– Anoche le leí unos fragmentos del Diario de Hubert y le dejé dormido. Le inspira una intensa antipatía. No me atrevo a pedirle nada. ¿Es realmente «un gran bombo», tío Lawrence?
Este asintió, misteriosamente.
– «Snubby» – dijo – es el ideal del hombre de Estado. Efectivamente, carece de órganos sensoriales y sus sentimientos siempre se refieren a «Snubby». Uno no puede desprenderse de un hombre así: se engancha en una parte u otra. Como la goma arábiga. Pues bien, el Estado necesita tales hombres. Si todos tuviéramos la piel delicada, ¿quién podría sentarse en el sillón de los poderosos? Es duro, Dinny, y está lleno de clavos de hierro. ¿De modo que has perdido el tiempo?
– Creo haber puesto una segunda cuerda a mi arco.
– Excelente. También Hallorsen se tiene que marchar. Me agrada ese hombre. Muy americano, pero de madera sólida. La dejó, y no queriendo volver a encontrar ni la goma arábiga ni la madera sólida, Dinny subió a su habitación.
A la mañana siguiente, Fleur y Michael utilizaron su coche para llevarse a Londres a Diana y a Adrián. Los Mushkam se habían marchado en tren. El Squire y lady Henrietta atravesaron en automóvil la campiña, dirigiéndose hacia su residencia en Northamptonshire. Quedaron sólo tía Wilmet y Dinny, pero los Tasburgh vendrían a almorzar, trayendo consigo a su padre.
– Es amable, Dinny – dijo lady Mont -. Vieja escuela, modales distinguidos, pronunciación universitaria de Oxford. Lástima que no tengan dinero. Jean es de una belleza impresionante, ¿no crees?
– Me asusta un poco, tía Em. ¡Conoce sus propias ideas de un modo tan completo!
– Concertar matrimonios – replicó su tía – es bastante divertido. ¡Quién sabe lo que me dirán Con y tu madre! No Podré dormir por las noches.
– Antes agarra bien a Hubert, tía.
– Siempre lo he querido, tal vez porque tiene el rostro -de la familia… Tú no, Dinny. No sé de dónde has sacado ese color de tez… ¡Y es tan apuesto cuando monta! ¿Dónde le hacen los pantalones?
– No creo que se haya encargado unos nuevos desde la guerra, tiíta.
– He observado que usa el chaleco muy largó. ¡Esos chalecos cortos y rectos achatan tanto! Le haré salir con Jean a que admiren los musgos de las rocas. Para que dos personas simpaticen no hay como las portulacas. ¡Ah, ahí está Boswell y Jonson! Tengo que hablarle.
Hubert llegó poco después del mediodía y, casi en seguida, dijo
– Dinny, he cambiado de idea. No publicaré el Diario. Mostrar mis propias llagas es algo que me repugna demasiado. Dándole las gracias al cielo por no haber dado todavía ningún paso, ella contestó con dulzura
– Perfectamente, querido.
– Lo he pensado bien. Si no me dan una ocupación aquí, podría incorporarme a un regimiento del Sudán y, si no, creo que también faltan hombres para la Policía India. Me alegraré mucho de volver a marcharme del país. ¿Quién hay aquí?
– Únicamente tío Lawrence, tía Em y tía Wilmet. El rector y su familia vendrán a almorzar. Los Tasburgh son unos primos lejanos.
– ¡Oh! -exclamó Hubert, sobriamente.
Ella observó la llegada de los Tasburgh casi con malicia. Hubert y el joven Tasburgh descubrieron inmediatamente que ambos habían prestado servicio en Mesopotamia y en el Golfo de Persia. Hablaban de eso cuando Hubert se dio cuenta de la presencia de Jean. Dinny vio que le dirigía una larga mirada investigadora y desinteresada, como un hombre que estuviera mirando a una nueva especie de pájaro; le vio apartar la vista, charlar y reír y luego contemplarla de nuevo.
La voz de su tía dijo – Hubert está flaco.
El rector tendió las manos abiertas, como para llamar la atención sobre su actual corpulencia elegante.
– Mi querida lady, yo a su edad estaba aún mucho más flaco.
– Yo también era delgada como tú, Dinny – dijo lady Mont.
