No obstante, se dijo, ahí se le ofrecía un punto de partida. No todos los habitantes del pueblo estaban muertos. Tres personas se habían librado. ¿Por qué? ¿Se trataba de un hecho fortuito o tendría algún significado?

Vivi Sundberg aguardó así, sin moverse, unos minutos más. A través de una ventana vio que los técnicos criminalistas de Gävle ya habían llegado, acompañados por una mujer, que supuso sería la forense. Respiró hondo. Era ella la que tenía el mando y, por más que aquel caso suscitaría un enorme interés no sólo en el país, sino fuera de sus fronteras, debía asumir su responsabilidad. Pese a todo, tenía decidido solicitar apoyo de Estocolmo aquel mismo día. Hubo un tiempo, cuando era joven, en que soñaba con trabajar en el grupo de homicidios de la capital, que tenía fama de llevar a cabo brillantes investigaciones de asesinato perfectamente organizadas. Ahora, en cambio, deseaba más bien que dicho grupo acudiese a relevarla.

Vivi Sundberg empezó por hacer una llamada desde su móvil. Tardaron en responder.

– Sten Robertsson.

– Soy Vivi. ¿Estás ocupado?

– Puesto que soy fiscal, siempre lo estoy. Dime, ¿qué quieres?

– Estoy en un pueblo llamado Hesjövallen. ¿Sabes dónde se encuentra? Junto a Sörforsa.

– A ver, tengo un mapa en la pared… ¿Qué ha pasado?

– Mira a ver si lo encuentras primero.

– Pues tendrás que esperar -advirtió dejando el auricular sobre la mesa.

Vivi Sundberg se preguntó cómo reaccionaría. «Ninguno de nosotros ha vivido antes una situación similar», se dijo. «Ni un solo policía de este país y seguro que muy pocos de otros países. Siempre pensamos que los casos a los que nos enfrentamos no pueden ser peores, pero los límites se desplazan día tras día. Hoy estamos aquí. ¿Dónde estaremos mañana, o dentro de un año?

Robertsson volvió al teléfono.

– Bien, ya he localizado el lugar. ¿No es un pueblo deshabitado?

– No exactamente, pero lo será pronto, aunque no a causa del éxodo.

– ¿Qué quieres decir?

Vivi Sundberg le contó, con tanto detalle como le fue posible, lo que había acontecido. Robertsson la escuchó sin interrumpirla. Vivi lo oía respirar.

– ¿Y quieres que me lo crea? -preguntó Robertsson una vez que Vivi hubo terminado.

– Pues sí.

– Parece incomprensible.

– Es incomprensible. Se trata de un caso de tales proporciones que tú, como fiscal, no sólo tendrás que tomar cartas en el asunto como jefe de la investigación previa. Además, quiero que vengas, debes ver con tus propios ojos lo que tengo ante mí.

– Me pongo en marcha enseguida. Dime, ¿hay algún sospechoso?

– Ninguno.

A Sten Robertsson le dio un ataque de tos. En una ocasión le había confiado a Vivi Sundberg que padecía EPOC, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, tras haber sido fumador habitual hasta que lo dejó el día de su quincuagésimo cumpleaños. Robertsson y ella no sólo tenían la misma edad, sino que además cumplían años el mismo día, el 12 de marzo.

Dieron por concluida la conversación, pero Vivi Sundberg se quedó de pie, dudando, y no salió de la casa. Tenía que hacer otra llamada ahora, pues, de lo contrario, no sabía cuándo se le presentaría otra ocasión.

Marcó el número.

– Peluquería Elin, ¿dígame?

– Soy yo. ¿Dispones de tiempo?

– No mucho, tengo a dos señoras en los secadores. ¿Qué pasa?

– Estoy en un pueblo a bastantes kilómetros de la ciudad. Ha ocurrido algo horrible. Y será un escándalo. No tendré mucho tiempo.

– ¿Qué ha pasado?

– Han matado a un montón de ancianos. Espero que haya sido obra de un loco.

– ¿Por qué?

– Porque sería del todo inexplicable que el responsable fuese una persona normal.

– ¿No puedes decirme nada más? ¿Dónde estás?

– Ahora no tengo tiempo. Quería pedirte un favor. Necesito que llames a la agencia de viajes. La semana pasada hice la reserva para la isla de Leros. Si la anulo ahora, no perderé dinero.

