—Me gusta tu vestido —dijo él con toda sinceridad.
—Gracias.
Iluminaba su mirada un destello de humor difícil de resistir.
—A mí también me gusta —añadió Hallie—. ¿Has pedido ya?
—Tú primero.
Ella se decidió por una sopa de marisco. Él eligió un pescado de roca y al recibir un asentimiento de Hallie, una botella de vino blanco para acompañar la cena.
—Tengo una curiosidad —dijo ella en cuanto hubieron pedido—. Eres rico, eres guapo y estás sano Estás sano, ¿no?
—Totalmente —dijo él, disfrutando del candor de Hallie.
—¿Entonces por qué necesitas una esposa de pega durante una semana?
—En el presente estoy negociando con los derechos de distribución sobre un videojuego que mi empresa ha creado. Desgraciadamente, la hija adolescente del distribuidor se obsesionó conmigo y me costó mucho, digamos, disuadirla.
—¿Quieres decir que no has podido esquivar a una jovencita? ¿Tú? Bromeas, ¿verdad?
—Te equivocas —suspiró Nick.
Era capaz de manejar a las mujeres que se le echaran encima, sin problema alguno. Pero Jasmine Tey que tenía dieciocho años, lo había arrinconado semidesnuda en su dormitorio una noche. Y entre la sorpresa que se había llevado y el par de vasos del excelente sake con que su anfitrión le había agasajado, se había quedado de momento incapaz de formular un pensamiento sensato.
—Era muy joven —murmuró a la defensiva—. Y muy dulce. Intenté hacerlo con delicadeza.
—Entonces te inventaste una esposa —adivinó Hallie—. Y ahora tienes que producirla.
—Exactamente. ¿Lo harás?
—¿Y por qué no le has pedido a alguna conocida tuya que te ayude? Seguramente lo habría hecho gratis.
—Porque entonces tendría que disuadirla. Mientras que tú y yo no tenemos más que un trato de negocios, una obligación contractual, si quieres llamarlo así y en cuanto cumplas con esa obligación, te marcharás.
—¡Ah!
Fue un «Ah» muy expresivo.
—¿Y tu esposa y tú os vais a hospedar con tu socio y su familia?
Nick asintió.
—Tienen una suite para invitados en su casa. Y sólo viven John Tey y su hija. Es viudo.
—¿Cenaréis con ellos? ¿Socializaréis para conoceros?
—Todo eso —dijo él.
Hallie Bennett se recostó en la silla y lo miró con seriedad.
—Son muchas mentiras, Nick. ¿Por qué no le dices a tu distribuidor la verdad? Tal vez él lo entienda.
—Tal vez.
Nick no poseía una evaluación lo suficientemente clara del hombre como para saberlo. Para los negocios John Tey era un fiera; cuando se trataba de su hija, era un blandengue.
—A mi modo de ver, John Tey le da a su hija todo lo que ella le pide.
—A mí me educaron mi padre y mis cuatro hermanos mayores —comentó Hallie—. Créeme, darle a esa chica lo que quiere no es algo que pueda aplicarse a los hombres.
Ella tenía razón.
—A no ser, por supuesto, que tu distribuidor decida que casar a su hija contigo es bueno desde el punto de vista de los negocios.
—Exactamente. Por eso no puedo arriesgarme.
No quería casarse con Jasmine. En realidad no quería casarse con nadie en ese momento. De pronto pensó en lo que ella le había dicho de su familia, que tenía cuatro hermanos.
—Has dicho cuatro hermanos mayores.
—No empieces tú también —dijo en tono de femenino desdén—. ¿Te gustaría que te dijera que eran todos pacifistas?
—¿Es cierto? —preguntó él esperanzado.
—No Pero, estábamos hablando de ti, ¿verdad?
—Sí, tienes razón. Necesito una esposa para una semana. ¿Querrás hacerlo?
Nick esperó a que el camarero les pusiera los platos delante; esperó a que ella le diera las gracias al hombre, a que desdoblara la servilleta y se la colocara en el regazo. Estaba relajada y su expresión era ligeramente evasiva. Al mirarla, se dijo que era más de lo que la recordaba de la tienda: más vibrante, más reflexiva.
—Me gustaría saber más cosas de ti de las que sé —dijo ella en tono concluyente.
