– Es el grupo de Paul.
– ¿Cuáles son sus fines?
– Que África siga siendo blanca.
Hawk bufó.
– Que lo siga siendo -dije.
– Que el control siga en manos de los blancos. Evitar que los negros destruyan lo que la civilización blanca ha conseguido en África -en todo momento evitaba mirar a Hawk.
– ¿Y qué tiene que ver eso con volar a bombazos a unas personas que estaban en un restaurante de Londres?
– Los británicos se equivocaron en Rhodesia y en Sudáfrica. Fue una represalia.
Hawk se había puesto en pie y acercado a la ventana. Mientras miraba hacia la calle, silbaba Saint James Infirmary Blues con los dientes apretados.
– ¿Qué hacías en Gran Bretaña?
– Paul me envió a organizar la unidad británica.
– ¿Alguna relación con el IRA?
– Ninguna.
– ¿Algún intento de relación?
– Sí.
– Los del IRA sólo se ocupan de sus propios odios -comenté-. ¿En Gran Bretaña quedan muchos miembros de tu unidad?
– No, ninguno. Nos… nos venciste a todos.
– Y también vencerá al resto -dijo Hawk desde la ventana.
Kathie no se dio por enterada.
– ¿Qué se está cocinando en Copenhague?
– No entiendo.
– ¿Por qué fuiste a Dinamarca al abandonar Londres?
– Paul estaba allí.
– ¿Qué hacía allí?
– Pasa temporadas en Copenhague. Vive en muchos sitios y ése es uno de ellos.
– ¿En el apartamento de Vester Søgade?
– Sí.
– Y cuando Hawk armó la marimorena, tú y él vinisteis a Holanda.
– Sí.
– ¿Al apartamento de la Kalverstraat?
– Sí.
– ¿Y descubristeis que os vigilábamos?
– Fue Paul el que se dio cuenta. Es muy cuidadoso.
Miré a Hawk, que dijo:
– Y muy bueno. Jamás lo vi.
– ¿Y?
– Me telefoneó y me dijo que me quedara en el apartamento. Luego os vigiló mientras me vigilabais. Cuando a la noche os fuisteis, entró en el piso.
– ¿Cuándo?
– Anoche.
– ¿Y entonces desalojasteis el piso?
– Sí, fui al apartamento de Paul.
– Hoy, mientras acechábamos el apartamento vacío de la Kalverstraat, Paul os trajo a ti y a los dos fiambres al hotel.
– Sí, a Milo y Antone. Creyeron que venían a tenderte una emboscada. Yo suponía lo mismo.
– ¿Y cuando entrasteis Paul se cargó a Milo y a Antone?
– ¿Cómo has dicho?
– Paul mató a los dos hombres.
– Paul y otro hombre llamado Zachary. Paul dijo que había llegado el momento de hacer un sacrificio. Después me ató, me amordazó y me dejó para que me encontrarais. Dijo que lo sentía mucho.
– ¿Dónde queda su apartamento?
– No tiene la menor importancia. No están allí.
– De todas maneras, quiero saberlo.
– Queda sobre el Prinsengracht -nos dio el número.
Miré a Hawk, que asintió con la cabeza, se puso la funda de la escopeta, la chaqueta y salió. Hawk necesitaba la escopeta mucho menos que cualquier otro especialista.
– ¿Cuáles son ahora los planes de Paul?
– No tengo la menor idea.
– Algo tienes que saber, hasta anoche fuiste su amante -los ojos de Kathie se llenaron de lágrimas-. Pero ya no lo eres y debes acostumbrarte a esta idea -la chica asintió con la cabeza-. Puesto que hasta hoy fuiste su querida, ¿no te hizo algún comentario sobre sus planes?
– No le decía nada a nadie. Cuando él estaba preparado nos comunicaba lo que había que hacer, pero nunca antes.
– ¿Entonces no sabías lo que se cocinaba para el día siguiente.
– Así es.
– ¿Y no crees que esté en el apartamento del Prinsengracht?
– No. Allí no habrá nadie cuando llegue el negro.
– Se llama Hawk -puntualicé. Kathie asintió con la cabeza-. Si la policía infiltrara tu organización o hiciera una redada en el apartamento del Prinsengracht, ¿dónde se reunirían los supervivientes?
– Tenemos un sistema de comunicación. Cada persona tiene que llamar a dos.
– ¿Y a quién tenías que llamar tú?
– A Milo y a Antone.
