—Y bien, yo he escuchado hablar de él a un montón de gente. Hoy, lo veo por mí mismo.

En el pueblo, tomamos alojamiento, pero el goldno quiso entrar en una isba, prefiriendo dormir al aire libre. Por la noche, me resentí de su ausencia y fui a encontrarle. La noche era oscura pero la blanca nieve permitía una cierta visibilidad. En todas las isbas, se habían encendido las estufas; humos blanquecinos salían de las chimeneas en delgados hilos y se elevaban apaciblemente en el aire, formando una nube por encima del pueblo entero. La luz se escapaba por las ventanas de las casas, iluminando los montones de nieve. Detrás del pueblo, completamente apartado, percibí un fuego al borde del río. Adivinando que era el lugar donde Dersu pasaría la noche, fui allí directamente. Sentado cerca de su hoguera, el goldestaba sumido en su meditación.

—Vamos a tomar un té en la isba —le propuse.

Sin responder a mi propuesta, me preguntó a su vez:

—¿Adónde vamos mañana?

Le dije que iríamos a Tchernigovka, y después a Vladivostok; lo invité a acompañarme. Le prometí volver pronto a la taiga y le ofrecí un salario... Después nos entregamos cada uno a nuestros propios pensamientos. Yo no sé en qué podía pensar Dersu; por mi parte, sentía penetrar la tristeza en mi corazón. Le expuse de nuevo el confort y las ventajas de la vida ciudadana. El goldme escuchó en silencio. Por fin, me dijo con un suspiro:

—No, capitán, ¡gracias! No puedo ir a Vladivostok. ¿Qué haría yo sin caza, sin cibelinas para recoger? Si me instalo en una ciudad, me moriré muy pronto.

«Es verdad —pensé—. Este habitante de los bosques no podrá soportar la existencia de la ciudad. ¿No estaré equivocado al querer arrancarlo de la vida que él ha seguido desde su infancia?»

Dersu guardó silencio. Evidentemente, estaba proyectando lo que tenía que hacer. Después, pareció proseguir sus pensamientos en alta voz:

—Mañana me iré todo derecho —y señaló con la mano al oriente—. En cuatro días, llegaré al Daubi-khé, y después al Ula-khé; más tarde, encontraré el río Fud-zin, las montañas y el mar. Me han dicho que el litoral abunda en toda especie de caza, en renos y cibelinas.

Nos quedamos mucho tiempo charlando cerca del fuego. Lamenté tener que separarme de este hombre, por el cual sentía un verdadero afecto.

A la mañana siguiente, lo primero que recordé fue que Dersu iba a dejarnos. Después de comer, di las gracias a mis huéspedes y salí a la calle. Los soldados estaban ya prestos a partir. Dersu se encontraba cerca de ellos. Reparé a la primera ojeada que se había preparado como para una larga marcha: tenía su mochila llena y cuidadosamente embalada, su cinturón abrochado y sus untasbien ajustadas.

Cuando estuvimos a un kilómetro de Dmitrovka, el goldse detuvo; había llegado el momento de la separación.

—Adiós, Dersu —le dije, estrechándole la mano—. Te deseo buena suerte en todo; jamás olvidaré lo que has hecho por mí. ¡Adiós! ¡Ojalá que nos volvamos a ver!

Dersu se separó de los soldados, me hizo una señal con la cabeza y se adentró en los zarzales que se elevaban a nuestra izquierda. Unos minutos después llegó a lo alto de una colina cubierta de maleza. Sobre el fondo claro del cielo, su silueta se destacó netamente, con la mochila a la espalda y el fusil y el tridente en las manos. Un hermoso sol salía en aquel momento de las montañas e iluminó al gold.Después de trepar hasta la cima se detuvo, se volvió hacia nosotros, nos saludó con la mano y desapareció tras la cresta de la montaña. Sentí un desgarramiento en el corazón al perder a aquel hombre de quien me había sentido tan próximo.

—¡Buen tipo! —hizo notar Martchenko.

—Se encuentran muy pocos como él —respondió Olenetiev.

«Adiós, mi buen Dersu —pensé también—. Me has salvado la vida y eso no lo olvidaré jamás.»

Segunda parte

7

A través de ríos, bosques y pantanos

Transcurrieron cuatro años. La Sociedad Rusa de Geografía (sección de la región del Amur) me ofreció la posibilidad de organizar una nueva expedición, cuyo fin sería explorar la cumbre del Sijote-Alin, el litoral que se extiende al norte de la bahía de Santa Olga, y las fuentes del Ussuri y del Iman.

En aquella época, las informaciones relativas a la parte central del Sijote-Alin eran muy escasas. Igualmente, tampoco se tenía más que referencias sumarias de la costa del país transussuriano, facilitadas por oficiales de marina que iban de vez en cuando a hacer sondeos en los golfos y bahías de ese litoral.

Preparamos la expedición durante casi un mes. Se reclutaron para nuestro destacamento los mejores fusiles entre los mejores tiradores siberianos, dando la preferencia a los procedentes de las provincias de Tobolsk y de Yenisey. Estos hombres, a decir verdad, eran más bien mohínos y poco comunicativos, pero en cambio estaban acostumbrados desde su infancia a hacer frente a toda suerte de adversidades.

En calidad de bestias de carga, íbamos a disponer de una caravana de doce caballos. Ahora bien, era muy importante que nuestros hombres conocieran bien estos animales y dejar que éstos se habituaran a sus conductores. Con este fin, el destacamento se formó quince días antes de la partida.

Como lugar de reunión, se fijó la estación de Chmarkovka, situada un poco al sur del lugar donde la línea ferroviaria atraviesa el Ussuri. El grupo, provisto de caballos, fue enviado el 15 de mayo por ferrocarril, y al día siguiente los restantes miembros de la expedición abandonaron a su vez Jabarovsk.

Los fusileros vinieron a nuestro encuentro y nos indicaron nuestro alojamiento. El resto de la jornada se pasó escogiendo nuestras provisiones y preparando las cargas.

Al día siguiente, cosacos y cazadores siberianos tuvieron la jornada libre. Remendaron sus untas,cosieron las rodilleras, arreglaron sus cartucheras y se equiparon en general de una manera definitiva para ponerse en ruta.

El día de la partida, 19 de mayo, estuvimos todos en pie desde temprano, aunque partimos tarde. Es natural que los primeros pasos de una expedición se retarden siempre un poco. A continuación, una vez en ruta, todos se habitúan a un cierto orden; cada cual consigue conocer su caballo, su fardo, los objetos que están a su custodia, y el orden que ha de observar para embalarlos. Se aprende a distinguir entre los efectos necesarios para el camino y los que hay que tener a mano para el campamento.

El camino vecinal cenagoso que parte de Chmarkovka sigue las cuestas de una colina. A lo largo de este recorrido, todos los puentes habían sido demolidos por las aguas primaverales; tampoco fue nada fácil la travesía de los ríos, convertidos en torrentes rápidos.


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