– No iba a quedarme mirando cómo te avasallaba.
– ¿Quién eres, mi hermano mayor?
– No son más que polis -contestó Ethan, jugando con la cuerdecita de la bolsa de té-. Creen que pueden avasallarte sólo por que tienen una placa.
Lena se sintió ofendida por el comentario y habló antes de pensar en lo que acababa de ocurrir.
– No es fácil ser policía, sobre todo porque la gente como tú tiene esa misma actitud de mierda.
– Eh, tranquila. -Levantó las manos y le dirigió una mirada de asombro-. Ya sé que antes eras poli, pero debes admitir que ese tipo te estaba avasallando.
– No, no es cierto -dijo Lena, con la esperanza de que él dedujera de su tono que nadie la avasallaba-. No hasta que tú apareciste. -Dejó que asimilara esas palabras-. Y por cierto, ¿cómo tienes la desfachatez de ponerle la mano encima a un poli?
– Igual que la tiene él -le replicó Ethan, de nuevo con una chispa de cólera en los ojos.
Bajó la vista hacia su taza, recobrando la calma. Cuando alzó la vista de nuevo, sonrió, como si eso lo solucionara todo.
– Siempre quieres tener un testigo cuando un poli se mete contigo de esa manera -afirmó.
– ¿Tienes mucha experiencia con polis? -preguntó Lena-. ¿Cuántos años tienes, doce?
– Veintitrés -contestó, pero no se tomó la pregunta a mal-. Y sé lo que son los polis porque lo sé.
– Pues muy bien. -Como él se encogiera de hombros, Lena dijo-: Déjame adivinar, fuiste al correccional por derribar buzones. No, espera, tu profesor de lengua te encontró marihuana en la mochila.
Él volvió a sonreír. Lena se dio cuenta de que uno de sus incisivos estaba desportillado.
– Estuve metido en líos, pero he cambiado. ¿Entendido?
– Menudo genio tienes -dijo Lena, a modo de observación, y no como crítica.
La gente le decía que tenía mal genio, pero ella era la madre Teresa comparada con Ethan Green.
– Pero ya no soy así -repuso él.
Lena se encogió de hombros, porque le importaba un bledo la clase de persona que era antes. Lo que le preocupaba era por qué demonios Jeffrey creía que estaba relacionada con Andy Rosen. ¿Le había contado algo Jill? ¿Cómo podía averiguarlo?
– Así -dijo Ethan, como si le alegrara haber abandonado el tema-, ¿conocías bien a Andy?
Lena volvió a ponerse en guardia.
– ¿Por qué?
– Oí lo que el poli dijo de tus bragas.
– En primer lugar, no dijo «bragas».
– ¿Y en segundo?
– En segundo lugar, no es asunto tuyo.
Ethan sonrió. O bien creía que eso le hacía más atractivo o padecía alguna especie de síndrome de Tourette.
Lena lo miró sin decir nada. Era un tipo pequeño, pero lo había compensado desarrollando los músculos de su cuerpo. No tenía unos brazos tan gruesos como los de Chuck, pero cuando jugueteaba con la bolsita del té se le marcaban los deltoides. El cuello era fuerte, pero no grueso. Incluso su cara tenía tono muscular: la barbilla era sólida y los pómulos asomaban como trozos de granito. Había algo en su manera de perder y recobrar el control que resultaba fascinante, y cualquier otro día Lena se habría sentido tentada de comprobar si podía sacarle de quicio.
– Eres como un puerco espín. ¿Nadie te lo ha dicho antes? -le preguntó Ethan.
Lena no contestó. De hecho, Sibyl siempre le decía lo mismo. Y como siempre, pensar en su hermana le hizo sentir ganas de llorar. Bajó la vista y empezó a girar el café en la taza para ver cómo se agarraba a los lados.
Levantó la mirada cuando consideró que ya había disimulado bastante sus sentimientos. Ethan la había llevado a uno de los nuevos cafés de moda de las afueras del campus. El local era pequeño, pero incluso a esa hora del día estaba abarrotado. Lena se giró, pensando que Jeffrey estaría allí, observándola. Aún sentía su cólera, pero lo que más le dolía era la manera en que él la había mirado, como si hubiera cometido un delito. Dejar de ser poli era una cosa, pero obstruir una investigación -quizás incluso estar implicada y mentir acerca de ello- la incluía en la lista negra de Jeffrey. A lo largo de los años Lena había agotado su cupo de cabrear a Jeffrey, pero ese día sabía, sin duda alguna, que acababa de perder lo único por lo que había luchado: su respeto.
