Percibiendo que al fin había llegado su oportunidad, Jazz aceptó su invitación para reunirse con él en su Hummer H2 que era el hermano gemelo del que ella tendría después. Antes de meterse en el vehículo, se aseguró de que no había nadie más en el interior y también de llevar la Glock en el bolsillo. En aquella época, la pistola no tenía silenciador, así que resultaba fácil de desenfundar. Si al señor Bob se le ocurría hacer algo indebido, le pegaría un tiro donde había intentado pegárselo al oficial de los marines. Jazz no creía en la intimidación. Si la pistola aparecía, era para usarla.

De todas maneras, no tuvo motivos para preocuparse. El señor Bob fue todo corrección. Acabaron en un pequeño bar lleno de humo del centro de Newark, donde el señor Bob se apiadó de su experiencia en el ejército e incluso se disculpó por el trato que le habían dado y por el incorrecto licenciamiento. Le dijo que si él la reclutaba para una importante misión por la que sería debidamente recompensada, se debía precisamente gracias a su ejemplar servicio. El señor Bob había seguido diciendo que ellos -y Jazz seguía ignorando quiénes eran «ellos»- reconocían sus aptitudes únicas para lo que le iban a pedir. Luego, le había preguntado si estaba interesada.

Jazz se echó a reír en su Hummer mientras daba marcha atrás y salía del aparcamiento. Si lo pensaba detenidamente, había sido una locura por parte de él preguntarle si estaba interesada antes de decirle exactamente qué iba a tener que hacer, y así se lo había hecho saber. A partir de ese momento, el señor Bob dejó de andarse por las ramas. Le explicó que necesitaban gente como ella para ayudar a acabar con la incompetencia médica, que según él estaba muy extendida, pero contra la cual resultaba muy difícil luchar a causa del silencio corporativista que dominaba buena parte de la profesión médica. Fue entonces cuando Jazz se convenció de que era la adecuada para ayudar; se consideraba una experta a la hora de detectar la incompetencia, ya que había encontrado verdaderos manantiales en todas las instituciones por las que había pasado. El señor Bob le explicó que su trabajo consistiría en informarle a través del correo electrónico de todos los casos de desenlace fatal, especialmente los que tuvieran que ver con anestesia, obstetricia y neurocirugía, aunque recalcó que no eran especialmente exigentes y que aceptarían todo lo que les presentara. A cambio de sus esfuerzos, le pagarían doscientos dólares por caso con un complemento añadido de mil dólares por cada caso que acabara en los tribunales, y otros quinientos si el fallo era a favor del demandante.

Ese había sido el principio. Siguiendo el consejo del señor Bob, cambió el turno de tarde por el de noche, cosa que le resultó fácil porque era el menos solicitado. La ventaja estaba en que durante las horas de madrugada había menos vigilancia, lo cual hacía que recorrer los pisos, comprobar las fichas médicas y enterarse de los rumores fuera mucho más fácil que durante el día o la tarde. El señor Bob le había dado unos cuantos buenos consejos que, según sus palabras, provenían de la experiencia acumulada durante varias décadas. También le confió que iba a formar parte de una amplia y secreta élite.

Jazz se destapó desde el principio. La naturaleza clandestina de la operación fue un aliciente añadido. Incluso convirtió en divertido el acudir al trabajo. El dinero se lo transferían a una cuenta en el extranjero organizada por «ellos», fueran quienes fuesen. El depósito creció rápidamente y lo hizo libre de impuestos. El único problema era que, para poder disponer de él, tenía que desplazarse al Caribe, necesidad que tampoco le parecía una imposición.

Pero entonces, tras cuatro años así y un recorrido por diferentes hospitales, el último de los cuales había sido el St. Francis de Queens, la situación mejoró aún más. El señor Bob reapareció para decirle que como consecuencia de su extraordinaria labor había sido designada para ser ascendida junto a un selecto grupo dentro de la fuerza operativa clandestina. A partir de ese momento, participaría en una misión aún más importante cuyas compensaciones se verían aumentadas considerablemente. Lo mismo ocurriría con el nivel de discreción. Se trataba de una operación altamente secreta con el nombre clave de Operación Aventar.

