Durante el invierno de aquel año, Yediguéi advirtió que gradualmente recuperaba las fuerzas perdidas. Incluso ni se dio cuenta de cuándo había dejado de darle vueltas la cabeza. Poco a poco desapareció el continuo zumbido de sus oídos, y dejó de sudar durante el trabajo. Y en mitad del invierno, cuando se acumularon grandes montones de nieve en las vías, ya pudo acudir a ayudar como todos los demás. Y luego cobró tanta fuerza –pues era joven, y de naturaleza enérgica– que llegó a olvidar lo duro y mal que lo había pasado recientemente, cuando apenas podía arrastrar los pies. Se habían cumplido las palabras del doctor de la barba roja.
En los momentos apacibles, Yediguéi solía bromear con el camellito, acariciándolo, abrazándose a su cuello y diciéndole:
–Tú y yo somos algo así como hermanos de leche. Fíjate cómo has crecido tú con la leche de Cabezablanca,y yo, según creo, me he librado de la debilidad de la contusión. Quiera Dios que para siempre. La diferencia está en que tú chupabas del pezón y yo ordeñaba y hacía shubat...
Muchos años después, cuando Karanarhabía alcanzado su fama en Sary-Ozeki hasta el punto de que iban especialmente a sacarle fotografías –eso fue cuando la guerra ya se había olvidado, los hijos estaban en la escuela, el apartadero disponía de su propia bomba de agua, con lo que el problema de su abastecimiento se había resuelto definitivamente y Yediguéi había colocado ya la casa bajo un techo metálico, en una palabra, cuando la vida después de tantas privaciones y sufrimientos había entrado por fin en un cauce digno y normal de toda vida humana–, fue entonces cuando tuvo lugar una conversación que Yediguéi recordó después por mucho tiempo.
La llegada de corresponsales gráficos –así se presentaron ellos– fue un caso raro, quizá único, en la historia de Boranly-Buránny. Los vivarachos y charlatanes corresponsales, que eran tres, no se mostraron avaros en promesas: habían ido, dijeron, para publicar en todas las revistas y periódicos las fotografías de Burani Karanary de sus dueños. El ruido y la agitación del entorno no gustaron demasiado a Karanar,que chillaba irritado, hacía crujir sus dentadas fauces y levantaba su inalcanzable cabeza para que lo dejaran en paz. Los forasteros tenían que rogar continuamente a Yediguéi que calmara al camello, que le diera la vuelta, ora así, ora asá. Y Yediguéi, a su vez, llamaba a los niños, a las mujeres y al propio Kazangap, para que, naturalmente, no le retrataran sólo a él sino a todos juntos, suponiendo que así sería mejor. Los corresponsales accedían gustosamente y disparaban diversas máquinas. El no va más fue cuando cargaron a todos los niños sobre Burani Karanar,dos en el cuello y otros cinco sobre la espalda, en el centro el propio Yediguéi, como diciendo: «¡Ved qué fuerza la de este camello!». ¡Aquello fue todo algarabía y alegría! Pero luego los corresponsales confesaron que para ellos lo más importante era fotografiar al semental solo, sin personas. ¡Por favor, no faltaría más!
Y entonces los fotógrafos empezaron a retratar a Burani Karanarapuntándole por los flancos, por delante, por detrás, de cerca, de lejos, de todas las maneras que supieron y pudieron; luego, con la ayuda de Yediguéi, empezaron a medirlo: la altura hasta la melena, el perímetro torácico, el carpiano, la longitud del tronco, y lo anotaban todo entusiasmados:
–¡Un bactriano soberbio! ¡Aquí sí que funcionaron perfectamente los genes! ¡Un tipo clásico de bactriano! ¡Qué pecho tan poderoso! ¡Qué exterior tan perfecto!
Naturalmente resultaba muy halagador para Yediguéi escuchar aquellas opiniones, pero tuvo que preguntar qué significaban aquellas palabras, desconocidas para él, como «bactriano», por ejemplo. Resultó que así se llamaba científicamente una antiquísima especie de camellos.
- ¿O sea, que es un bactriano?
- Y de rara pureza. Un diamante.
- ¿Y para qué todas esas mediciones?
- Son datos científicos.
Por lo que respecta a las revistas y periódicos, los forasteros habían exagerado, naturalmente, ante los de Boranly para darse más importancia, pero medio año más tarde enviaron un manual destinado a las facultades zootécnicas dedicadas a la cría de camellos, y en la cubierta del libro lucía sus encantos un bactriano clásico: Burani Karanar.También enviaron un puñado de fotografías, entre ellas algunas en color. Incluso por estas fotografías se podía llegar a la conclusión de que fue una época alegre y feliz. Las dificultades de la posguerra habían quedado atrás, los niños ya habían entrado en la adolescencia, los mayores estaban vivos y sanos, y la vejez rondaba aún escondida más allá de las montañas.
Aquel día, Yediguéi sacrificó un cordero en honor de los huéspedes y ofreció un gran ágape a todos los de Boranly. Había shubat,vodka y toda clase de manjares. En aquella época solía pasar por el apartadero el vagón-almacén móvil del DAO (Departamento de Aprovisionamiento Obrero) llevando todo cuanto uno pudiera desear. Con tal de que tuviera dinero. Había allí cangrejos de todo género, caviar negro y rojo, diferentes especies de pescado, coñac, salchichas, caramelos, etc., etc. Pero, caramba, cuando hay de todo no se compra mucho en el vagón. ¿Para qué lo superfluo? Ahora, el almacén móvil hace tiempo que ha desaparecido de las vías...
Pero entonces tuvieron una estupenda sobremesa, bebieron incluso por Burani Karanar.La conversación puso de manifiesto que los huéspedes habían oído hablar de Karanara Elizárov. Éste les contó que en Sary-Ozeki vivía su amigo Burani Yediguéi quien poseía el camello más hermoso del mundo. ¡Burani Karanar!¡Elizárov, Elizárov! Magnífica persona, conocedor de Sary-Ozeki, sabio... Cuando Elizárov iba a Boranly-Buránny, se reunían los dos con Kazangap, y mantenían un sinfín de conversaciones a lo largo de noches enteras...
En aquella sobremesa contaron a los huéspedes, ora Kazangap, ora Yediguéi –continuando y complementando uno a otro lo que narraban– la leyenda de Sary-Ozeki sobre los antepasados de la actual raza de camellos, sobre la famosa camella Akmai,de cabeza blanca, y su no menos famosa dueña Naiman-Ana, que descansaba en el cementerio de Ana-Beit. ¡He aquí, pues, de dónde procedía la estirpe de Burani Karanar!Los de Boranly esperaban que quizá algún periódico publicara aquella vieja historia. Los huéspedes la escucharon con interés, pero seguramente consideraron que sólo era una leyenda local que se transmitía de generación en generación. Pero Elizárov era de otra opinión. Consideraba que la leyenda de Akmaipodía perfectamente reflejar lo que había ocurrido, como él decía, en aquella realidad histórica. Le gustaba escuchar esas historias y conocía no pocas tradiciones de la estepa...
Al caer la tarde se despidieron de los huéspedes. Yediguéi se sentía satisfecho y orgulloso. Por eso dijo algo sin pensarlo bien. En realidad, había bebido con los huéspedes. Pero lo dicho, dicho está.
–Qué, kazajo, confiésalo –dijo a Kazangap–, ¿no lamentas, como un pecado, haberme regalado la cría Karanar?
Kazangap le miró con una sonrisa burlona. Por lo visto, no esperaba una salida semejante. Y después de una pausa, respondió: