SECUENCIA 24. LIBRERÍA-PAPELERÍA.
Interior Noche.
Arriba en un rincón del altillo mal iluminado Susana y Vargas de pie, a su lado se amontonan algunos muebles viejos, papel de embalaje y una colchoneta enrollada. Vargas con el rostro en la sombra, el macuto a la espalda y el sombrero en la mano. Susana con el abrigo negro de su marido echado sobre los hombros, las mejillas sonrosadas y el vaso de leche (vacío) en las manos.
SUSANA: (Indica la colchoneta) «Puede dormir aquí, por
una noche… Desde esa ventanita se ve el
parque Güell. (Sonríe tímida) Bueno, hasta
mañana, que descanse.»
VARGAS: «Buenas noches, señora. Y gracias.»
Corte a Susana de pie en el altillo alumbrado por relámpagos con su hija llorando en brazos, en camisón y con el largo y pesado abrigo de hombre echado sobre los hombros desnudos. Paso del tiempo: noche de tormenta, Vargas tumbado en su colchoneta, fulgores amarillos y el eco del trueno retumbando ampliando a lo lejos ámbitos de soledad y desventura y terror que hacen llorar sin saber por qué a la pequeña Neus en brazos de su madre.
Vargas se incorpora y mira a Susana. (Inicia música entre el lejano retumbar de los truenos.)
SUSANA: «Los truenos le dan miedo.»
VARGAS: «Encenderé una vela.»
Encadena a sucursal bancaria ex cine Roxy bajo una gran tormenta la animosa y eficiente señorita Carmela se afana en los inhóspitos y solitarios archivos del sótano buscando unos documentos cuando, súbitamente, se va la luz dejándola completamente a oscuras. Asustada enciende su linterna de pilas y nota en las medias una carrera subiéndole por el muslo como una maligna y diminuta araña de hielo. Oye el suave aleteo alrededor de su cabeza y percibe en la frente el roce frío y viscoso de una telaraña o unas alas que no son para volar en este mundo.
Retrocediendo aterrada la señorita Carmela deja caer la linterna y la carpeta con los papeles y se dispone a gritar. A su lado el fru-fru de la seda agitándose anuncia la inminente transmutación del murciélago en Drácula/Bela Lugosi ya su capa negra y su negro pelo engomado transpira el perfume del musgo y de la neblinosa noche Universal Pictures cuando, ceremonioso y cortés, el pálido conde se inclina, recoge del suelo la linterna y los documentos y los entrega a la señorita Carmela.
DRÁCULA: «Le ruego disculpe este recibimiento. Mi
criado tiene la noche libre.»
Advierte el conde los ardientes deseos de la empleada bancaria por regresar a su oficina y le indica una salida de emergencia al parking. Ameno conversador, mientras la acompaña guiándola a través de la oscuridad comenta en tono desenfadado algunos pormenores de su famoso y tórrido romance con la pizpireta Clara Bow, pero la señorita Carmela cree percibir en su voz un deje de melancolía y una vibración maníaco-depresiva.
Corte a Vargas en su rincón-dormitorio la espalda recostada contra la almohada y un libro abierto en las manos, el pitillo humeante en sus labios resecos cuarteados a la luz de la vela que arde sobre un taburete a su lado.
Mira directamente a la cámara y sonríe con timidez.
VARGAS: (Por el libro) «A ver si aprendo…»
Susana descalza en camisón y con el abrigo echado sobre los hombros pasea de un lado a otro del altillo para tranquilizar a Neus y que se duerma. La manita de la niña, moviéndose entre el sueño y el sobresalto, hurga en el cálido escote de su madre. Una pátina de sudor una púrpura plateada cabrillea entre los pechos de Susana como una brillante cola de pez. Ella mira la boca dura del vagabundo y luego aparta los ojos.
Vargas deja también de mirarla, se inclina a un lado de la colchoneta para apagar el cigarrillo en una lata y ve en el suelo, entre los trastos, un rótulo de madera despintado escrito en catalán:
PAPERERIA I LLIBRERIA «ROSA D'ABRIL»
SUSANA: «Me obligaron a quitarlo.»
