»Artículo 2. Número 1. En el transcurso del período de suspensión, los restantes derechos y privilegios garantizados por la Constitución se mantendrán inviolables. Número 2. Toda acción del Comité se emprenderá por votación unánime.»

Collins ya había leído todo aquello muchas veces, pero al escucharlo en voz alta se le antojó más duro, y siguió comiendo con expresión preocupada.

– Aquí está la convocatoria de la Cámara -le oyó decir al presidente-. Están empezando a pasar lista. Bueno, aquí lo tenemos seguro. Hemos ganado. La Enmienda XXXV va a alcanzarla victoria. Muy bien, allá van. Están diciendo los nombres de los noventa y nueve legisladores.

Collins dejó el plato y volvió a prestar atención a la pantalla del televisor. Pudo ver los primeros planos de los distintos representantes de la Cámara de Ohio pulsando los botones de sus escaños. Pudo ver cómo se registraban los votos en uno de los dos tableros que se habían instalado a ambos extremos de la sala. Los «sí» y no» estaban más o menos empatados.

A excepción de las ocasionales interrupciones de la voz del locutor que iba repitiendo la cuenta progresiva, la Sala del Gabinete permanecía en silencio. Los minutos iban transcurriendo. La votación avanzaba implacablemente hacia el final. En el gran tablero quedaban reflejados los votos. Sí. No. No. No. Sí. No. Sí. No. No.

La voz del locutor se superpuso rápidamente a la votación.

– Los votos negativos acaban de tomar la delantera. Es una auténtica sorpresa. Parece ser que la ratificación no podrá alcanzarse. A pesar de las predicciones de los especialistas y de los encuestadores, parece ser que se está fraguando una derrota.

Más minutos. Más votos. Terminó todo con la misma rapidez con que había empezado. La Cámara de Representantes de Ohio había rechazado la Enmienda XXXV.

Los presentes en la Sala del Gabinete expresaron ruidosamente su decepción y desagrado. Inesperadamente, Collins advirtió que el corazón empezaba a latirle con fuerza. Miró de soslayo a Karen. Ésta mantenía una actitud muy comedida, intentando disimular una sonrisa. Collins frunció el ceño y apartó la mirada.

Todo el mundo empezaba a levantarse. Casi todos estaban cabizbajos. La mayoría se congregaron perplejos alrededor del presidente.

El presidente miró a su encuestador y se encogió de hombros.

– Pensaba que ya lo teníamos ganado, Ronald. ¿Qué ha ocurrido?

– Teníamos prevista una victoria por un amplio margen -repuso Steedman-, pero nuestra última encuesta entre los miembros de la Cámara de Representantes se realizó hace treinta y seis horas. Cualquiera sabe las variables que no se tuvieron en cuenta o lo que ha podido suceder entre los miembros de la Cámara en el transcurso de estas treinta y seis horas.

McKnight, el ayudante del presidente, estaba agitando el brazo.

– Señor presidente, el locutor… parece que tiene una respuesta…

El presidente y sus invitados, Collins incluido se volvieron hacia el televisor. En efecto, parecía que el locutor de la cadena poseía una explicación.

«… y dicha noticia acaba de llegar a nuestra cabina. Todavía no hemos podido confirmarla, pero varios legisladores le han manifestado a nuestro compañero en la cámara que en la pasada noche y a lo largo de esta mañana se había producido una intensa campaña de cabildeo, aquí, en la capital del estado… un esfuerzo relámpago por parte de Anthony Pierce… Tony Pierce, jefe de la ODLD, el grupo nacional conocido con la denominación de Organización de Defensores de la Ley de Derechos, que hace apenas un mes inició una campaña entre los legisladores de los estados en los que más recientemente se ha votado la enmienda y que acaba de alcanzar su éxito más resonante aquí en Ohio. Nos dicen que a las once, Pierce se reunió con numerosos indecisos e incluso con muchos partidarios de la enmienda, demostrándoles, documentos en mano, de qué forma la Enmienda XXXV causaría daños irreparables al país, y, según parece, consiguió que un número suficiente de ellos rechazara la enmienda que hace una hora parecía imbatible en Ohio. Tony Pierce, como recordarán muchos de nuestros telespectadores, es el antiguo agente del FBI que se convirtió en famoso escritor, abogado y defensor de los derechos civiles. Su historial…»

Una voz atronadora apagó el sonido del televisor.

