– Mi intuición en este asunto es clara -replicó Laurie.
Calvin golpeó la mesa con la palma de la mano, y algunos papeles salieron volando.
– ¡Mi paciencia con la intuición femenina es cero, si es de eso de lo que hablamos! ¿Qué cree que es esto, un club femenino? ¡Somos una organización científica! ¡Tratamos con hechos, no con corazonadas ni suposiciones!
– Pero aquí estamos hablando de cuatro casos ocurridos en dos semanas que no tienen explicación -gruñó Laurie por lo bajo. Según parecía, había despertado el machismo latente en Calvin.
– Sí, pero ¿sabe cuántos casos tratan en el Manhattan General? ¡Miles! Y ocurre que sé que en esa institución tienen un índice de mortalidad que está muy por debajo del límite del tres por ciento. En lugar de venirme con una historia demencial y sin pruebas sobre un asesino múltiple, vuelva con datos irrefutables de Toxicología o con pruebas de electrocución por bajo voltaje y la escucharé.
– No fueron electrocutados -replicó Laurie, que en cierto momento había considerado esa posibilidad ya que el voltaje normal de 110 V era capaz de provocar una fibrilación ventricular. No obstante, había descartado la idea porque los pacientes no habían sido tratados con aparatos eléctricos. Quizá alguno hubiera tenido contacto con algún equipo defectuoso, pero sin duda no los cuatro, especialmente si se tenía en cuenta que ninguno de ellos había estado conectado a un monitor.
– ¡Solo pretendo subrayar lo que digo! -bramó Calvin. Se levantó bruscamente, haciendo que su silla rodara hacia atrás y golpeara la pared, y devolvió la hoja a Laurie-. ¡Si tan motivada está, váyase y consiga hechos! Yo no tengo tiempo para estas bobadas. He de asistir a una reunión donde se abordan problemas de verdad.
Incómoda por haber sido reprendida como una colegiala, Laurie salió a toda prisa de Administración. La puerta del despacho de Calvin había quedado abierta durante la conversación, y los que esperaban para ver a Bingham la vieron marcharse con rostros inexpresivos. Laurie prefería no imaginar qué pensarían de lo que habían oído. Se sintió aliviada de poder aprovechar un ascensor vacío para recobrar la compostura. Tal como le había confesado a Riva, en esos momentos se sentía frágil. En circunstancias normales habría pasado por alto la áspera respuesta de Calvin a sus preocupaciones. Sin embargo, si sumaba lo ocurrido a las reacciones de Jack y Riva, no podía evitar sentirse como una Casandra cualquiera. Le costaba creer que gente a la que respetaba tanto no pudiera ver lo que para ella estaba tan claro.
De vuelta a su despacho, se dejó caer en su silla y durante un momento hundió el rostro entre las manos. Se sentía bloqueada. Necesitaba más información, pero no podía hacer nada hasta que llegaran los historiales del Manhattan General por el conducto reglamentario. No había forma de acelerar el sistema. Aparte de eso, también estaba obligada a esperar que Peter obrara su magia con la cromatografía gaseosa y el espectrómetro de masas. Al margen de que al día siguiente le llegara otro caso parecido, cosa que no le apetecía nada, no tenía nada que hacer.
– Deduzco que tu entrevista con Calvin no ha dado el resultado que esperabas -comentó Riva.
Laurie no respondió. Se sentía aún más irritable que antes. Desde niña siempre había buscado la aprobación de las figuras investidas de autoridad y le sentaba fatal no conseguirla. La reacción de Calvin había sido la gota que hacía rebosar el vaso y le hacía sentir que se le escapaban las riendas de los distintos aspectos de su vida. Primero, estaba lo de su situación con Jack; luego, lo de su madre y el problema con el BRCA-1; y por último hasta su trabajo le parecía que iba de mal en peor. Para terminar, se sentía físicamente agotada tras dos noches casi sin dormir.
