– Mmm -murmuró Jack-. ¿Alguna nota de suicidio?

– ¡Oiga, esto no es justo! -protestó Janice-. Me está acribillando a preguntas sobre casos que no han pasado por mis manos. Bueno, creo que había una sola nota, de la mujer.

– Interesante -comentó Jack-. Está bien, será mejor que vaya a la sala de identificación. Va a ser un día movido. Y usted, será mejor que se marche a casa a dormir un poco.

Jack estaba complacido. La expectación ante una jornada interesante despejó parte del malhumor de la mañana, que le había reaparecido. Si Laurie quería volver a su piso durante unos días, por él perfecto. Se limitaría a esperar el momento propicio, porque no estaba dispuesto a dejarse chantajear.

Pasó velozmente ante el despacho de los investigadores forenses, tomó un atajo por la sala de las secretarias con sus hileras de archivadores y entró en la de comunicaciones, que estaba justo al lado. Sonrió a las telefonistas del turno de día, pero no obtuvo respuesta porque estaban demasiado ocupadas preparándose. Saludó con la mano al sargento Murphy al pasar ante el despacho del Departamento de Policía de Nueva York, pero Murphy hablaba por teléfono y tampoco respondió.

– Bonita bienvenida -masculló Jack para sus adentros.

Al entrar en la sala de identificación, recibió el mismo trato. Había tres personas, y ninguna le prestó atención. Dos se hallaban escondidas tras sus diarios, mientras que la doctora Riva Mehta, la compañera de despacho de Laurie, parecía muy atareada con una voluminosa pila de dosieres con potenciales objetos de autopsia. Jack se sirvió un café de la cafetera y acto seguido dobló hacia abajo el borde del diario de Vinnie Arriendola. Vinnie era uno de los técnicos del depósito y solía ayudarlo con frecuencia en la sala de autopsias. La presencia temprana y regular de Vinnie significaba que Jack podía empezar en la sala de autopsias bastante antes que los demás.

– ¿Cómo es que no estás en el foso con Bingham y Washington? -le preguntó Jack.

– Ni idea -contestó Vinnie, haciendo que Jack soltara la hoja-. Según parece llamaron a Sal. Ya estaban trabajando cuando yo llegué.

– ¡Jack! ¿Cómo estás?

Un tercer individuo salió de detrás de su periódico, pero el acento ya lo había delatado. Se trataba del teniente detective Lou Soldano, de Homicidios. Jack lo había conocido años atrás, al incorporarse al Departamento de Medicina Legal. Convencido de las enormes contribuciones que la patología forense aportaba a su línea de trabajo, Lou era un asiduo visitante.

No sin cierto esfuerzo, el corpulento detective se levantó de la silla de vinilo sin soltar el diario de su fuerte manaza. Con su vieja gabardina, la corbata aflojada y el cuello de la camisa desabrochado, parecía un ajado personaje salido de una vieja película de serie negra. Su ancho rostro mostraba lo que parecía una barba de dos días, aunque Jack sabía por experiencia que era solo de uno.

Se saludaron con el entrechocar de palmas que Jack había aprendido en las canchas de baloncesto y que le había enseñado medio en broma a Lou. El gesto hacía que ambos se sintieran identificados.

– ¿Qué te tiene levantado tan temprano? -le preguntó Jack.

– ¿Levantado? Todavía no me he acostado -gruñó Lou-. Ha sido una de esas noches de pesadilla. Mi superior está muerto de preocupación por ese supuesto caso de brutalidad policial, porque el departamento se va a ver en un apuro si las historias de los agentes implicados no cuadran. Tenía la esperanza de conseguir un informe preliminar antes que nadie, pero no pinta bien con Bingham ocupándose del caso. Seguramente se pasará todo el día ahí metido fastidiando.

– ¿Y qué hay del caso de Sara Cromwell? ¿También te interesas por él?

– ¡Pues claro! ¡Como si tuviera oportunidad de elegir!

– ¿Has visto a todos los periodistas que hay en recepción?

