Era el paraíso para un biólogo. Y por la ausencia de vida inteligente, ofrecía la primera cuna para la civilización humana desde la Tierra misma.

La Guerra de las Compañías no sólo estuvo desencadenada por la política. Fue la brusca aceleración del comercio y los cambios de la población, fue la empecinada aplicación de políticas pasadas de moda en manos de agencias terrestres que ya no tenían contacto con las culturas que gobernaban, y finalmente fue la lealtad de un puñado de capitanes mercaderes terrestres, especialmente favorecidos por las leyes, que trataron de mantener un imperio comercial en decadencia para un mundo madre que se había convertido en periférico para el espacio humano.

Fue un esfuerzo condenado al fracaso. Cyteen, que ya no estaba solo en el Beyond y se había convertido en el mundo madre de las estaciones Esperanza, Pan-paris y Fargone, declaró su independencia de la Compañía Tierra en el 2300, un acto que, transmitido con la velocidad de los Más Rápidos que la Luz (MRL), impulsó a la Tierra a construir y enviar MRL armados para poner en vereda a las estaciones rebeldes.

Los comerciantes huyeron de las rutas cercanas a Pell y redujeron así la cantidad de suministros, y la Tierra, incluso con la tecnología MRL, se vio incapaz de suministrar lo necesario para su flota a tanta distancia. Al cabo de unos años, la flota de la Compañía Tierra se dispersó y pasó a realizar actos de piratería y coerción que dejaron totalmente solos a los comerciantes, siempre a causa de los errores de la Compañía Tierra.

La formación de la Alianza de comerciantes en Pell estableció el segundo poder mercantil en el Beyond y terminó con el intento de la Tierra de regir sus colonias espaciales.

El tratado de Pell, sin duda uno de los resultados más irónicos de la guerra, y las ataduras económicas que surgieron de él para tres sociedades humanas que vivían en tres ecosistemas totalmente distintos existen ahora como las fuerzas directrices de una estructura económica nueva que trasciende todas las políticas y todos los sistemas.

Finalmente, el comercio y los intereses comunes han sido más poderosos en los asuntos humanos que todas las naves de guerra que se hayan llegado a enviar.

I

Desde el aire se hacía más patente la aridez de la tierra: vastas extensiones no alteradas por la mano del hombre; desiertos abandonados, duros como lunas; bosques bajos de plantas secas, espinosas, inexplorados excepto por los radares en órbita. Ariane Emory miró hacia abajo por la ventanilla. Ahora estaba en el compartimento de los pasajeros. Su vista, tenía que admitirlo, ya no era tan aguda como en el pasado; sus reflejos ya no tenían la rapidez necesaria para manejar el avión. Podía ir a la cabina, sacar al piloto de su asiento y tomar los controles: era su avión, su piloto y un cielo abierto. A veces lo hacía. Pero ya no era lo mismo.

Sólo la tierra permanecía igual, la mayor parte seguía inalterable. Y cuando miraba por la ventanilla, podría haber sido la imagen de hacía un siglo, cuando menos de cien años atrás la humanidad se había establecido en Cyteen, cuando no se conocía la Unión, la Guerra era apenas un rumor de descontento y la Tierra era exactamente así en todas partes.

Hacía doscientos años, los primeros colonizadores habían llegado a esta remota estrella, habían fundado la estación y habían bajado al mundo.

Unos cuarenta años después llegaban las naves infralumínicas, pocas, perdidas, a tratar de convertir sus estructuras y sus operaciones en Más Rápidas que la Luz; y el tiempo se aceleró, el tiempo transcurrió a velocidades impresionantes, cambió tan rápido que las naves infralumínicas se encontraron con naves que supusieron extraterrestres, pero no lo eran, y esta noticia era peor que la otra. Eran naves humanas. Y el juego cambió por completo.

Las naves espaciales partieron como semillas de una flor. Los laboratorios genéticos situados río arriba, en Reseune, criaron seres humanos tan rápido como podían sacarlos de los tanques-útero, y cada generación produjo otra y trabajó en los laboratorios criando cada vez más y más seres humanos, hasta que hubiera suficiente gente, había dicho su tío, gente para llenar los lugares vacíos, colonizar el mundo, construir más estaciones estelares: Esperanza, Fargone, cada una con sus propios laboratorios y sus propios medios para crear y desarrollar vida.

La Tierra había intentado hacer regresar a sus naves. Demasiado tarde. La Tierra había intentado regir sus colonias con mano dura, cobrarles impuestos. Muy, muy tarde.

Ariane Emory recordaba la Secesión, el día en que Cyteen se declaró independiente junto con sus colonias, el día en que empezó la Unión y de pronto todos fueron rebeldes contra la distante tierra madre. Tenía diecisiete años cuando llegó la noticia desde la estación: Estamos en guerra.

Entonces Reseune formó soldados, duros, obstinados e inteligentes: ah, sí: los formó, los refino y los pulió. Sabían por instinto lo que nunca habían visto en sus vidas, sabían sobre todo para qué habían nacido. Eran armas vivientes que pensaban y calculaban con un único propósito. Ella había ayudado a crear estas formas.

Cuarenta y cinco años después de la Secesión, la guerra continuaba, a veces clandestina, a veces tan remota en el espacio que parecía un hecho histórico, excepto en Reseune. Otras estaciones podían crear soldados y obreros cuando Reseune establecía las formas, pero sólo Reseune tenía la infraestructura necesaria para la investigación y había contribuido a la guerra a su manera oscura, bajo la dirección de Ariane Emory.

Cincuenta y cuatro años de su vida: había visto el fin de las Guerras de las Compañías, había visto la humanidad dividida, las fronteras trazadas sobre el espacio. La flota de la Compañía Tierra había conservado la estrella de Pell, pero los comerciantes de la recién constituida Alianza habían tomado Pell y la habían declarado su base. Sol había tratado de ignorar aquella humillante derrota y salir en otra dirección; lo que quedaba de la vieja flota de la Compañía se había dedicado a la piratería y todavía atacaba a los comerciantes, lo cual era lo mismo que habían hecho siempre, mientras la Alianza y la Unión los cazaban a ellos. Sólo era un interludio. La guerra se había enfriado de nuevo. Siguió adelante en mesas de discusión donde los negociadores trataron de trazar líneas ajenas a la biología y formar fronteras en el espacio ilimitado y tridimensional para mantener una paz que nunca había existido, nunca en toda la vida de Ariane Emory.

Y todo eso podría no haber sucedido todavía. Podría estar viviendo cien años atrás, excepto que el avión era avanzado y elegante, no aquella especie de rompecabezas de avión de carga que volaba entre Novgorod y Reseune cuando todos se sentaban sobre fardos de plástico o sacos de semillas o lo que fuera que estuvieran transportando en el mismo viaje.

En aquella época había pedido que la dejaran sentarse junto a las ventanillas llenas de polvo, pero su madre le había dicho que conectara la pantalla polarizada de todos modos.

Ahora estaba sentada en un asiento de piel con una copa junto al codo en un avión muy cálido en el interior, inmaculado, con un grupo de ayudantes que hablaban del trabajo y revisaban sus notas, un rumor apenas audible por encima del de los motores.

Ya no podía viajar sin un grupo de ayudantes y guardaespaldas. Catlin y Florian estaban allí atrás, tranquilos como les habían enseñado a ser, vigilando la espalda de Ariane, incluso aquí, a 10.000 metros y entre personal de Reseune que llevaba maletines con material secreto.


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