– . Ya había pensado en tío Lawrence, pero no podía perder la ocasión de verte a ti.
– Querida mía – dijo Hilary -, las ninfas atractivas jamás deben decir cosas así. Se suben a la cabeza. Bueno, ya hemos llegado. Entra a tomar una taza de té.
En la salida de la vicaría, Dinny recibió la sorpresa de volver a ver a su tío Adrián. Estaba sentado en un ángulo, con las largas piernas cruzadas. Agitó en el aire una mano y .poco después se acercó a ella.
. – ¿A que no sabes quién se ha presentado después de habernos separado? ¡El hombre malo en personal Ha venido a examinar mis cráneos peruanos!
– ¡No querrás decir Hallorsén!
Adrián le tendió una tarjeta de visita que llevaba impreso:
Profesor Edurard Hallorsen y, más abajo, escrito en lápiz Piedmont Hotel.
– Es un individuo mucho más tratable de lo que creí cuando le encontré en los Alpes. Incluso tengo la impresión de que, sabiéndole coger por su lado bueno, no es un mal muchacho. Eso es lo que quería decirte. ¿Por qué no cogerle por su lado bueno?
– Tú no has leído el Diario de Hubert, tío. – Me gustaría poderlo leer.
- Probablemente lo harás. Quizá lo editemos. Adrián emitió un ligero silbido.
– Reflexiona, querida. Una riña de perros es divertidísima para todo el mundo menos para los perros.
– Hallorsen ya ha hecho su jugada. Ahora le toca a Hubert.
– Bueno, Dinny, yo opino que lo más prudente es examinar el terreno antes de entrar en juego. Déjame organizar una cena íntima. Podemos encontrarnos en casa de Diana Ferse. ¿Qué te parece el lunes próximo?
Dinny arrugó su pequeña nariz un poco respingona, Si, como tenía intención, iba a Lippinghall la semana siguiente, el lunes era el día más indicado. Quizá resultaría provechoso ver a aquel americano antes de declararle la guerra.
– Está bien, tío. Te lo agradezco mucho. Si vas al West End, ¿podría ir contigo? Quiero ver a la tía Emily.y al tío Lawrence. Mount Street está en tu camino.
– Bien. Cuando hayas acabado de comer nos marcharemos.
– He terminado – dijo Dinny, poniéndose en pie.
CAPÍTULO VI
La fortuna continuaba favoreciéndola. Dinny encontró al tercero de sus tíos mientras contemplaba su propia casa, en Mount Street, con el aire de alguien que estuviese a punto de hacer una oferta.
– Ah, Dinny, ven, Tu tía está melancólica como un pájaro en la época de la muda. Se alegrará al verte. Encuentro a faltar al viejo Forsyte -añadió, entrando en la casa-. Estaba pensando cuánto tendría que pedir por esta casa si la alquiláramos la próxima temporada. Tú no conociste al viejo Forsyte, el padre de Fleur; aquél sí que era un gran tipo.
– ¿Qué le pasa a tía Em, tío Lawrence?
– Nada, querida. Temo que la vista del pobre tío Cuffs la haya inducido a meditar sobre el futuro. ¿Jamás piensas en el porvenir, Dinny? Cuando se llega a cierta edad aparece como un período lúgubre.
Abrió una puerta.
– Querida, aquí tienes a Dinny.
Emily, lady Mont, se hallaba en su salita revestida de madera. Tenía un loro encaramado sobre el hombro y estaba pasando un cepillo de plumas sobre un pedazo del Famille Verte. Bajando el cepillo, se adelantó con una mirada ausente y lejana, y dijo
– Cuidado, Polly.
Acto seguido besó a su sobrina. El loro se trasladó al hombro de Dinny, doblando la cabecita para mirarle mejor el rostro. – ¡Es tan gracioso! – exclamó lady Mont -. ¿No te importará si te pellizca una oreja? ¡No sabes lo contenta que estoy de que hayas venido, Dinny! No he hecho más que pensar en cosas fúnebres. ¿Quieres decirme lo que piensas del más allá? ¡Oh, Dinny, es tan deprimente!
– Existe uno para los que lo desean.
– Eres igual, que Michael. ¡Sumamente cerebral ¡-¿ Dónde has encontrado a Dinny, Lawrence?
– En la calle.
– No me parece correcto. ¿Qué tal está tu padre, Dinny? -Espero que no se haya sentido mal después de la visita a la horrible casa de Porthminster. ¡Cómo olía a ratones disecados!