– Por desgracia ya estaban aquí por lo del tiroteo de la policía. Está claro que va a haber cantidad de exageraciones en los periódicos y la tele por el caso de esa flacucha psicóloga; probablemente, más de las que habría conseguido de no estar ellos merodeando por aquí. Y, como siempre que un asesinato sale a toda plana en los medios, sé que desde arriba me van a presionar para que encuentre un sospechoso. Así que, dicho esto, hazme un favor y ocúpate del asunto.

– ¿Lo dices en serio?

– Claro que lo digo en serio. Eres rápido y concienzudo, y ambas cosas se ajustan a mis necesidades. Además, no te importa que ande observando, cosa que no puedo decir de todos los que están aquí. De todas maneras, si no estás interesado, quizá pueda conseguir que Laurie se encargue; aunque sabiendo su interés por los casos de heridas de bala, lo más probable es que quiera echarle mano al caso de la policía.

– También le interesa uno de los casos del Manhattan General -terció Riva-. Ya ha cogido la carpeta diciendo que quiere ocuparse de ese en primer lugar.

– ¿Has visto a Laurie esta mañana? -preguntó Jack a Lou. Él y el detective compartían un aprecio especial por Laurie Montgomery. Jack sabía que Lou había salido brevemente con ella, pero que no había funcionado. Según había reconocido el propio Lou, el problema había sido su falta de confianza en sí mismo. En una demostración de elegancia, se había convertido en un decidido partidario de la relación entre Jack y Laurie.

– Sí, hará un cuarto de hora más o menos.

– ¿Hablaste con ella?

– Pues claro. ¿Qué clase de pregunta es esa?

– ¿Te pareció normal? ¿Qué te dijo?

– ¡Eh! ¿Qué clase de interrogatorio es este? No recuerdo lo que dijo. Fue algo del tipo «hola Lou, ¿qué hay?». En cuanto a su estado mental se refiere, me pareció que estaba normal, incluso alegre. -Lou miró a Riva-. ¿Fue también esa su impresión, doctora Mehta?

Riva asintió.

– Yo diría que se encontraba bien, quizá algo nerviosa por todo el barullo. Según parece, había hablado con Janice sobre el caso del Manhattan General. Por eso lo quería.

– ¿Dijo algo de mí? -preguntó Jack al detective acercándose y bajando la voz.

– ¿Qué pasa hoy con vosotros? -preguntó Lou-. ¿Va todo bien?

– Bueno, siempre hay altibajos por el camino -repuso Jack con cierta vaguedad. Que Laurie estuviera «alegre» añadía el insulto a la bofetada. Lo mínimo que podía hacer era mostrarse un poco disgustada-. ¿Qué tal si me pasas el caso Cromwell? -le pidió a Riva.

– Como gustes -contestó ella con su sedosa voz de acento británico-. Calvin dejó una nota diciendo que lo quería terminado lo antes posible.

Cogió la carpeta de la pila «Pendientes de autopsia» y la depositó en una esquina del escritorio. Jack la cogió y la abrió sacando un impreso de trabajo, un certificado de defunción parcialmente rellenado, un inventario de archivos médico-legales, dos hojas con notas para la autopsia, un aviso telefónico de cómo fue comunicada la muerte, una hoja completa de identificación, un informe del investigador dictado por Fontworth, una hoja para el informe de la autopsia, un resguardo del laboratorio para un análisis de HIV y un aviso de que el cuerpo había sido sometido a rayos X y fotografiado al llegar al Departamento de Medicina Legal. Jack sacó el informe de Fontworth y lo leyó. Lou hizo lo mismo mirando por encima del hombro.

– ¿Estuviste en la escena del crimen? -le preguntó Jack.

– No. Me encontraba todavía en Harlem cuando se recibió el aviso. Los chicos del distrito se ocuparon del asunto al principio, pero cuando reconocieron a la víctima llamaron a mi colega, el teniente Harvey Lawson. He hablado con todos ellos. Todos coinciden en lo feo de la situación. Había sangre por toda la cocina.

– ¿Cuál fue su hipótesis?

– Considerando que estaba semidesnuda, con la supuesta arma del crimen sobresaliéndole del muslo, justo debajo de sus partes íntimas, pensaron que se trataba de un caso de homicidio con agresión sexual.

– «Partes íntimas», cuánta corrección.


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