—Te enviaré un expediente con mis datos.
—No soy persona de expedientes de datos—dijo ella.
Nick no se sorprendió.
—No —continuó Hallie—. Soy más bien una persona práctica. Vas a tener que enseñarme dónde vives, dónde trabajas y lo que haces durante todo el día. Esa clase de cosas.
Nick emitió un gemido de protesta.
—Puedes enviarme si quieres el expediente de datos —añadió Hallie con una sonrisa tranquilizadora—. Supongo que no me vendrá mal. Y vamos a tener que establecer ciertas normas.
—¿Qué clase de normas?
A él las normas no se le daban especialmente bien. Aunque seguramente no valdría la pena decirlo.
—Quiero que el contacto físico se limite a los lugares públicos —le dijo ella con resolución.
—No hay problema —respondió él.
—Y sólo cuando tengamos público.
—Tienes toda la razón —corroboró él.
A ese paso se libraría de todas las fantasías sexuales antes de llegar a los postres.
—¿Qué más? —añadió Nick.
—Te seguiré la corriente pero sólo dentro de unos límites razonables. No voy a ser una esposa que diga «Sí» a todo con una sonrisita tímida en los labios.
—¿Pero vas a sonreír así un poco?
Ella alzó la barbilla y lo miró con gesto de advertencia.
—No creo.
—De acuerdo, entiendo que tal vez esas sonrisitas sean demasiado para ti. Olvídalo —dijo, sabiendo que él no lo olvidaría—. ¿Puedes mostrarte un poco posesiva?
—Eso sí —dijo ella—. ¿Quieres que me muestre posesiva contigo de verdad?
—Nada de pegar —dijo él—. Las damas no pegan.
—Nunca me dijiste que tuviera que ser una dama.
Fantasía número tres. ¡Maldición, era buena, muy buena!
—¡Ah, y hay algo más!
—¿Sí?
Todos los hombres tenían su tope y Nick acababa de alcanzar el suyo. El cerebro se le obnubiló, la sangre tomó rumbo al sur y empezó a pensar en cuero, posiblemente en esposas, aunque no sabía de dónde iba a sacar unas esposas. Entonces seda. No tendría problema en encontrar seda en Hong Kong.
—Tierra llamando a Nick —dijo Hallie con exasperación.
Había visto antes esa mirada vidriosa. Sabía que Nick Cooper no estaba pensando en los negocios. ¡Hombres! No sabían hacer más de una cosa a la vez.
—¡Nick! ¿Me oyes?
—Sí, te oigo.
Menuda voz. Y menuda sonrisa. Pero aquél era un trato de negocios. Un negocio, por muy tentador que resultara pensar otra cosa.
—Y yo me guardo el billete de vuelta.
Capítulo 2
Hallie no recordaba de quién había sido la idea de dar una vuelta por el lugar de trabajo, sólo que le había parecido una sugerencia sensata en ese momento.
«Negocios», se recordaba a sí misma mientras abandonaban el calor del restaurante para salir a la noche fría y él le echaba su chaquetón por los hombros. «Nada más que negocios», se repetía mientras se dejaba envolver por la calidez de su abrigo y respiraba el aroma intenso y masculino de su cuerpo. El que su gesto caballeroso la hiciera sentirse femenina y deseable era irrelevante; también el hecho de que él fuera caprichoso, encantador y buena compañía. Aquello no era una cita, no era una cita de verdad. Sólo era una especie de trabajo.
El despacho de Nick sólo estaba a unas manzanas de allí y aquel territorio, aquella parte de Chelsea les resultaba familiar, de modo que caminaron en compatible silencio.
—Necesito hacer una llamada —dijo ella mientras Nick se detenía delante de un elegante edificio de oficinas y desechaba el cerrojo de las puertas dobles que accedían a un vestíbulo pequeño pero elegante.
—Estoy en el apartamento de uno de mis hermanos de momento. Es un poco protector y le gusta saber dónde estoy si salgo con alguien que no conozco. Antes solía enfadarme con él. Ahora simplemente le digo lo que quiere saber. Bueno, la mayor parte del tiempo.
Ella sacó el móvil y marcó el número de Tris, aliviada cuando le salió el contestador automático en lugar de su hermano. Dejó su mensaje y colgó rápidamente.