Al salir del teatro, Nastia enfiló sin prisas por la avenida hacia la boca de metro, tratando de decidir antes de subir en el tren adonde ir: a su casa o a la del padrastro. Tomó la decisión a tiempo y fue muy original: iría al trabajo. ¿Para qué? No tenía ni idea.
Su jefe, Víctor Alexéyevich Gordéyev, por extraño que parezca, estaba en su despacho, por lo que las descabelladas aspiraciones de Nastia estaban abocadas a hacerse realidad. Si Gordéyev no hubiera estado allí, cualquiera sabe cómo hubiera terminado aquello. Pero Víctor Alexéyevich se encontraba sentado a la mesa del despacho, mordisqueando con dedicación la patilla de las gafas, lo cual era indicio de una profunda cavilación.
– Víctor Alexéyevich, ordéneme interrumpir las vacaciones -le pidió Nastia Kaménskaya a bocajarro.
Después de volver del balneario, ya había hablado con el jefe, quien estaba al tanto de la malograda epopeya de su recreo y terapia. Además, Gordéyev la quería, valoraba y comprendía. Tal vez la comprendía mejor que nadie.
– ¿Qué te pasa, Nástenka, Stásenka, no acabas de reponerte? -preguntó con compasión.
Nastia asintió en silencio.
– Vale, cuenta que a partir de hoy estás reincorporada al trabajo. Ve a ver a Misha Dotsenko, dile que te pase el material sobre el cadáver de Yeriómina. Luego recuérdame que tengo que dar el parte sobre tus vacaciones al Departamento de Personal. Que no se te olvide, si no, perderás estos días. Quién sabe, luego pueden venirte bien.
Nastia fue a ver a Dotsenko, recogió los informes, se encerró en su despacho y se puso a leerlos. El caso fue abierto a partir del hallazgo del cadáver de una mujer joven. La fallecida no llevaba encima documentación ni ningún otro objeto que permitiese establecer su identidad. Había muerto por asfixia, unos cuatro o cinco días antes de practicarse el examen forense. Con el fin de identificar a la interfecta fueron revisadas todas las denuncias de desapariciones de mujeres jóvenes que habían salido de sus casas y nunca regresaron sin que se conociera razón alguna que justificase su ausencia. Entre todas las denuncias fueron seleccionadas las que describían a la desaparecida como una mujer de pelo negro largo y de estatura entre 168 y 173 centímetros. Había catorce denuncias que reunían tales requisitos. Los denunciantes fueron invitados a identificar el cadáver y el noveno de ellos declaró que la fallecida era Victoria Yeriómina, de veintiséis años de edad, empleada de la empresa que éste dirigía. Había sido él mismo quien presentó la denuncia, ya que Vica era huérfana, fue criada en un orfanato y no tenía ni marido ni otra familia. La instrucción del caso se llevó a cabo como consecuencia de la demanda oficial presentada por la empresa donde había trabajado la víctima.
Otros documentos contaban que el lunes 25 de octubre Victoria Yeriómina no se presentó en su lugar de trabajo. Sin embargo, su ausencia a nadie le pareció demasiado preocupante, pues todos sabían que Vica empinaba el codo y solía correrse unas juergas cuyas secuelas luego le impedían acudir al trabajo. Cuando faltó también al día siguiente, decidieron llamarla, por si le había ocurrido algo. Nadie contestó al teléfono, lo que les llevó a la conclusión de que había agarrado una cogorza considerable. El miércoles 27 de octubre, el novio de Yeriómina, Borís Kartashov, telefoneó a la empresa para preguntarles dónde estaba Vica. Después de llamar a las amiguitas de la joven y visitar el apartamento de ésta (Kartashov tenía las llaves), se dieron cuenta de que realmente había sucedido algo. Kartashov fue corriendo a la policía pero allí le dieron la respuesta habitual: no existían motivos de alarma, había que esperar unos días más, era una chica joven, solía emborracharse, no tenía familia a su cargo… Con toda seguridad, volvería a casa sana y salva. Por si acaso, le advirtieron que, de todos modos, no se admitiría la denuncia, pues era la empresa la que tenía que presentarla.
La empresa denunció la desaparición el 1 de noviembre, y dos días más tarde, el 3, Vica Yeriómina fue hallada asesinada en un bosque a 75 kilómetros de Moscú, cerca de la carretera de Savélovo. Según las conclusiones del forense, la muerte no pudo haberse producido antes del 30 de octubre. Dicho en otras palabras, mientras Borís Kartashov removía cielo y tierra, mientras los empleados de la empresa se encogían de hombros y la policía se esforzaba por desentenderse de la denuncia de la desaparición, Victoria estaba viva todavía y, si hubiesen empezado a buscarla a tiempo, quizá la habrían encontrado antes de que fuera asesinada.
