Camilo José Cela

Mazurca Para Dos Muertos

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…our thoughts they were palsied and sere,

Our memories were treacherous and sere.

Edgar A. Poe, Ulalume

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Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, llueve sobre la tierra que es del mismo color que el cielo, entre blando verde y blando gris ceniciento, y la raya del monte lleva ya mucho tiempo borrada.

– ¿Muchas horas?

– No; muchos años. La raya del monte se borró cuando la muerte de Lázaro Codesal, se conoce que Nuestro Señor no quiso que nadie volviera a verla.

Lázaro Codesal murió en Marruecos, en la posición de Tizzi-Azza; lo mató un moro de la cabila de Tafersit, según lo más probable. Lázaro Codesal se daba muy buena maña en preñar mozas, también tenía afición, y gastaba el pelo colorado y el mirar azul. A Lázaro Codesal, que murió joven, no llegaría a los veintidós años, ¿para qué hubo de valerle manejar el palo como nadie, en cinco leguas a la redonda o más? A Lázaro Codesal lo mató un moro a traición, lo mató mientras se la meneaba debajo de una higuera, todo el mundo sabe que la sombra de la higuera es muy propicia para el pecado en sosiego; a Lázaro Codesal, yéndole de frente, no lo hubiera matado nadie, ni un moro, ni un asturiano, ni un portugués, ni un leonés, ni nadie. La raya del monte se borró cuando mataron a Lázaro Codesal y ya no se volvió a ver nunca más.

Llueve con tanta monotonía como aplicación desde el día de San Ramón Nonato, a lo mejor desde antes aun, y hoy es San Macario, que trae suerte a los naipes y a las papeletas de la rifa. Orvalla despacio y sin parar desde hace más de nueve meses sobre la yerba del campo y los cristales de mi ventana, orvalla pero no hace frío, quiero decir mucho frío; si supiera tocar el violín me pasaría las tardes tocando el violín, pero no sé; si supiera tocar la armónica me pasaría las tardes tocando la armónica, pero no sé. Lo que yo sé tocar es la gaita, no es propio tocar la gaita dentro de las casas. Como no sé tocar ni el violín ni la armónica, y como la gaita no debe soplarse bajo techo, me paso las tardes en la cama haciendo las porquerías con Benicia (después diré quién es Benicia, la mujer que tiene los pezones como castañas), en la capital se puede ir al cine a ver a Lily Pons, la joven y distinguida soprano, en la interpretación del principal papel femenino de la cinta Sueño demasiado, eso dice el periódico, pero aquí no hay cine.

En el cementerio brota el manantial de agua clara que lava los huesos de los muertos, también el hígado extrañamente frío de los muertos; le llaman la fuente del Miangueiro y en ella se mojan las carnes los leprosos, para encontrar alivio. El mirlo canta en el mismo ciprés en el que de noche entona su solitario lamento el ruiseñor. Ahora ya no quedan casi leprosos; no es como antes, que abundaban mucho y silbaban como lechuzas para avisarse de que andaban los frailes de las misiones buscándolos para darles la absolución.

Las ranas suelen despertarse todos los años pasado San José y su canto anuncia que ya viene poco a poco la primavera con sus malas noticias y sus trabajos. Las ranas son animalitos mágicos y medio supersticiosos; cociendo cabezas de rana, cinco o seis cabezas de rana, con la flor del azúmbar, se obtiene un jarabito que levanta el ánimo y cura la desazón de las novias o escozor de virgo. Las ranas son difíciles de amaestrar porque, cuando se tienen ya casi amaestradas, se pierde la paciencia y se les espachurra de un golpe. Policarpo el de la Bagañeira es quien mejor amaestra ranas de todo el país: ranas, mirlos, donosiñas, raposas, de todo. Policarpo amaestra de todo, incluso lóndregas y lobos cervales, cuando había lobos cervales; con el que nunca pudo fue con el jabalí, que es bestia poco juiciosa y que ni atiende ni discurre. Policarpo el de la Bagañeira, a quien le faltan tres dedos de la mano, vive en Cela do Camparrón y a veces se acerca hasta la carretera para ver pasar el ómnibus de Santiago, en el que siempre van dos o tres curas comiendo higos secos. Policarpo perdió los dedos índice, cordial y anular de la mano derecha a resultas de la mordedura de un caballo, pero con el meñique y el gordo se las va arreglando bastante bien.