– ¡Nuestra propiedad ha aumentado de valor, ja, ja! Fíjese en jean. Ahora es esbelta, pero dentro de cuarenta años…, aunque quizá los jóvenes de hoy día no engordarán. Hacen todo lo posible para adelgazar, ja, ja
Durante el almuerzo el rector estuvo sentado frente a sir Lawrence, con las dos señoras mayores a ambos lados. Alan estaba frente a Hubert y Dinny frente a Jean.
– Gracias sean dadas al Señor por los alimentos que vamos a comer.
– Es muy extraña esa acción de gracias – murmuró el joven Tasburgh al oído de Dinny -. Bendición sobre el asesinato, ¿verdad?
– Tendremos liebre – contestó Dinny -. Yo vi cómo la mataban. Lloraba.
– Cuando como liebre me hace el efecto de estar comiendo perro.
Dinny lo miró con agradecimiento.
– ¿Quiere usted venir con su hermana a visitarnos en Condaford?
– ¡Déme usted una oportunidad! – ¿Cuándo volverá a embarcarse? – Tengo un mes de permiso.
– Supongo que será usted amante de su profesión, ¿no es así?
– Sí – respondió sencillamente -. La tenemos en la sangre. Siempre ha habido un marino en la familia.
– Y en la nuestra siempre ha habido un soldado.
– Su hermano es pasmosamente ardiente. Estoy muy contento de haberle conocido.
– No, Blore -1e dijo Dinny al criado- Perdiz fría, por favor. También el señor Tasburgh comerá algo frío.
– ¿Buey, cordero o perdiz, señor? -Perdiz, gracias.
Una vez vi una liebre que se lavaba las orejas – dijo
Dinny.
– Cuando la veo a usted así -repuso el joven Tasbourgh – yo, sencillamente…
– Así, ¿cómo?
– Como semejando no estar aquí, ya me comprende. – Gracias.
– Dinny – preguntó sir Lawrence -. ¿Quién dijo que el mundo es una ostra? Yo digo que es una almeja. ¿Qué opinión tienes tú?
– No he visto nunca ninguna almeja, tío Lawrence.
– Eres afortunada. Esa parodia del respetable molusco bivalvo es la única prueba tangible del idealismo americano. Lo han colocado sobre un pedestal e incluso llegan a comerlo. Cuando los americanos renuncien a las almejas eso significará que se habrán vuelto realistas y pertenecerán a la Liga de Naciones. Y nosotros ya estaremos muertos.
Pero Dinny estaba estudiando el rostro de Hubert. La mirada pensativa había desaparecido; ahora sus ojos parecían estar pegados a los profundos y fascinadores ojos de Jean. Emitió un suspiro.
– Completamente cierto – añadió sir Lawrence -. Será una pena no poder vivir para ver a los americanos abandonar a las almejas y unirse a la Liga de Naciones. Porque, después de todo – continuó, guiñando el ojo derecho – ha sido fundada por un americano y quizás es la única cosa sensata de nuestros tiempos. Queda, no obstante, el movimiento de antipatía creado por otro americano, llamado Monroe, que murió en 1831; las personas como «Snubby» jamás pueden hablar de ello sin mofarse.
A scof, f, a sneer, a kich or two,
With few, but with how splendid jeers…
¿Conoces estos versos de Elroy Flecker?
– S f – contestó Dinny, sobresaltándose -. Están en el Diario de Hubert. Se los leí a lord Saxenden y fue justamente en ese momento cuando se quedó dormido.
– Desde luego. Pero no te olvides, Dinny, que «Snubby» es un hombre extraordinariamente hábil y que conoce perfectamente su mundo. Quizás es un mundo en el que no te quisieras encontrar ni muerta, pero es también el mundo en el que diez millones de jóvenes, más o menos, hallaron recientemente la muerte. No sé – concluyó sir Lawrence, pensativo – cuándo comí tan bien en mi casa como durante estos últimos días. A tu tía debe pasarle algo.
Cuando luego estaba organizando un partido de «croquet» entre ella y Alan Tasburgh contra el padre de él y tía Wilmet, Dinny observó la partida de Jean y de Hubert hacia los montículos rocosos. Se extendían desde el jardín nivelado hasta un antiguo vergel, detrás del cual se levantaban las laderas cubiertas de hierba.
«No se pararán a mirar las portulacas», pensó. Efectivamente, ya habían jugado dos partidos cuando los vio regresar por otra dirección, sumidos en la conversación. "Ésta – dijo para sí, golpeando con toda su fuerza la pelota del rector – es la cosa más rápida que he visto en mi vida.» – ¡Dios me ampare! – murmuró el pastor, vencido.