VARGAS: «¿Y eso por qué? (Intenta leer el rótulo,
se esfuerza por deletrearlo) ¿Qué dice? No sé
leer, señora. Abro este libro todas las noches y
miro y remiro las letras, a ver si aprendo,
pero…»
Susana sonríe y señala el rótulo:
SUSANA: «Está en catalán.»
VARGAS: «Algún día lo aprenderé.»
Un relámpago y el trueno inmediato sobresaltan a la niña. Susana la mece, pensativa, mirando el rótulo en el suelo. Sonríe al ver a Vargas coger el rótulo y ponerlo detrás de su espalda a modo de cabezal.
SUSANA: «Algún día volveremos a colgarlo en la calle,
encima de la puerta, y todo será otra vez como
antes. ¿Me ayudará a ponerlo?»
VARGAS: «Sí, la ayudaré.»
Encadena paso de tiempo explosión de luz primaveral en la papelería-librería Vargas el pelo limpio negro bien peinado hacia atrás camisa blanca jersey amarillo despachando detrás del mostrador papel rosa de cartas y sobres rosas a dos muchachas que se ríen sonrojadas, y papel carbón para copias a un señor serio larguirucho con perfil de pájaro.
SEÑOR: (Carraspeando, tímido) «Y también quería una
lámina recortable con aviones Spitfire y otra con
submarinos…»
Hacia el mediodía acude la pandilla y lo ayudan a despachar y sobre todo a sumar.
Susana prepara la comida arriba en el altillo y se oye una canción en la radio y luego noticias del descalabro alemán en el norte de África. Al atardecer, la pandilla prefiere charlar con Vargas sentados en el portal antes que leer tebeos o contar aventis de la guerra de Birmania.
Siempre que se le pregunta por la guerra, Vargas habla de la lluvia.
Vargas (Primer Plano) con los tensos labios marcados de cicatrices imita el ruido del viento en el bosque y el de la lluvia sobre los tejados y los campos y el desierto y también la furia de los ríos cuando se desbordan e inundan los valles y los pueblos ahogando a personas y animales. Vargas habla siempre de la guerra nuestra como de una terrible inundación y con el dedo se señala la frente:
VARGAS: «Hasta aquí llegó el agua. (Agachándose en
medio de los chicos cierra los ojos y hace:) Glu-
glu-glu.»
Susana y la pequeña Neus se ríen. Dentro de su desgracia, este charnego analfabeto deja entrever formas seductoras.
Encadena a mesa camilla en el comedor con Susana de noche enseñando a leer y a escribir a Vargas a la luz del petromax. La mano de Susana guía la mano del alumno torpe y sonámbula agarrotada con el lápiz traza en un cuaderno de hojas pautadas letras-palabras-oraciones en progresión caligráfica: primero garabatos y luego la caligrafía se estiliza, la pluma sustituye al lápiz.
Paso de tiempo: en sobreimpresión páginas y páginas del cuaderno escolar escritas por la mano de Vargas. Cerca, la mano de Susana, quieta, expectante. Vargas se traba en una palabra con la pluma hace un borrón. La mano de Susana se posa en la suya y la guía de nuevo trazando la oración: Señora maestra, soy un comediante.
Encadena a ropa mojada tendida en alambres en azotea gris barrida por el viento que hace restallar la colada como un látigo en la cara de Vargas, de pie al borde del terrado y contemplando lejos la ciudad crepuscular con las manos en los bolsillos del pantalón y el viento en los cabellos. Atardecer de verano, el barrio bullicioso a los pies de Vargas, un resplandor de oro y grana sobre su cabeza y un intenso olor a jazmín en el aire traspasado por alegres chillidos de voces infantiles y pájaros como flechas, en el cielo un cohete de verbena como una palmera de luz cobija a una pobre pesada cometa hecha con papel de periódico y cola de trapos.