Suspiró. Debía recobrar el control. Pensar en el problema del BRCA-1 le recordó que había convenido con Jack que llamaría a su antigua amiga Sue Passero y se haría la prueba del marcador. En aquel momento, no había sido del todo sincera porque no estaba completamente decidida, de manera que su aquiescencia había sido más una forma de apaciguar la inesperada insistencia de Jack que una verdadera decisión. Sin embargo, de repente vio la idea bajo una nueva luz, y salir del trabajo aunque solo fuera durante unas horas se le antojó conveniente. También pensó que así podría matar dos pájaros de un tiro. Conociendo a Sue como la conocía, estaba convencida de que, mientras le hacían las pruebas, podría transmitir sus inquietudes sobre la posible existencia de un asesino múltiple a alguien del hospital para que así estuvieran sobre aviso sin necesidad de citarla a ella o al departamento como fuente.
Buscó en su agenda el número del despacho de Sue y la llamó. Habían sido buenas amigas tanto en el instituto como en la facultad y, puesto que ejercían en la misma ciudad, solían verse y comer juntas una vez al mes. Siempre se prometían hacerlo más a menudo, pero por alguna razón nunca lo conseguían.
Laurie habló con una de las secretarias de la clínica donde trabajaba Sue y preguntó por ella. Su intención era dejarle un mensaje para que la llamara cuando le fuera bien; pero, cuando la secretaria le preguntó quién llamaba, y ella contestó: «La doctora Montgomery», le cortó la línea y la siguiente voz que Laurie escuchó a través del teléfono fue la de su amiga.
– Qué agradable sorpresa -dijo Sue alegremente-. ¿Qué me cuentas?
– ¿Dispones de un minuto para que charlemos?
– ¿De un minuto? ¿Qué tienes en la cabeza?
Laurie le contó que necesitaba hacerse las pruebas para el BRCA-1 por motivos que le contaría más tarde. También le dijo que había cambiado a AmeriCare pero que no había tenido tiempo de buscar un médico de cabecera.
– No hay problema. Ven cuando quieras. Puedo hacerte un volante y mandarte al laboratorio.
– ¿Qué tal hoy?
– ¿Hoy? Perfecto. Ven para acá. ¿Has almorzado?
– Todavía no. -Laurie sonrió: iban a ser tres pájaros de un tiro.
– Bueno, pues mueve tu trasero hasta aquí. La comida de la cafetería no es para echar cohetes, pero la compañía será agradable.
Laurie colgó y cogió su abrigo de detrás de la puerta.
– Creo que haces bien haciéndote las pruebas -le dijo Riva.
– Gracias -contestó Laurie mirando su escritorio para asegurarse de que no se olvidaba nada.
– Espero que no te hayas molestado conmigo -comentó su amiga.
– Claro que no -dijo Laurie poniéndole amistosamente la mano en el hombro-. Ya te he dicho que estoy sensible estos días y que todo me afecta más de lo que debería. Sea como sea, tú no eres mi secretaria, pero te agradecería si pudieras cogerme los mensajes, en especial si son de Peter o Maureen. Te lo compensaré.
– No seas tonta. No tengo inconveniente en responder a tu teléfono. ¿Volverás por la tarde?
– Desde luego. Va a ser un almuerzo rápido y un simple análisis de sangre, aunque de paso puede que vaya a saludar a mi madre. De todos modos, me llevo el móvil por si me quieres llamar.
Riva se despidió con un gesto de la mano y siguió trabajando.
Laurie salió por la puerta que daba a First Avenue. El aire era gélido. La temperatura había ido bajando a medida que avanzaba el día, de modo que hacía más frío que cuando había salido a trabajar por la mañana. Se subió la cremallera hasta la barbilla mientras descendía los peldaños y tiritó ligeramente mientras esperaba en la acera a que pasara un taxi.
El trayecto hasta el Manhattan General fue un poco más largo que el del día anterior hasta el University Hospital. Ambas instituciones se encontraban en el Upper East Side y a una distancia similar de su trabajo, pero el General estaba situado un poco más al oeste y se extendía a lo largo de Central Park. Ocupaba más de una manzana entera y contaba con varias pasarelas para peatones que se extendían sobre las calles circundantes para conectar con los edificios exteriores. El complejo había sido construido a trancas y barrancas a lo largo de todo un siglo, de manera que las distintas alas tenían cada una un estilo arquitectónico propio. La más reciente y con la silueta más actual, bautizada con el nombre de su promotor, Samuel B. Goldblatt, estaba adosada a la parte de atrás de la estructura principal y sobresalía en ángulos rectos. Se trataba del ala VIP, la equivalente del ala del University Hospital donde estaba su madre.