– Estamos todos muy intranquilos a cansa de Hubert, tía. – Ah, sí. Hubert. ¿Sabes? Creó que cometió un error al azotar a aquellos hombres. Si los hubiese matado a tiros de revólver sería una cosa más comprensible, pero ¡el azote es un acto tan propio de un antiguo señor feudal!
– Cuando ves a un carretero que pega a un pobre caballo para obligarle a tirar cuesta arriba arrastrando una carga demasiado pesada, ¿no te viene ganas de azotarle?
– Sí, ya lo creo… ¿Era eso lo que hacían aquellos individuos?
– Algo mucho peor. Solían torcerles las colas a los mulos y los pinchaban con sus cuchillos. Los pobres animales sufrían terriblemente.
– ¿De veras? Entonces me alegro mucho de que los azotara, a pesar de que no siento ninguna simpatía por las mulas desde que subimos la cuesta del Gemmi. ¿Te acuerdas, Lawxence?
Sir Lawrence asintió. Su rostro tenía una expresión cariñosa, pero burlona, que Dinny siempre relacionaba con su tía Em.
¿Por qué, tía?
– Se me cayeron encima. Es decir, sólo la que yo montaba. Me han dicho que ha sido la única vez que una mula ha caído encima de alguien. Al parecer, tienen las patas muy firmes.
– ¡Una cosa de muy mal gusto, tía!
– – Sí, y de lo más desagradable. ¿Crees que a Hubert le gustaría ir a Lippinghall la semana que viene, a la cacería de perdices?
– De momento creo que no se muestra dispuesto a ir a ninguna parte. Está terriblemente malhumorado. Pero si tuvieseis un poco de sitio disponible, ¿podría ir yo?
– Claro que sí. Hay sitio en abundancia. Vamos a ver vendrán Charlie Muskham y su mujer, el señor Bentworth y Hen, Michael y Fleur, Diana Ferse y quizá Adrián, a pesar de que no caza, y tu tía Wilmet. ¡Oh! ¡Ah! Y lord Saxenden. – ¿Qué? – gritó Dinny.
– ¿A qué viene esa extrañeza? ¿No es un hombre respetable?
– Pero, tía… ¡eso es maravilloso! El es mi objetivo.
– ¡Qué palabra tan horrible! Es la primera vez que le oiganombrar así. Además, existe una lady Saxenden, _que actualmente está guardando cama.
– No, no, tía. Quiero hablarle de Hubert. Papá dice que tiene mucha influencia entre bastidores.
– Dinny, tú y Michael soléis usar las expresiones más extrañas. ¿Qué bastidores?
Sir Lawrence rompió el silencio de estatua que habitualmente mantenía en presencia de su mujer.
– Dinny quiere decir,- querida, que Saxenden es, sin parecerlo, muy influyente en el ambiente militar.
– ¿Cómo es, tío Lawrence?
– ¿Snubby? Hace muchos años que le conozco y puedo asegurar que es un buen mozo.
– Esto es muy perturbador – dijo lady Mont, volviendo a coger el loro.
– Querida tiíta, estoy completamente inmunizada. -Pero, ¿lo está lord Snubby? Siempre he procurado que en Lippinghall se respetasen las conveniencias. Tal como están las cosas, Adrián me hace tener algunas dudas, pero – añadió, dejando el loro encima de la repisa de la chimenea -, es mi hermano favorito. Por un hermano favorito una puede hacer muchas cosas.
– Es cierto – asintió Dinny.
– Todo irá bien, Em – intervino sir Lawrence -. Yo vigilaré a Dinny y a Diana, y tú puedes vigilar a Adrián y a Snubby.
– Cada año que pasa, tu tío se vuelve más frívolo, Dinny. Me cuenta unas historias de lo más escandalosas.
Se acercó a sir Lawrence y éste le posó una. mano sobre un brazo.
Dinny pensó: «El Rey Rojo y la Reina Blanca».
– Bueno, adiós, Dinny – dijo su tía repentinamente -. He de retirarme. Mi masajista sueca viene tres' veces por semana. Estoy adelgazando de veras. – Escudriñó a Dinny de arriba- abajo -. Me pregunto si podría hacerte engordar un poco.
– Estoy más gorda de lo que parece.
– Yo también. Es algo desesperante. Si tu tío no fuese un palo de telégrafos, me importaría menos.