– ¡Y un cojón!
– No puedo ayudarte.
– Creo que no puedes -respondí.
Tal vez no podía ayudarme. Tal vez la había agotado.
Capítulo 20
Hawk regresó en menos de una hora. Entró meneando la cabeza.
– ¿Se ha ido? -pregunté.
– Sí.
– ¿Alguna pista?
– ¿Alguna pista? -repitió Hawk.
– Ya me entiendes, por ejemplo, un horario de aviones que tenga subrayado el vuelo a Beirut, la confirmación de una reserva en el Hilton de París, unos folletos turísticos del distrito de Orange, en California. Un piano que suena en el apartamento de al lado. Pistas.
– Ni una sola pista.
– ¿Alguien los vio partir?
– Nanay.
– Por lo tanto, lo único que sabemos con certeza es que Paul no está en su apartamento del Prinsengracht ni en esta habitación.
– No estaba cuando miré. ¿Ella dijo algo?
– Todo lo que sabe.
– Chico, puede que tú te lo creas, pero yo no.
– Lo hemos intentado. ¿Quieres una copa de vino? Pedí otra botella mientras estabas fuera.
– Me vendrá bien.
Serví vino a Hawk y a Kathie.
– Muy bien, nena. Paul se ha ido y sólo contamos contigo. ¿Dónde puede estar?
– En cualquier parte -respondió Kathie. Su rostro estaba encendido. Había bebido mucho vino-. Puede ir a cualquier lugar del mundo.
– ¿Con pasaporte falso?
– Sí. Ignoro cuántos tiene, pero sé que son muchos.
Hawk se había quitado la chaqueta y colgado la funda de la escopeta de una silla. Estaba estirado con los pies cruzados sobre el tocador y la copa de vino tinto equilibrada sobre el pecho. Tenía los ojos casi cerrados.
– ¿Cuáles son los sitios a los que no iría?
– No entiendo.
– ¿Voy muy rápido para ti, querida? Observa atentamente mis labios. ¿Adonde no iría?
Kathie bebió vino. Miró a Hawk como se supone que los gorriones contemplan a las serpientes. Fue una mirada de temerosa fascinación.
– No sé.
– Ella no lo sabe -me dijo Hawk-. Chico, deberías saber con qué bueyes aras.
– ¿Qué diablos te propones, Hawk, ir eliminando los sitios a los que no acudirá hasta que sólo quede uno?
– ¿Se te ocurre algo mejor?
– No. Kathie, ¿cuáles son los lugares menos probables?
– No lo sé.
– Piensa un poco. ¿Iría a Rusia?
– Claro que no.
– ¿Y a la China Popular?
– No, no, a ningún país comunista.
Hawk hizo un gesto triunfal alzando las manos extendidas.
– Como ves, chico, de un plumazo queda excluido medio mundo.
– ¡Fantástico! -exclamé-. Parece un viejo numerito de Abbott y Costello.
– ¿Se te ocurre algún juego más divertido? -quiso saber Hawk.
– ¿Ya se han celebrado los olímpicos? -preguntó Kathie.
Hawk y yo la miramos.
– ¿Los Juegos Olímpicos?
– Sí.
– Se están celebrando en este momento.
– El año pasado Paul encargó entradas para los Juegos Olímpicos. ¿Dónde se celebran?
– En Montreal -respondimos Hawk y yo casi simultáneamente.
Kathie bebió más vino, soltó una risilla y añadió:
– En ese caso, probablemente fue a Montreal.
– ¿Por qué demonios no nos lo dijiste? -pregunté.
– No se me ocurrió. Nada sé de deportes. Ni siquiera estaba enterada de cuándo o dónde se celebraban. Sólo sé que Paul tenía entradas para los Juegos Olímpicos.
– Chico, cae bastante cerca de casa -comentó Hawk.
– En Montreal hay un restaurante llamado Bacco que te encantará -comenté.
– ¿Qué hacemos con Bragas de Fantasía? -preguntó Hawk.
– Te agradecería que no seas grosero.
El vestido de hilo blanco era muy sencillo, de escote cuadrado y recto. Kathie lucía una gruesa cadena de plata alrededor del cuello y zapatos blancos, de tacón alto, sin medias. Tenía las muñecas y los tobillos enrojecidos e hinchados a causa de las cuerdas. Su boca era roja y sus ojos estaban rojos y abotargados. Tenía el pelo enmarañado y enredado a causa del forcejeo.