Recordé a otro sacerdote. Otra vigilia. La actitud compasiva de aquel hombre había echado por tierra cualquier esperanza de que mi abuela pudiese recuperarse. Recordé la agonía de aquella vigilia y mi corazón se unió a aquellos que se habían reunido para reclamar a sus seres queridos.
Periodistas, cámaras de televisión y técnicos de sonido ocupaban sus posiciones junto al muro de piedra de baja altura que rodeaba el mirador, cada equipo buscaba el mejor telón de fondo para su reportaje. Como había sucedido en 1999 durante el accidente del avión de Swissair en Peggy's Cove, Nueva Escocia, yo estaba segura de que las vistas panorámicas se destacarían de forma notable en todos los telediarios.
Afiancé la mochila que llevaba colgada en el hombro y continué colina abajo. Otro miembro de la Guardia Nacional me franqueó el paso al camino forestal utilizado para el transporte de madera y que, de la noche a la mañana, habían convertido en un camino de grava de dos carriles. Ahora una ruta de acceso llevaba desde el camino ampliado hasta el lugar del desastre. La grava crujía bajo mis pies mientras caminaba a través del túnel de árboles recién cortados. El aroma de los pinos estaba viciado por el tenue olor de los primeros estadios de la putrefacción.
Los remolques encargados de la descontaminación se alineaban junto a barricadas que bloqueaban el acceso a la zona principal del accidente, y dentro del área restringida se había instalado un Centro de Mando de Incidencias. Podía ver la silueta familiar del remolque del NTSB, con su antena parabólica y su cobertizo para proteger el generador. Junto a él habían aparcado camiones frigoríficos y en el suelo había varias pilas de bolsas de plástico para los cadáveres. Este depósito sería el lugar provisional hasta el traslado de los restos a otro más permanente.
Excavadoras, grúas hidráulicas, camiones de basura, coches de bomberos y de policía se hallaban diseminados por una amplia zona. La solitaria ambulancia me confirmó que la operación había cambiado oficialmente de «búsqueda y rescate» a «búsqueda y recuperación». Ahora su función era atender a los trabajadores heridos.
Lucy Crowe se encontraba en la zona interior de las barricadas hablando con Larke Tyrell.
– ¿Cómo están las cosas? -pregunté. -Mi teléfono no deja de sonar. -Crowe parecía agotada-. Anoche estuve a punto de apagar el maldito chisme.
Por encima de su hombro podía ver la zona cubierta de restos donde los equipos de buscadores, provistos de mascarillas y monos de protección, avanzaban en línea recta con los ojos clavados en el suelo. Ocasionalmente alguien se agachaba, inspeccionaba un objeto y luego marcaba el lugar. Detrás del equipo, banderas rojas, azules y amarillas punteaban el terreno como chinchetas de colores en el plano de una ciudad.
Otros trabajadores, estos vestidos de blanco, se movían alrededor del fuselaje, el extremo del ala y el motor, tomando fotografías, apuntando datos y hablando a pequeñas grabadoras. Las gorras azules les identificaban como miembros del NTSB.
– No falta nadie -dije.
– NTSB, FBI, SBI, FAA, ATF, CBS, ABC. Y, naturalmente, el CEO. Si tienen siglas, están aquí.
– Esto no es nada -dijo Larke-. Sólo tienes que darles uno o dos días.
Se quitó un guante de látex y echó un vistazo al reloj.
– La mayoría de los miembros del DMORT están reunidos en el depósito provisional, Tempe, de modo que no tiene ningún sentido que te vistas ahora. Continuemos. -Intenté protestar pero Larke me interrumpió-. Volveremos caminando juntos.
Mientras Larke se dirigía a la zona de descontaminación, Lucy me indicó dónde se encontraba el depósito. No era necesario. Había visto la actividad que se desarrollaba a su alrededor mientras ascendía por la carretera comarcal.
– El Departamento de Bomberos de Alarka está a unos doce kilómetros. En otra época era una escuela. Verá unos columpios y unos toboganes, y los camiones, que están aparcados en un prado contiguo.
Cuando nos dirigíamos a la zona donde se concentraban los servicios de rescate, el forense me puso al tanto de los últimos acontecimientos. Entre todos los datos destacaba una información anónima recibida por el FBI acerca de una bomba a bordo del avión siniestrado.
– El buen ciudadano fue lo bastante amable y generoso como para compartir esa información con la CNN. Todos los medios de comunicación están actuando como sabuesos con una presa.
– Cuarenta y dos estudiantes muertos convertirán esta tragedia en un suceso de Pulitzer.
– También está la otra mala noticia. Cuarenta y dos puede ser un número bajo. Parece que fueron más de cincuenta las personas que hicieron las reservas a través de la UGA.
– ¿Has visto la lista de pasajeros? -Me costó un gran esfuerzo hacer la pregunta.
– La tendrán cuando celebremos la reunión.
Sentí un escalofrío.
– Sí, señor -continuó Larke-. Si metemos la pata, la prensa nos comerá vivos.
Nos separamos para dirigirnos a nuestros coches. En un tramo de la carretera entré en una zona en la que había cobertura y el teléfono comenzó a lanzar un pitido. Pisé el freno, temiendo perder la señal.
El mensaje era apenas audible a través de la electricidad estática.
– «Doctora Brennan, soy Haley Graham, la compañera de cuarto de Katy. Hmmm. He escuchado sus mensajes, cuatro, creo. Y también del padre de Katy. Llamó un par de veces. Bueno, después oí las noticias del accidente aéreo, y… -Interferencias-. Bien, esto es lo que hay. Katy se marchó el fin de semana y no estoy segura de dónde puede estar. Sé que Lija la llamó un par de veces a principios de esta semana, de modo que estoy un poco preocupada pensando que quizás Katy fue a visitarla. Estoy segura de que es algo estúpido, pero pensé que lo mejor sería llamarla para preguntarle si había hablado con Katy. Bueno… -Más interferencias-. Parezco una chiquilla asustada, pero me sentiría mejor si supiera dónde está Katy. Adiós.»
Llamé a Pete. Aún no tenía noticias de nuestra hija. Volví a llamar. Lija seguía sin contestar al teléfono.
Un miedo helado se extendió a través de mi pecho y se enroscó alrededor del esternón.
Una camioneta hizo sonar la bocina y me apartó de la carretera.
Continué descendiendo la montaña, anhelando pero temiendo la inminente reunión, segura de cuál sería mi primera pregunta.