– ¡Ya conocemos su historial! -rugió el director Tynan, adelantándose hacia el aparato y agitando el puño en dirección a la pantalla-. ¡Lo sabemos todo de ese hijo de puta! -Se dio la vuelta con el rostro enrojecido, miró fijamente a los demás invitados y después clavó los ojos en el presidente.- Perdonen mis palabras, pero es que conocemos demasiado bien a ese bastardo de Pierce. Sabemos que fue el cabecilla de un grupo de activistas radicales de la Universidad de Wisconsin. Sabemos que ganó en el Vietnam una medalla que no se merecía. Sabemos cómo consiguió introducirse en el FBI interpretando el papel de héroe de guerra e incluso engañando a nuestro gran director, el señor Hoover, que trató de ayudarle. Sabemos que era negligente en el cumplimiento de su deber, que dejaba en libertad a los delincuentes que hubiera tenido que detener, que falsificaba los informes, que intentaba hacerse el amo y que se insubordinaba. Por eso yo le eché a patadas de la Oficina. Conocemos los nombres de cuatro grupos radicales a los que su esposa está afiliada. Sabemos que uno de sus hijos ha tenido hijos fuera del matrimonio. Sabemos por lo menos de nueve organizaciones subversivas alas que su despacho jurídico ha representado. Conocemos a Tony Pierce perfectamente, y ya sabíamos que era un mal elemento antes de que empezara todo esto. Hubiéramos debido destruirle en cuanto se puso al frente de la ODLD, pero no lo hicimos porque no deseábamos que un ex agente del FBI diera lugar a unos titulares de prensa negativos y perjudicara la imagen de la Oficina… y, además, no creíamos que nadie se tomara en serio a semejante payaso…

– No importa, Vernon, todo eso ya es agua pasada -dijo el presidente tratando de calmarle-. Ya ha causado el daño que pretendía, si es que efectivamente es responsable de lo que hace. Tendremos que encargarnos de que no vuelva a ocurrir.

Observando la escena, Chris Collins se sintió turbado y molesto. Le había pillado por sorpresa el estallido inicial de Tynan.

Había sido un arrebato ponzoñoso y había puesto de manifiesto en el director del FBI una faceta de inquisidor que él jamás hubiera podido imaginarse.

Collins había tomado a Karen de la mano, como para compartir con ella su inquietud, cuando se percató de que el presidente le estaba haciendo señas.

Soltando la mano de su mujer, Collins se abrió paso entre McKnight y el líder de la mayoría en el Senado con el fin de acercarse al presidente, que se encontraba en compañía de Tynan.

El presidente permaneció unos instantes frotándose pensativo la mandíbula.

Bien, caballeros, hemos ganado en un lugar por un revés y hemos perdido en otro también por un revés. Ello nos demuestra lo voluble que es el país. Pero no podemos permitir que esto vuelva a suceder. Sólo nos queda un estado. Todas nuestras posibilidades se encuentran en California. Dentro de un mes. -Se detuvo.- No he prestado demasiada atención a las encuestas relativas a la Costa. Estaba seguro de que esta noche alcanzaríamos la victoria. Ahora será mejor que prestemos mucha atención. Ronald me dice que llevamos la delantera según las encuestas del Golden State. Pero no me basta. California debe preocuparnos. Ya saben ustedes lo imprevisibles que son los de allí. Es nuestro último cartucho y en él se cifran todas nuestras esperanzas. Quiero que usted, Vernon, y usted, Chris, pongan en ello todo su empeño. Tenemos que ganar.

Tanto Collins como Tynan asintieron enérgicamente.

El presidente tomó otro puro y esperó a que Tynan se lo encendiera. Dando chupadas al mismo, se volvió hacia Collins.


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