Jazz recordó que el señor Bob se había reído al decirle el nombre y que le había explicado que él no había tenido nada que ver con su elección porque además le recordaba a «reventar». Sin embargo, su risa duró poco y de nuevo le insistió en la necesidad de secreto, añadiendo: «No deben verse ondas sobre la superficie». Luego, le preguntó si lo había entendido. Naturalmente, Jazz lo había entendido del todo.

El señor Bob le había seguido explicando que la circunstancia sería la opuesta al encargo de los «desenlaces fatales», asunto con que también debía proseguir. En la Operación Aventar recibiría por correo electrónico el nombre de un paciente. A continuación, siguiendo un protocolo cuidadosamente diseñado y al que debía ceñirse al pie de la letra, tendría que «sancionar» al paciente.

Llegados a ese punto, se había producido una pausa. Al principio, Jazz no comprendió lo que pretendían decirle, la palabra «sancionar» la confundía, hasta que al final lo vio claro. Entonces experimentó un escalofrío de expectación.

– Este protocolo ha sido ideado por profesionales y es a prueba de fallos -le había dicho el señor Bob-. No hay forma de que pueda ser descubierto, pero usted debe atenerse a él con toda exactitud. ¿Me entiende?

– Claro que lo entiendo -le había respondido Jazz. ¿Acaso la tomaba por tonta?

– ¿Está interesada en formar parte del equipo?

– Afirmativo. Pero no me ha hablado de las compensaciones.

– Cinco mil por caso.

Jazz recordaba la sonrisa que se le había dibujado en el rostro. Pensar que iban a pagarle cinco mil dólares por hacer algo interesante y que suponía un desafío era casi demasiado bueno para ser cierto. Y resultó mejor incluso de lo que había previsto. Tras las cinco primeras misiones, que transcurrieron sin la más mínima dificultad gracias al protocolo aportado, el señor Bob había reaparecido con el Hummer.

– Es una muestra de nuestra gratitud -le había explicado mientras le entregaba las llaves y la documentación-. Piense en él como lo opuesto al Cadillac Rosa que regala esa compañía de perfumes. ¡Disfrútelo con salud!

Jazz salió del aparcamiento del gimnasio a Columbus Avenue. Cuando se detuvo en el primer semáforo activó la Blackberry. Por experiencia sabía que la recepción era mínima dentro del garaje. Fue recompensada con un mensaje del señor Bob. Lo abrió con creciente entusiasmo. ¡Era otro nombre!

– ¡Sí! -gritó Jazz con una mueca de firmeza, igual que un atleta que hubiera efectuado un movimiento a la perfección, al tiempo que daba un puñetazo en el aire. Sin embargo, enseguida controló su respuesta, y su entrenamiento militar le permitió adoptar una actitud de tensa calma. Que le enviaran otro nombre después de haber recibido uno la noche anterior sugería que le iban a encargar una nueva serie. Aunque los nombres llegaban a intervalos al azar, tendían a estar agrupados. No tenía ni idea de por qué.

Tendió el brazo y colocó la Blackberry en el soporte del salpicadero, encima de la guantera. El gesto la hizo vacilar cuando el semáforo se puso verde. El taxi que tenía a la derecha se lanzó hacia delante con la intención de meterse en el carril de Jazz para esquivar a otro taxi que estaba parado delante de él. Jazz pisó a fondo el acelerador para desatar toda la potencia del V-8 del Hummer. El enorme vehículo salió catapultado y ocupó el espacio que tenía delante obligando al taxista a clavar los frenos. Jazz le enseñó el dedo al adelantarlo.

Tras algunos roces más con otros taxistas a lo largo de Central Park South, Jazz se abrió paso hacia el East Side y después hacia el norte por Madison camino del Manhattan General Hospital. Eran las diez y cuarto cuando dejó el coche en el aparcamiento del gigantesco complejo. Otra de las ventajas de trabajar en el turno de noche era la cantidad de plazas de estacionamiento disponibles al lado de la entrada al hospital del primer piso. Cogiendo la Blackberry y guardándosela en el bolsillo izquierdo del abrigo, Jazz cruzó el puente para peatones y entró en el hospital.


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