Sí. Eso valdría. No era precisamente la verdad, pero uno podía decir una mentirijilla en una situación como aquélla, ¿no?

—No sería muy buena esposa en este momento. Tengo el corazón roto.

—¡Oh, Hallie, cuánto lo siento! —dijo Clea en tono callado—. ¿Qué pasó?

—Fue horrible —dijo ella—. Intento no pensar en ello.

Clea la miró con expectación.

Estaba claro que iba a tener que inventarse algo. Hallie se inclinó hacia delante y trató de mostrarse pesarosa.

—¡En secreto estaba enamorado de su entrenador de fútbol desde que él y yo empezamos a salir juntos!

—¡Qué canalla! —exclamó Clea en tono bajo.

—¿Y era rubio? —le preguntó Nick—. Estoy seguro de que era rubio.

Él estaba al lado suyo, muy cerca; y ella estaba allí arrodillada, con la mirada al mismo nivel que su ¡Caramba!

—¿Estás segura de que no te interesa? —le preguntó Clea.

Hallie asintió vigorosamente y bajó la vista hacia la alfombra; pero lo primero que vio fueron unos pies. Unos pies grandes.

—Es este trabajo —se dijo ella entre dientes—. Seguramente calce un número ocho y esos zapatos le quedan enormes.

Sin pensarlo siquiera, llevó la mano directamente al zapato, que tocó con habilidad para comprobar que lo rellenaba de ancho. Entonces apretó con el pulgar y notó que los dedos de los pies le pegaban con el zapato.

—¡Caramba! —dijo sin aliento—. ¡Te quedan apretados!

—Siempre —respondió él, mirándola como si le hiciera gracia—. Pero ya estoy acostumbrado.

Hallie sonrió débilmente. Se puso de pie con cabeza gacha, pues se daba cuenta de que se estaba sonrojando. Eran sus ojos, su voz, seguramente sus pies. Cualquiera de esas tres cosas era una tentación garantizada. ¿Pero y las tres a la vez? Cómo no iba a ponerse colorada.

—Lo que quería decir mi madre es que necesito a una persona que se haga pasar por mi esposa durante una semana. La que viene, para ser más precisos. En Hong Kong. Cobrarías por ello, por supuesto. ¿Digamos, cinco mil libras para la semana, con todos los gastos pagados?

—¿Cinco mil libras? ¿Por trabajar durante una semana? —tenía que haber truco—. ¿Y qué tendría que hacer exactamente?

—Compartir una habitación conmigo, no la cama, lo cual es afortunado, teniendo en cuenta que tienes el corazón roto.

¿Se estaría riendo de ella?

—¿Qué más tendría que hacer?

—Socializar con mis clientes; comportarte como si fueras mi esposa.

—¿Podrías ser un poquito más específico?

—No. Sólo debes hacer lo que sea que hagan las esposas. Nunca he tenido una esposa y por eso no lo sé tampoco.

—Yo tampoco he sido nunca esposa de nadie, de modo que no sabría hacerlo.

—¡Perfecto! —dijo Clea con los ojos brillantes—. Ya os estoy viendo. Por supuesto, si el beso no es convincente, no funcionará.

—Nada de besos —dijo Hallie—. Tengo el corazón partido, ¿o lo habéis olvidado ya?

—Tiene que haber besos —respondió él—. Es parte de la descripción del trabajo. ¿Y quién sabe? Tal vez incluso te guste —añadió él en tono ligeramente desafiante y con expresión de humor.

—Besarnos te costará más —lo informó ella con altivez.

¿Qué tenía que perder? Ésa no era exactamente la conversación más sana que había llevado a cabo en su vida, para empezar.

—¿Cuánto más tengo que añadir?

Hallie hizo una pausa. Necesitaba diez mil libras para conseguir su diploma de Sotheby's en Arte Asiático. Tenía cinco mil ahorrados.

—Creo que otros cinco mil me convencerían.

—¿Cinco mil libras por unos cuantos besos? —dijo él en tono de incredulidad, pero sin perder la sonrisa.

—Beso muy bien.

—Creo que voy a necesitar una demostración —dijo Nicholas.

Menuda metedura de pata. Iba a tener que besarlo. Afortunadamente, el sentido común entró en acción y le pidió que lo hiciera breve y que no pusiera demasiado entusiasmo. En un paso se plantó a una distancia adecuada para besar. Se puso de puntillas y le plantó las manos en el pecho. Llevaba una camisa suave y el calor de su cuerpo traspasaba la tela, bajo la que palpó los músculos fuertes y duros.