– No puedo tocar la gaita ni el acordeón pero, ¿qué más me da si tampoco sé?

En Orense, en casa de la Parrocha, hay un acordeonista ciego, debe haber muerto ya, sí, claro, ahora recuerdo, murió en la primavera de 1945, justo una semana después de Hitler, que toca javas y pasacalles para que los cabritos estén entretenidos, yo hablo de entonces; se llama Gaudencio Beira y fue seminarista, lo echaron del seminario cuando encegueció, poco antes de que encegueciera del todo.

– ¿Y se da buena maña con el fuelle?

– ¡Ya lo creo, la mar de buena! La verdad es que es un verdadero artista, todo esmero y limpieza y sentimiento, que toca con mucha hondura y emoción.

Gaudencio, en la casa de putas donde se gana la vida, ejecuta un repertorio de piezas bastante variado, pero hay una mazurca, Ma petite Marianne, que sólo la tocó dos veces, en noviembre de 1936, cuando mataron a Afouto, y en enero de 1940, cuando mataron a Moucho. No quiso volver a tocarla nunca más.

– No, no, yo sé bien lo que me hago, lo sé de sobras; esa mazurca es medio amarga y no puede andarse jugando con ella.

Benicia es sobrina de Gaudencio Beira y medio prima de los Gamuzos, que son nueve, de Policarpo el de la Bagañeira y del difunto Lázaro Codesal. Por el contorno todos somos más o menos familia, salvo los Carroupos, que ninguno se libra de tener una chapeta de piel de puerco en la frente.

Llueve sobre las aguas del Arnego, que pasan moviendo aceñas y espantando tísicos, mientras Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, pasea en cueros por el outeiro Esbarrado, con las tetas mojadas y el pelo hasta la cintura.

– ¡Aparta, mala pécora, que estás en pecado mortal y has de arder en la caldera del demonio!

Llueve sobre las aguas del Bermún, que brinca silbando kiries y lamiendo carballos, mientras Fabián Minguela, o sea Moucho, el pájaro de la muerte, afila su navaja en el asperón.

– ¡Aparta, aparta, mal cristiano, que ya te pedirán cuentas en la otra vida!

Raimundo el de los Casandulfes piensa que Fabián Minguela pasea por la vida las nueve señales del hijoputa.

– ¿Y cuáles son?

– Ten paciencia, ya las irás sabiendo poco a poco.

El mayor de los Gamuzos se llama Baldomero, bueno, se llamaba, porque ya murió, Baldomero Marvís Ventela, o Fernández, otros le dicen Fernández, es lo mismo, y se le conocía por Afouto porque era muy decidido y no tenía miedo a nadie, ni vivo ni muerto. El día del Apóstol de 1933, en Tecedeiras, que queda en la carretera de La Gudiña a Lalín, antes de llegar a la mámoa de Corredoira, Afouto desarmó a una pareja de la guardia civil, les ató las manos a la espalda y los entregó en el cuartel, con los mosquetones y previo recibo. A él le dijeron que le iban a dar una paliza, después no se la dieron, y a los dos guardias los echaron a la calle, dicen que por modregos y parvallanes; como no eran del país, no se conoce de dónde eran, se marcharon y nunca más se supo. Afouto lleva pintado un tatuaje muy escandaloso en el brazo, una serpiente roja y azul enroscada en el cuerpo de una mujer desnuda.

Afouto nació en 1906, cuando fuera de la boda del rey Alfonso XIII, y casó a los veinte años con Loliña Moscoso Rodríguez, mujer que tenía tanto temperamento que había que sujetarla a palos. Loliña murió de una manera tonta, pisada por un buey espantado que la aplastó contra la puerta de la corte. Loliña era ya viuda cuando murió, llevaba cuatro o cinco años viuda. Afouto no tiene más que hermanos, ninguna hermana. Los padres de los nueve Gamuzos, o sea Baldomero Marvís Casares, Tripeiro, y Teresa Ventela (o Fernández) Valduide, Cachifa, murieron en 1920, en el famoso choque de trenes de la estación de Albares, murieron más de cien, nada más salir medio abafados del túnel del Lazo, que es como una sepultura sin fondo, como una sepultura que no se llena jamás; por el contorno se dijo que a muchos los enterraron vivos aún, para ahorrarse papel de oficio, pero a lo mejor no es verdad.


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