslin lo vio salir a la calle. Un recepcionista que pasaba por allí se detuvo al ver que intentaba despejar el humo con las manos.

– No he sido yo -declaró Birgitta Roslin-. Yo me fumé mi último cigarrillo a la edad de treinta y dos años, o sea, más o menos cuando tú naciste.

Subió a su habitación con la intención de hacer la maleta, pero se quedó mirando por la ventana, observando al esforzado padre que seguía allí con los niños en el trineo. ¿Qué era, en realidad, lo que le había dicho aquel hombre tan desagradable? Y, en el fondo, ¿era tan desagradable como ella pretendía? Él sólo hacía su trabajo. Y ella no había sido muy servicial. De haberse comportado de otra manera, tal vez él le habría proporcionado más información.

De modo que se sentó ante el pequeño escritorio de la habitación y empezó a tomar notas. Como de costumbre, pensaba mejor bolígrafo en mano. En efecto, no había leído en ningún periódico que hubiesen matado a un niño. Era la única víctima joven, a menos que hubiese más muertos de los que la gente no supiese aún. Lo que Lars Emanuelsson le había dicho significaba en definitiva que los demás habían sido maltratados, tal vez torturados, antes de ser asesinados. ¿Por qué el niño se había librado de ello? ¿Sería simplemente porque era pequeño y el asesino tuvo cierta consideración con él por ese motivo? ¿O habría otra razón?

Las respuestas no eran fáciles. Y tampoco era su problema. Aún se sentía avergonzada por lo que había sucedido el día anterior. Se comportó de un modo inadmisible. No osaba pensar siquiera en lo que habría sucedido si la hubiese sorprendido algún periodista. En tal caso, se habría visto obligada a emprender un humillante regreso a Escania.

Terminó de hacer la maleta y se preparó para dejar la habitación. Sin embargo, decidió encender el televisor primero para ver el pronóstico del tiempo y así elegir el camino de regreso justo cuando estaban televisando una conferencia de prensa en la comisaría de Hudiksvall. Sobre una pequeña tarima se veía a tres personas sentadas; Vivi Sundberg era la única mujer. De pronto sintió una picazón. ¿Y si aparecía en televisión para contar que una jueza de Helsingborg había sido sorprendida actuando como una vulgar ladrona? Birgitta Roslin se dejó caer sobre el borde de la cama y subió el volumen del aparato. En ese momento estaba hablando Tobias Ludwig, que se hallaba sentado en el centro.

Comprendió que se trataba de una retransmisión en directo. Cuando Tobias Ludwig terminó, el fiscal Robertsson, que era la tercera persona de la tribuna, tomó el micrófono y dijo que la policía agradecería cualquier tipo de información por parte de la población en general. Podía ser un coche, algún extraño que anduviera por la zona, cualquier cosa que les hubiera llamado la atención.

Cuando el fiscal concluyó su intervención, le tocó el turno a Vivi Sundberg. La policía alzó una bolsa de plástico y la sostuvo para que todos pudieran verla. La cámara la enfocó de cerca. En la bolsa había una cinta de seda roja y Vivi Sundberg dijo que a la policía le gustaría saber si alguien la reconocía.

Birgitta Roslin se acercó a la pantalla del televisor. ¿Dónde había visto ella una cinta roja parecida a la de la bolsa? Se puso de rodillas ante el aparato, para ver mejor. No le cabía la menor duda, la cinta le recordaba algo. Rebuscó en su memoria, pero sin éxito.


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