PARITET. Pues parece que todo está en su sitio. CONVENTSIA. ¿Y qué más?
PARITET. Da la impresión de que han estado aquí hace muy poco. Los libros, el reloj, el tocadiscos y todas las demás cosas están en su sitio.
CONVENTSIA. Muy bien. ¿No hay ninguna nota en alguna parte, en la pared o en un papel?
PARITET. No hemos visto nada de eso. Aunque, ¡esperad! El diario de a bordo está abierto con una larga anotación. Para que no flote en la ingravidez, el diario está sujeto con unas pinzas, con las páginas abiertas de cara a quien vaya a entrar...
CONVENTSIA. ¡Leed lo que haya escrito!
PARITET. En seguida lo intentamos. Son dos textos en dos columnas paralelas, uno en idioma ruso y otro en inglés...
CONVENTSIA. ¡Leed! ¡A qué esperáis!
PARITET. Título: «Mensaje a los terrícolas». Y entre paréntesis, una nota explicativa.
CONVENTSIA. Stop. No lo leáis. Se interrumpe la sesión de enlace. Esperad. Dentro de cierto tiempo os llamaremos de nuevo. Estad preparados.
PARITET. ¡Okey!
En este punto, la conversación entre la estación orbital y el Centrun quedó interrumpida. Después de consultarse mutuamente, los copresidentes generales del programa «Demiurg» rogaron que todo el mundo, excepto los dos paritet-operadores de turno, abandonaran el bloque del enlace cósmico. Sólo después de ello se restableció la sesión de enlace a dos bandas. He aquí el texto que dejaron los paritet-cosmonautas de la órbita «Tramplin»:
«Distinguidos colegas: Como sea que abandonamos la estación orbital Pariteten circunstancias sumamente extraordinarias, por un tiempo indeterminado que será posiblemente infinitamente largo, pues todo dependerá de una serie de factores relacionados con una iniciativa nuestra sin precedentes, consideramos nuestro deber explicar los motivos de este acto.
»Somos perfectamente conscientes de que nuestra acción parecerá indudablemente no sólo inesperada sino, como es natural, inaceptable desde el punto de vista de una disciplina elemental. Sin embargo, el hecho excepcional con que hemos tropezado a bordo de la estación orbital y en el cosmos, un hecho al que sería difícil imaginar nada parecido en toda la historia de la cultura de la Humanidad, nos permite contar por lo menos con la comprensión...
»Hace cierto tiempo empezamos a captar –entre la infinita multitud de radioimpulsos que proceden del cosmos circundante, y en considerable grado también de la ionosfera terrestre, saturada de interminables ruidos e interferencias– una señal de radio, dirigida, en la franja de onda corta. Esta señal, que era también de muy poca amplitud y por lo tanto fácilmente destacable, se dejaba sentir regularmente, siempre a la misma hora y con los mismos intervalos. Al principio no le prestamos una atención especial. Pero el radioimpulso continuó dando razón de su existencia insistentemente partiendo de forma sistemática de un mismo punto del universo, orientándose rigurosamente, a juzgar por lo visto, hacia nuestra estación orbital. Ahora lo sabemos de fijo: estas radioondas, artificialmente dirigidas, llegaban al éter ya antes, mucho antes, de nuestro turno en el cosmos, pues la Paritetse encuentra en la órbita "Tramplin", en el lejano cosmos, hace ya más de año y medio. Sería difícil explicar por qué razón, seguramente por pura casualidad, hemos sido los primeros en interesarnos por la emisión de esta señal desde el universo. Sea como sea, empezamos a observar, a registrar, a estudiar la naturaleza del fenómeno, y gradualmente, cada vez más convencidos, llegamos a la conclusión de que su origen era artificial.
»Pero no nos acostumbramos tan pronto a esa idea. Durante todo este tiempo, las dudas no nos abandonaban. ¿Cómo podíamos afirmar la existencia de una civilización extraterrestre apoyándonos sólo en el hecho artificial –así lo suponíamos nosotros– de unas señales de radio que partían de las profundidades ignotas del universo? Nos contenía la circunstancia de que todos los anteriores intentos de la ciencia, que se emprendieron repetidas veces a partir de tareas mínimas –descubrir por lo menos alguna señal de vida, en su forma más simple, aunque fuera en los planetas inmediatos– fueron, como es sabido, desalentadoramente infructuosos. La búsqueda de inteligencias extraterrestres se consideraba algo poco serio, y más tarde simplemente irreal, un trabajo utópico, ya que a cada paso que se daba en la investigación de los espacios cósmicos, las probabilidades eran cada vez menores, incluso en el plano teórico, por no decir que se reducían prácticamente a cero. No nos atrevimos a comunicar nuestras suposiciones. No nos disponíamos a refutar la idea, afirmada en todas partes, del carácter único y sin precedentes del fenómeno de la vida atribuido sólo al planeta Tierra. No consideramos necesario compartir nuestras dudas a este respecto por cuanto el programa de nuestras obligaciones laborales en la estación orbital no contemplaba este género de observaciones. Hablando sinceramente, además de todo lo expuesto, no queríamos encontrarnos en la situación de aquel cosmonauta que sufrió una alucinación y creyó oír un mugido y ver un prado junto a un río con un rebaño de vacas pastando en él, y a quien desde entonces llamaron "el cosmonauta vacuno".
»Y cuando otro suceso fue la última prueba de la existencia de vida inteligente en el universo, aparte de la terrena, para nosotros ya era tarde. Sufrimos un salto en el conocimiento, un cambio radical, una transformación en nuestras ideas sobre la estructura del mundo y de pronto descubrimos que estábamos pensando en base a unas categorías completamente diferentes de las de antes. Desde el punto de vista cualitativo, el nuevo enfoque de la estructura del universo, el descubrimiento de un nuevo espacio habitado, la existencia de otro poderoso foco de energía mental, nos llevaron a la conclusión de que de momento era indispensable abstenerse de comunicar nuestro descubrimiento a partir de nuevos conceptos de preocupación por la Tierra. Llegamos a esta decisión en interés de la propia sociedad contemporánea.
»Vamos ahora a la esencia del asunto. Cómo sucedió.
»Por curiosidad, un día decidimos enviar una radioseñal de respuesta, aproximadamente en el mismo espectro de frecuencias, orientándola hacia aquel punto del universo de donde fluían continuamente los enigmáticos y regulares radioimpulsos. ¡Se produjo un milagro! ¡Nuestra señal fue captada inmediatamente! ¡Fue captada y comprendida!Como respuesta, en nuestra banda de frecuencia empezó a funcionar otra armónica junto con la primera señal, y luego otra más; era un trío de bienvenida, tres radioseñales sincronizadas procedentes del universo durante varias horas seguidas que, como una marcha triunfal, traían el entusiasta mensaje de unos seres inteligentes situados fuera de nuestra galaxia, poseedores de una alta capacidad de contacto con sus semejantes a ultralejanas distancias. Era la revolución de nuestras ideas sobre la biología cósmica, de nuestros conocimientos sobre la estructura del tiempo, del espacio, de la distancia... ¿Sería posible que ya no estuviéramos solos en el mundo, que no fuéramos los únicos de nuestra especie en la inimaginable infinitud desierta del universo, que la experiencia del hombre en la Tierra no fuera la única conquista del espíritu en el universo?