– Claro, lo hago hoy mismo. ¿Corres tú algún peligro en el pueblo ese?

– Estoy rodeada de gente, no hay peligro. Tú ve y ocúpate de las señoras que tienes en los secadores, antes de que se les chamusque el cerebro.

– ¿Has olvidado que tenías cita conmigo mañana?

– Anúlalo también. Existe el riesgo inminente de que me salgan canas con este caso.

Se guardó el teléfono en el bolsillo y salió de la casa. Ya no podía postergarlo más. Los técnicos criminalistas y la forense la aguardaban.

– No pienso contaros nada. Tenéis que verlo con vuestros propios ojos. Empezaremos por el hombre que está fuera, en la nieve. Después revisaremos casa por casa. Ya me diréis si necesitáis más colaboradores. El escenario del crimen es enorme. Probablemente, el más grande de cuantos hayáis presenciado o vayáis a presenciar. Pese a que es tan atroz que apenas somos capaces de entender qué tenemos delante, hemos de intentar contemplarlo como una investigación de asesinato más.

Todos tenían alguna pregunta que hacer, pero Vivi Sundberg se mantuvo firme. Lo más importante era que lo viesen con sus propios ojos. Condujo a su séquito de casa en casa. Cuando llegaron a la tercera, Lönngren, que era el técnico criminalista de más edad, dijo que quería llamar enseguida para pedir refuerzos. En la cuarta casa, la forense anunció que también ella tenía que pedir refuerzos. Mientras ambos hacían sus llamadas se detuvo la procesión. Continuaron después, recorriendo el resto de las casas, y volvieron a reunirse en la carretera. Para entonces ya había llegado el primer periodista. Vivi Sundberg le dijo a Ytterström que procurase que nadie hablara con él. Ya lo haría ella cuando tuviese tiempo.

Todos los que se encontraban con ella en la carretera llena de nieve estaban pálidos y taciturnos. Ninguno era capaz de comprender el alcance de lo que acababan de ver.

– Veamos, la situación es la siguiente -comenzó Vivi Sundberg-. Toda nuestra experiencia y nuestra capacidad se verán sometidas a una serie de pruebas que jamás habríamos podido imaginar. Esta investigación dominará los medios, y no sólo en Suecia. Se nos exigirá que obtengamos resultados en un plazo de tiempo bastante breve. Lo único que podemos hacer es confiar en que el autor o los autores de esto hayan dejado alguna huella que nos lleve a detenerlos lo antes posible. Hemos de reunirnos y llamar a todo aquel cuya ayuda consideremos necesaria. El fiscal Robertsson está en camino. Quiero que lo vea todo personalmente y que entre a formar parte del equipo como jefe de la investigación previa. ¿Alguna pregunta? De lo contrario, empecemos a trabajar.

– Yo creo que sí tengo una pregunta -intervino Lönngren, un hombre menudo y de baja estatura.

Vivi Sundberg lo consideraba un técnico altamente cualificado. Sin embargo, tenía la desventaja de que, con bastante frecuencia, trabajaba con una lentitud exasperante para quienes aguardaban sus resultados.

– ¡Hazla!

– ¿Existe el riesgo de que el loco este, si es que se trata de un loco, vuelva a atacar?

– Existe ese riesgo, sí -confirmó Vivi Sundberg-. Puesto que no sabemos nada, hemos de partir de la base de que puede volver a ocurrir.

– Cundirá el pánico entre los pueblos vecinos -prosiguió Lönngren-. Por una vez en la vida me alegro de vivir en la ciudad.

El grupo se dispersó y, en ese mismo momento, llegó Sten Robertsson. El periodista que aguardaba al otro lado del cordón policial se le acercó en cuanto lo vio salir del coche.

– Ahora no -le gritó Vivi Sundberg-. Tendrás que esperar.

– ¿No hay nada que puedas adelantarme, Vivi? Tú no sueles ser implacable…

– Pues esta vez sí.

A Vivi no le gustaba aquel periodista, que trabajaba para Hudiksvalls Tidning. Tenía la costumbre de escribir artículos tendenciosos sobre el trabajo de la policía. Y lo que más le molestaba de él era, probablemente, que solía tener razón en sus críticas.

Robertsson tenía frío, pues llevaba una cazadora demasiado ligera. «Es un poco vanidoso», concluyó Vivi. «Ni siquiera lleva gorro, por miedo a que sea verdad eso que dicen de que se pierde antes el pelo.»


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