Al pensar en ello, un sudor frío le recorrió el cuerpo. ¿Realmente Jeffrey la consideraba sospechosa? Lena le había visto trabajar muchas veces, pero nunca había sido la interrogada. Sabía la facilidad con que un interrogatorio podía llevarte al calabozo, aunque sólo fuera un par de noches, mientras Jeffrey elaboraba algún plan. Lena no podía pasar ni un solo segundo en una celda. Ser policía, incluso ex policía, y estar en la cárcel era peligroso. ¿En qué pensaba Jeffrey? ¿Qué pruebas tenía? Era imposible que sus huellas estuvieran en el apartamento de Rosen. Ni siquiera sabía dónde vivía el chico.
Ethan interrumpió sus pensamientos.
– Todo esto es por la chica que apuñalaron, ¿verdad?
Ella le miró y le preguntó:
– ¿Qué estamos haciendo aquí?
A Ethan pareció sorprenderle la pregunta.
– Sólo quería hablar contigo.
– ¿Por qué? -preguntó ella-. ¿Porque leíste un artículo en el periódico? ¿Te fascina el hecho de que me violaran?
Ethan miró nervioso a su alrededor, probablemente porque Lena había levantado la voz. Ella pensó en bajar un poco el volumen, pero todos los que estaban en el local sabían lo de su violación. No podía comprarse una Coca-Cola en el cine sin que el capullo que estaba tras el mostrador le mirara las cicatrices de las manos. Nadie quería hablar de ello con Lena, pero les encantaba comentarlo con cualquiera a sus espaldas.
– ¿Qué quieres saber? -le preguntó Lena, intentando mantener un tono de conversación-. ¿Estás haciendo algún trabajo para la facultad?
Ethan intentó tomárselo a broma.
– Eso es para los de sociología. Yo me dedico a la ciencia de los materiales. Polímeros. Metales. Amalgamas. Tribomateriales.
– A mí me clavaron al suelo con clavos. -Lena le enseñó las manos, dándoles la vuelta para que pudiera apreciar que los clavos las habían atravesado de parte a parte. De haber estado descalza, también le habría enseñado los pies-. Me drogó y me violó durante dos días. ¿Qué más quieres saber?
Ethan negó con la cabeza, como si eso fuera un malentendido.
– Sólo quería invitarte a un café.
– Bueno, pues ya puedes borrarlo de tu lista -le dijo, apurando su taza.
El líquido caliente le quemó el pecho cuando dejó la taza sobre la mesa de golpe y se levantó para marcharse.
– Nos vemos.
– No.
Como un rayo, Ethan extendió el brazo y le apretó los dedos en torno a la muñeca izquierda. El dolor fue insoportable. Los nervios de su brazo sufrieron unas bruscas sacudidas. Lena seguía de pie, manteniendo la expresión neutral aun cuando el dolor le revolvía el estómago.
– Por favor -dijo él, aprisionándole la muñeca-. Quédate un minuto más.
– ¿Por qué? -preguntó ella, intentando no levantar la voz. Si seguía apretándole la muñeca, le rompería los huesos.
– No quiero que pienses que soy de esa clase de hombres.
– ¿Qué clase de hombre eres? -preguntó Lena, mientras bajaba la vista hacia la mano de Ethan.
Él esperó un instante antes de soltarle la muñeca. Lena no pudo reprimir un leve grito ahogado de alivio. Dejó que la mano colgara junto a ella, sin verificar si los huesos o los tendones habían sido dañados. La muñeca le palpitaba a medida que la sangre volvía a circularle, pero no le dio a Ethan la satisfacción de bajar los ojos.
– ¿Qué clase de hombre eres? -repitió Lena.
La sonrisa de él no era ni mucho menos tranquilizadora.
– De los que les gusta hablar con una chica guapa.
Ella soltó una sonora carcajada y miró a su alrededor. En los últimos minutos, el café había empezado a vaciarse. El hombre que estaba detrás del mostrador los observaba con detenimiento, pero cuando Lena le miró a los ojos, volvió la mirada hacia la cafetera que estaba limpiando.