– Le perseguí -añadió Lena, ajena a la tensión, o quizá prefiriendo simplemente no hacer caso-. Tropecé con algo. Un tronco. No sé. Puedo enseñarte dónde se escondía.

Jeffrey intentó hallar una explicación a todo eso. ¿El agresor se había quedado para asegurarse de que Tessa conseguía ayuda, o simplemente se había puesto a mirar qué pasaba como si viera una película?

La voz de Frank traslucía impaciencia cuando le preguntó a Matt:

– ¿Y dónde estabas tú mientras pasaba todo eso?

Matt utilizó el mismo tono cortante.

– Nos separamos para cubrir más terreno. Un par de minutos después vi que el tipo echaba a correr.

Frank refunfuñó.

– En primer lugar, no deberías haberla dejado sola.

Y Matt le replicó con otro desplante.

– Simplemente estaba siguiendo la rutina.

– Basta -dijo Jeffrey, intentando detenerlos-. Así no vamos a solucionar nada. -Volvió su atención hacia Lena-. Ese tipo, ¿estaba muy cerca de la escena?

– Cerca -respondió-. Se había salido del camino, a unos cincuenta metros. Volví sobre mis pasos, pensando que si aún seguía por ahí estaría cerca para poder ver lo que pasaba.

– ¿Le viste bien? -le preguntó Jeffrey.

– No -dijo ella-. Él me vio antes a mí. Estaba acurrucado detrás de un árbol. A lo mejor se lo pasaba bomba viendo cómo Sara perdía los nervios.

– No te he pedido especulaciones -le espetó Jeffrey, a quien no le gustaba la manera condescendiente en que había pronunciado el nombre de Sara.

Lena nunca se había llevado bien con Sara, pero ahora no era momento de revivir viejas rencillas, sobre todo considerando el estado en que se encontraba Tessa.

– Viste al tipo. Y luego ¿qué?

– No le vi -replicó ella, furiosa.

Jeffrey comprendió demasiado tarde que había pulsado el botón equivocado. Miró a Frank y a Matt en busca de ayuda, pero éstos miraban con la misma dureza que Lena.

– Sigue -dijo Jeffrey.

Lena fue lacónica.

– Vi algo borroso. Movimiento. Se levantó y se fue. Le perseguí.

– ¿Por dónde se fue?

Lena tardó unos momentos en responder, levantando los ojos en busca del sol.

– Hacia el oeste, probablemente en dirección a la autopista.

– ¿Era blanco? ¿Negro?

– Blanco -dijo, y añadió, un tanto a la ligera-, creo.

– ¿Crees? -preguntó Jeffrey, consciente de que estaba echando leña al fuego, pero incapaz de reprimirse.

– Ya te lo he dicho -dijo ella a la defensiva-. El tipo se dio la vuelta y echó a correr. ¿Qué iba a hacer, preguntarle que fuera más despacio para que pudiera ver de qué raza era?

Jeffrey calló unos instantes, intentando controlarse.

– ¿Cómo iba vestido?

– Llevaba algo oscuro.

– ¿Chaqueta? ¿Tejanos?

– Tejanos, puede que una chaqueta. No lo sé. Estaba oscuro.

– ¿Una cazadora? ¿Abrigo?

– Una cazadora… creo.

– ¿Algún arma?

– No lo vi.

– ¿De qué color tenía el pelo?

– No lo sé.

– ¿No lo sabes?

– Creo que llevaba sombrero.

– ¿Crees que llevaba sombrero? -De pronto, toda la impotencia acumulada desde que viera a Tessa al borde de la muerte estalló-. Por el amor de Dios, Lena, ¿cuánto hace que eres policía?

Lena lo miró con ese odio feroz al que Jeffrey estaba acostumbrado en los sospechosos a los que interrogaba.

– Perseguiste a un puto sospechoso, ¿y ni siquiera sabes si llevaba sombrero o no? ¿Qué cojones hacías ahí, coger margaritas?

Lena seguía mirándole fijamente, y la barbilla le temblaba al reprimir lo que quería decirle.

– Pues qué suerte que no viniera a por ti -dijo Jeffrey-. Ahora tendríamos a dos chicas en el helicóptero en lugar de una.

– Sé cuidar de mí misma -le espetó.

– ¿Crees que ese cuchillito que llevas en el tobillo va a protegerte?

Le disgustó la expresión de sorpresa que vio en el rostro de Lena, sobre todo porque creía haberle enseñado mejor. Jeffrey había visto la funda cuando Lena bajó de culo por el terraplén del río.