Nastia echó en falta varios documentos. Todos los informes redactados después de incoarse la causa criminal habían sido remitidos al juez de instrucción de la Fiscalía de Moscú Konstantín Mijáilovich Olshanski. Lo único que Nastia tenía a su disposición eran copias del expediente de la desaparición, que sólo recogía informaciones obtenidas a partir de la admisión de la denuncia y hasta el momento del descubrimiento del cadáver. No era mucho pero incluso ese minúsculo caudal informativo debía ser analizado a fondo. En la cabeza de Nastia fueron aflorando preguntas y más preguntas.
¿Por qué una empresa sólida, que pagaba a sus empleados una parte del sueldo en dólares y gozaba de buena reputación en el mundo de los negocios, mantenía en nómina a una secretaria indisciplinada y dada a la bebida? ¿Podía ser que la mencionada secretaria sometiese a chantaje a la dirección de la empresa para asegurarse un trabajo cómodo y un ingreso fijo pagado en divisas? ¿Pudo haber sido ésta la causa de su muerte?
¿Por qué el novio de la víctima no empezó a buscarla hasta el 27 de octubre, el miércoles, aunque, a juzgar por los testimonios de los amigos de Vica, nadie tenía noticias suyas desde el sábado 23? El viernes, día 22, Yeriómina estuvo trabajando, lo confirmaron todos los empleados de la empresa, a las 17.00 horas la jornada laboral terminó, y todos se reunieron en el pequeño salón de banquetes para cerrar con una pequeña fiesta amistosa un ventajoso acuerdo con unos socios extranjeros. Al terminar la celebración, Vica se fue a casa, adonde uno de los extranjeros la acompañó en su coche. Al parecer, Vica llegó a su destino sin novedad, puesto que a las once de la noche de aquel día habló por teléfono con una amiga con la que quedó en verse el domingo y a la que Vica no mencionó que tuviera previsto salir de Moscú. ¿Se encontraba sola en su apartamento mientras hablaban? El ejecutivo que la había acompañado a casa afirmaba que había intentado hacerse invitar a un café pero que la muchacha dijo estar cansada y le prometió que la próxima vez sí tomarían café juntos; el hombre, que la acompañó hasta el ascensor y se despidió con un beso en la mano de la señorita, tuvo que conformarse con esta promesa y se marchó. ¿Estaba mintiendo o decía la verdad? ¿Cómo podía comprobarlo?
Después de las once de la noche del viernes empezaba el silencio más absoluto. Victoria Yeriómina no llamó a ninguno de sus amigos, no se dejó ver en ninguno de los sitios donde se la conocía, tampoco estuvo en casa, ya que allí nadie cogía el teléfono. Pero en el caso de que, a pesar de todo, sí estuviera y simplemente no contestara a las llamadas, ¿por qué lo haría? ¿Dónde pasó una semana entera, del 23 al 30 de octubre? ¿Acaso estaba tan borracha que no pudo llamar a nadie, ni al trabajo ni al novio?
Cuando Nastia emergió de sus reflexiones y de la contemplación de los papeles faltaba poco para las ocho de la noche. Llamó por el teléfono interior a Gordéyev.
– Víctor Alexéyevich, ¿quién lleva el caso de Yeriómina?
– Tú.
La respuesta sorprendió a Nastia tanto que a punto estuvo de dejar caer el auricular. En todos los años que llevaba trabajando en el departamento de Gordéyev se dedicaba casi exclusivamente a elaborar análisis de los casos que investigaban los sabuesos del jefe. Los chicos recorrían la ciudad, desgastaban zapatos y se hacían callos en los pies buscando testigos y pruebas, montaban operaciones ingeniosas, se infiltraban en grupos criminales, participaban en la detención de delincuentes peligrosos. Pero toda la información obtenida como resultado de aquellas correrías se la traían diligentemente, cual hormiguitas, a Kaménskaya y, exhalando un suspiro de cansancio, se deshacían de sus cargas nada más cruzar el umbral. Luego Nastasia ya se aclararía sola entre todos aquellos hallazgos, sabría qué hecho correspondía guardar en qué estante y qué etiqueta colocarle; valoraría el peso de cada migaja de la información, su fiabilidad y certeza, decidiría si un dato u otro tenía que ver con algún caso abierto o si convenía «meterlo en la nevera», y cuando sí tenía que ver con un caso, apreciaría su fiabilidad y decidiría cómo comprobarla. Nastasia enchufaba su ordenador personal, que no funcionaba con la corriente eléctrica sino con el café y los cigarrillos, y al día siguiente o, como mucho, dos días más tarde, explicaba qué hipótesis se podía probar, a quién había que interrogar, qué se tenía que aclarar en el curso del interrogatorio, etcétera. Una vez al mes, Nastia revisaba todos los casos de asesinato, lesiones corporales graves y violación, y redactaba un resumen analítico para Gordéyev. Gracias a estos resúmenes, Víctor Alexéyevich no sólo detectaba los errores y fallos típicos de la investigación de crímenes graves sino que también se enteraba de nuevos métodos y procedimientos de recogida de pruebas e identificación de los malhechores, así como de lo más importante: las novedades en la comisión de los propios crímenes, su organización, realización e incluso motivos.