Pero prefirió ignorarlo. Hallie aspiró hondo y se acercó a él para besarse. El tenía los labios templados y agradables; y se dijo que su sabor era uno al que bien podría acostumbrarse. Pero no quiso regodearse en modo alguno.

—Bueno, eso ha sido de lo más superficial —dijo él cuando ella se retiró.

—Lo mejor que puedo, dadas las circunstancias —dijo Hallie con una sonrisa de suficiencia—. Lo siento, no hay chispa.

—No estoy seguro de poder justificar el pago de cinco mil libras si no hay chispa —dijo él torciendo el gesto—. Creo que es imprescindible que haya chispa.

—La chispa no es parte de la negociación —dijo ella con dulzura—. La chispa es un extra. O eso o nada.

—¡Ah! —había un brillo en sus ojos que lo hizo sospechar—. Date la vuelta, madre.

Y sin esperar a ver si su madre hacía lo que le pedía, Nicholas Cooper enterró sus manos entre sus cabellos y acercó sus labios a los de ella.

Hallie no tuvo tiempo de protestar ni de prepararse para aquella invasión; y él le deslizó la lengua entre los labios y la besó de un modo que no tenía nada que ver con lo superficial. Desde luego había química para dar y tomar, pensaba ella con aturdimiento mientras él continuaba besándola con sus labios calientes y hábiles. Ella separó los labios y saboreó su pasión, mientras se decía para sus adentros que era sin duda más intensa de lo que había experimentado jamás. Se venció sobre él al tiempo que le deslizaba la mano por el hombro y continuaba hasta el cuello, mientras él ladeaba la cabeza para besarla mejor, para saborearla con su lengua que unió a la suya en delicado duelo.

Si eso era besar, pensaba con un incoherente gemido, entonces no la habían besado antes de verdad. Y si Nick Cooper besaba así, no podía ni imaginar cómo haría el amor.

Sonrió de medio lado cuando finalmente se apartó de ella y le retiró el cabello de la cara con gesto amable.

—Bueno, eso ha estado mucho mejor —dijo él con voz deliciosamente sensual.

Ella, por su parte, estuvo a punto de derretirse en un charco a sus pies del número doce.

—Nos llevaremos los zapatos.

Por supuesto. Los zapatos. Guardó las sandalias en una caja con manos temblorosas, pasó la tarjeta de crédito de Nick por la máquina, buscó un bolígrafo y se lo pasó para que firmara en el recibo antes de aventurarse a mirarlo de nuevo. Tenía las manos tan grandes como los pies y el pelo revuelto donde ella lo había acariciado.

¿Qué supondría fingir ser la esposa de ese hombre durante una semana? Una locura, por no mencionar un riesgo para su saludable apetencia sexual. ¿Y si de verdad era tan bueno como implicaba el beso que le había dado? ¿Y si acababan haciéndolo? ¿No le dejaría el listón muy alto para futuros candidatos?

No. Demasiado arriesgado. Además, tendría que estar loca si aceptaba marcharse a Hong Kong una semana con un tipo al que no conocía de nada. ¿Y si se dedicaba a la trata de blancas? ¿Y si de pronto la dejaba allí? ¿Y si era perfecto?

Él ya estaba de camino a la puerta; antes de que ella abriera la boca.

—¿Entonces me vas a decir algo sobre el asunto de la esposa?

A las cinco y media de la tarde, Hallie hizo caja. No era difícil. Sólo había hecho tres ventas, incluidos los zapatos que Nicholas Cooper le había comprado a su madre. Después cerró la entrada de la tienda, le dio la vuelta al elegante cartel para señalar que estaba cerrada y cuando estaba a punto de conectar la alarma, un mensajero llamó con los nudillos al cristal del escaparate con un paquete plano y rectangular que levantó para que ella lo viera.

Zapatos no, pensaba Hallie. Los zapatos no llegaban por mensajero en paquetes planos y rectangulares. Pero las credenciales del mensajero parecían reales, la dirección del paquete era la de la tienda y el nombre escrito en el papel era el suyo; de modo que abrió la puerta con pocas ganas, firmó el recibo del paquete y cerró la puerta antes de abrirlo.


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