– Debería arrestarte por llevarlo escondido -le dijo él.

Ella no le apartaba los ojos; su odio aún era palpable.

– Más te vale dejar de mirarme así -la advirtió.

Lena tenía los dientes tan apretados que casi no entendieron sus palabras.

– Ya no trabajo para ti, capullo.

En el interior de Jeffrey, algo estaba a punto de explotar. Su vista se agudizó, todo pareció quedar asombrosamente enfocado.

– Jefe -dijo Frank, y puso una mano en el hombro de Jeffrey. Éste se echó para atrás, sabiendo que actuaba como un loco. Vio sus ropas ensangrentadas en el suelo, la sangre de Tessa. Todas las imágenes le asaltaron de golpe: las lágrimas en la cara de Sara formando un reguero sobre sus mejillas ensangrentadas. El brazo de Tessa, flácido, colgando de la camilla cuando la levantaron.

Jeffrey se volvió para que no pudieran ver su expresión, recogió su placa, la limpió con el faldón de la camiseta y se concedió unos momentos para calmarse.

Brad Stephens eligió ese instante para aparecer, haciendo girar el sombrero en la mano.

– ¿Qué pasa, jefe?

La cólera ahogaba la garganta de Jeffrey.

– Te dije que acompañaras a Schaffer al colegio mayor.

– Se encontró con unas amigas -dijo Brad, palideciendo-. Quiso irse con ellas. -Sus ojos azul claro se ensancharon de temor, y tartamudeó-: Yo… yo… yo me figuré que estaría mejor con ellas. Están en su residencia. Keyes House. No imaginé que…

– No pasa nada -le interrumpió Jeffrey, sabiendo que si le hacía pagar el enfado a Brad sólo se sentiría peor. Le dijo-: Que uno de los muchachos vaya a la autopista. Que busquen a alguien que va a pie. A cualquiera que vaya a pie. Lleve o no chaqueta.

No miró a Lena al decir esas últimas palabras, aunque ella debía de saber que tener una descripción era muy importante.

– Las unidades llegarán enseguida -afirmó Frank.

Jeffrey asintió.

– Quiero una batida desde esta zona hasta el último lugar en el que Lena vio al agresor. Buscamos un cuchillo. Cualquier cosa que llame la atención.

– Llevaba algo en la mano -dijo Lena, como si ofreciera un premio-. Una bolsa blanca.

Brad Stephens soltó un grito ahogado, y se sonrojó cuando vio que todos le miraban.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Jeffrey.

Brad habló con una mezcla de aprensión y disculpa.

– Vi que Tessa recogía algo mientras subía la colina -dijo.

– ¿El qué?

– Cosas, basura, supongo. Llevaba una bolsa de plástico, como las que te dan en el Pig.

Se refería a la tienda de comestibles Piggly Wiggly. Miles de personas compraban allí todas las semanas.

Jeffrey se obligó a callar durante unos segundos. Se acordó del trozo de plástico que había encontrado en la mano de Tessa. Aquel fragmento podría haber sido arrancado perfectamente de una bolsa de plástico de esa tienda.

– ¿Tessa se encontró la bolsa en la colina? -preguntó Jeffrey a Brad.

Por primera vez se fijó en la cantidad de basura que había en la zona. La brigada de limpieza de la universidad dedicaba casi todas sus energías a los terrenos más próximos a las facultades. Seguramente llevaban un año sin limpiar por esa zona.

– Sí, señor -dijo Brad-. Tessa simplemente la recogió y comenzó a meter cosas en la bolsa mientras subía la colina.

– ¿Qué cosas? -preguntó Jeffrey.

Brad volvió a tartamudear, algo que le ocurría sólo cuando estaba nervioso.

– Ba… basura, supongo. Envoltorios, latas y cosas así.

Jeffrey intentó moderar su tono con Brad, sobre todo porque, por alguna razón, aquel tartamudeo azuzaba de nuevo su ira.

– ¿Y no se te ocurrió subir hasta allí y preguntarle qué estaba haciendo?

– Me dijo que me quedara con la testigo -le recordó Brad. Sus pálidas mejillas volvieron a sonrojarse-. Y yo… esto… no quería entrometerme con lo que estaba haciendo. Ya sabe, cosas pe… personales.

– Comunícalo por radio -dijo Jeffrey a Matt-. Ropas oscuras, quizá lleve una bolsa de plástico.


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